Friedrich Katz
La División del Norte y la toma de Torreón
El 26 de septiembre de 1913, los principales comandantes militares de Durango y Chihuahua se reunieron en Jiménez y eligieron a Villa para que los encabezara en una expedición cuyo objetivo sería tomar la ciudad de Torreón, una de las más importantes y ricas de México, centro también de las comunicaciones ferrocarrileras del norte. Su captura proporcionaría pertrechos y dinero a los revolucionarios, y les ayudaría a bloquear el abastecimiento de las fuerzas federales de Chihuahua.
Aparte de la creencia cada vez más difundida en que la unidad era la única forma de sobrevivir, otro factor convenció a los revolucionarios de Chihuahua de aceptar el liderazgo de Villa; la posibilidad de unir fuerzas con un contingente aún mayor, los hombres de la zona lagunera de Coahuila y Durango, y los revolucionarios de otras partes de este último estado. Para ellos, Torreón era la llave del control de su región. Desde julio de 1913 habían intentado sin éxito tomar la bien fortificada ciudad y habían sido rechazados con pérdidas enormes. Ahora apelaban a Villa para que les diera refuerzos y le ofrecían el mando del ataque conjunto. Para los revolucionarios de Chihuahua, la toma de Torreón era por lo menos tan importante como para los de La Laguna y Durango, ya que todos los refuerzos que iban del centro de México a Chihuahua pasaban por esa ciudad.
Para Villa, el asalto contra ``la Perla de La Laguna'', como llamaba a Torreón, presentaba grandes beneficios. Podía asegurarle el control de Chihuahua; su toma elevaría su prestigio, dado que en julio Carranza había asumido el mando del ejército que la sitiaba pero no había logrado tomarla. Pondría grandes recursos financieros a su disposición, lo que le permitiría armar y equipar a su ejército, y colocaría bajo su mando un contingente de seis u ocho mil hombres, más de los que nunca había encabezado y uno de los ejércitos revolucionarios más nutridos, si no el mayor.
Enterrar los planes de los federales
Los riesgos de la operación también eran enormes. Villa tenía escasa experiencia en el combate regular; las pocas veces que habían participado en campañas militares regulares, lo había hecho bajo el mando de otros. Carecía de uno de los principales prerrequisitos para atacar una gran ciudad: una artillería fuerte y bien organizada; sólo contaba con dos cañones que sus soldados habían capturado en San Andrés, y apenas tenía artilleros bien adiestrados para servirlos. Además, las tropas procedentes de La Laguna y de Durango eran famosas por su falta de disciplina.
Esa falta de disciplina había sido una de las principales razones por las que Carranza no logró tomar Torreón. Desesperó de hacerse obedecer de esos hombres y decidió dirigirse a Sonora. El problema había sido tan serio que, cuando un oficial del Estado Mayor de Carranza intentó detener la desbandada de los hombres de Calixto Contreras disparando contra dos de los aterrados oficiales que la encabezaban, los revolucionarios amenazaron con matar al Primer Jefe si no les entregaba a su oficial para que lo ejecutaran.
Un riesgo potencialmente mayor; aunque no sabemos hasta qué punto Villa estaba consciente de él, era que el ejército federal planeaba utilizar el sitio de Torreón para acabar con el núcleo central de la División del Norte. El comandante federal en Chihuahua, Mercado, había enviado un gran contingente a las órdenes del general Castro, para envolver a los revolucionarios en una especie de pinza. Mercado suponía que cuando fracasaran de nuevo en su intento de tomar Torreón, como les había sucedido ya en julio, los revolucionarios, debilitados y desmoralizados, se retirarían hacia el norte. Allí se toparían con el gran contingente de Castro, quien los haría pedazos gracias a la superioridad de su artillería y a la disciplina y organización de sus tropas.
En menos de una semana, Villa logró superar todos los obstáculos que se le presentaban, capturar Torreón y enterrar los planes de los federales. En pocas semanas más, tendría el control de todo Chihuahua.
Debió el éxito a la estrategia adoptada y al control que logró sobre sus hombres, así como a la ineptitud y la cobardía de los comandantes federales. También colaboró la poca voluntad de combatir que tenían muchos de los soldados federales, y especialmente los reclutas procedentes del sur de México.
