Las compras son un arte que pocos consumidores pueden dominar, pero que los comerciantes han sabido llevar hasta el extremo de la obra maestra. Cuando pensamos en las cabriolas de las amas de casa para que rinda el gasto o en los ``cazaofertas'' menudistas de productos temporaleros, creemos estar ante verdaderos magos del dinero, economistas consumados.
Pero en realidad ese trabajo de habilidad, destreza y manejo de mercado, es apenas una modesta labor artesanal. Los verdaderos milagros, las auténticas ``obras maestras'' de la compra, son trabajo de los comerciantes.
Si para el consumidor común una buena compra representa un ahorro relativo (siempre depende de la disponibilidad inmediata), para el comerciante equivale a un negocio cuyos rendimientos pueden dejar corta la parábola bíblica de la multiplicación de los panes.
La evolución de precios de algunas de las hortalizas que se ofrecieron en la Central de Abasto de la ciudad de México (Ceda) durante los últimos meses, muestra que el milagro se repitió varias veces en el estómago del Distrito Federal, que también es uno de los mercados más grandes del mundo.
De los ejemplos varios elegimos uno de los más modestos, el caso del ajo, porque los elevados rendimientos que logró durante el periodo superaron todas las expectativas. Sí, las bursátiles y financieras incluidas.
Parte de la dieta diaria de propios y extraños, el ajo (en cajas de 10 kilos) estableció récord de precios en el mercado mayorista, al pasar de 90 a 280 pesos entre los primeros días de octubre y la segunda quincena de noviembre. Ello quiere decir que en sólo seis semanas los precios del condimento crecieron 311.1 por ciento, un promedio semanal de 51.8 por ciento y diario de 7.4 por ciento.
Supóngase un inversionista que vendió, digamos, sus acciones de Maseca en la BMV por la caída en las ventas de la empresa, y que destinó en octubre 90 mil pesos a la compra de mil cajas de ajo para almacenarlas y venderlas a mediados de noviembre, a un precio de 250 pesos --10 por debajo del mercado. Las pérdidas que hubiera resentido por la caída de los títulos Maseca en la BMV habrían sido más que compensadas por el rendimiento de 177 por ciento que le habría dado su inversión en el instrumento más modesto de la Ceda, pero además habría elevado sus 90 mil pesos iniciales a 280 mil.
Si consideraba a la Bolsa Mexicana de Valores, al mercado de dinero o a alguna parte del sector financiero como las únicas opciones de inversión, tome nota y agárrese. Ningún mercado ofreció los niveles de rendimiento que habría obtenido al comprar ajos en octubre para venderlos en noviembre en la Central de Abasto de la gran ciudad.
Ahora, si se sitúa en la perspectiva del consumidor final, la visión es inflacionaria y significa un mordisco más a la diezmada capacidad de compra. Si el detallista o el consumidor común lograron comprar el kilo de ajo a 20 pesos en noviembre --lo que sería una excelente compra estacional--, aun así estarían pagando más de ciento por ciento de lo que habrían gastado en octubre, tasa incomparable con el crecimiento inflacionario de 1.43 por ciento que estableció Banxico para octubre.
Lo que para unos es luz, para otros es la oscuridad de la noche. La diferencia estriba en dos variables: la creación de inventarios y la información oportuna y hasta privilegiada, herramientas esenciales para el comerciante, que no se encuentran al alcance del consumidor común. Este último no sabe que desde agosto comenzó a sentirse en el mercado la disminución en la producción del condimento, lo cual produjo los bajos precios del año pasado. Con los problemas de inundaciones y huracanes, tampoco podía estar enterado de las heladas que azotan Zacatecas --la capital nacional de los productores de ajo-- ni que la oferta procede de inventarios, de las bodegas de comerciantes previsores.
El consumidor común no tiene por qué saber que en la actualidad existe una muy reducida oferta del producto, que amenaza con prologarse hasta el final del año, y que comerciantes y productores evalúan la posibilidad de importar ajos de Argentina para atender la constante demanda nacional de condimento y evitar que los precios se disparen hasta perder mercado.
El caso del ajo sólo es ilustrativo de la riqueza que se genera en la Ceda y de los beneficios que pueden lograr comerciantes y consumidores cuando cuentan con las herramientas necesarias de todo buen inversionista. La Ceda es el mercado físico más grande de América Latina y uno de los mayores del mundo, y cada uno de los productores que en él cotizan pueden ofrecer cuantiosos rendimientos al comerciante, cuando éste actúa como lo haría cualquier inversionista en los mercados financieros tradicionales.
La información oportuna es una herramienta escasa y cara, pero quienes cuentan con ella obtienen excelentes resultados, obras maestras en el arte de la intermediación, como las que pueden encontrarse todos los días en el mercado de la Central de Abasto.