El comandante federal de Torreón, Munguía, sobrestimó de tal forma su propia fuerza y subestimó tanto la capacidad de combate de los revolucionarios que envió a uno de sus generales, Alvírez, con 500 hombres, a la población de Avilés, en las afueras de Torreón, a atacar a un contingente muy superior de tropas revolucionarias. Estas lo hicieron pedazos, y Alvírez murió en la batalla con la mayoría de sus oficiales. Cuando las noticias de la derrota se difundieron por Torreón, a pesar de los desesperados esfuerzos de Munguía por ocultarlas, los federales se desmoralizaron.
Munguía había basado sus esperanzas de victoria en la superioridad de su artillería. La había situado en una serie de colinas que rodean las entradas a Torreón, desde donde debía lanzar un devastador diluvio de fuego sobre las avanzadas de los revolucionarios. Pero en una serie de ataques nocturnos que serían el signo distintivo de su estrategia, Villa y sus tropas se apoderaron de colinas tras colina, y de los cañones federales. Una vez que tuvo en sus manos esas cotas y la artillería en ellas estacionada, la situación de los defensores de Torreón se volvió crítica. En esa coyuntura, Munguía no sólo decidió no defender la ciudad, sino que no intentó siquiera retirarse en orden; sus hombres huyeron presas del pánico y él hizo otro tanto, al mismo tiempo que le ordenaba a un general subordinado, Anaya, que contratacara y recobrara las colinas. Anaya en efecto logró cierto éxito inicial e intentó convencer a Munguía de que le enviara refuerzos. ``Aprovechando esta calma marché violentamente, fui al hotel de San Carlos'', informó Anaya al secretario de Guerra de Huerta, ``a fin de darle parte al General en Jefe, pero no lo hallé, habiéndome informado uno de los ordenanzas que estaban en el zaguán, que desde las 5 de la tarde había salido en un automóvil y no había regresado; en seguida me regresé al cuartel del 5¼ Regimiento a ver si allí tenían informes del general Munguía, pero con sorpresa vi que el cuartel estaba solo; me dirigí otra vez al hotel San Carlos y me lo encontré también solo, sin que hubiera quien me informara del paradero del general''.
Más tarde, un consejo de guerra condenó a Munguía por cobardía. El general federal Castro, que estaba avanzando sobre Torreón desde el norte, resultó por lo menos igual de inepto, aunque no tan cobarde. Había colocado su artillería de modo tal que sus primeros disparos diezmaron a su propia infantería y casi provocaron una rebelión. No logró tomar la ciudad de Camargo, defendida por una fuerza muy inferior de revolucionarios. Nada es más revelador de los problemas y la estructura del ejército federal de Huerta que el informe sobre las actividades de Castro que envió su superior en Chihuahua, el general Mercado.
``Desgraciadamente el mando de las operaciones lo llevaba el general Castro, jefe que carece de los más triviales conocimientos militares y de la más rudimentaria instrucción. Se me preguntará que si la ineptitud de Castro me era conocida, ¿por qué le dí el mando supremo de la columna? Pues sencillamente porque así lo previene la ley militar, puesto que él era superior jerárquico entre todos los generales que iban en la columna y es necesario comenzar por respetar la ley para poder juzgar a los hombres con ella.''
Imponer la disciplina
Pero la ineptitud de los federales no fue la única, tal vez ni siquiera la principal razón del éxito de Villa en Torreón. Después de todo, sólo unos meses antes los mismos oficiales habían rechazado con éxito un ataque contra la ciudad. El éxito se debió a la estrategia que empleó y a su capacidad para transformar grupos de hombres que tenían escaso adiestramiento militar, y aún menos tradición de disciplina, en un conjunto bien organizado y altamente disciplinado. Su estrategia de incesantes ataques de día y de noche se impuso a la superioridad federal en artillería y fortificaciones, y finalmente desmoralizó a los oficiales enemigos así como a sus soldados. Villa podía ser mucho más drástico en la imposición de la disciplina que Carranza. No tenía reparos en fusilar sin más trámite a los hombres u oficiales de quienes sospechaba cobardía o desobediencia. Sin embargo, los campesinos revolucionarios de Durango y sus propios contingentes en Chihuahua aceptaron sin protestar esas medidas: era uno de ellos, y consideraban que tenía derecho a hacer lo que hacía.
El tipo de disciplina que lograba imponer se mostró claramente en la ocupación de Torreón. Muchos de los hombres que entraron en ésa, la ciudad más rica del norte de México, pensaron que podían repetir lo que habían hecho unos meses antes en la ciudad de Durango, que saquearon, robaron e incendiaron. Cuando las primeras tropas entraron en Torreón, la noche del 1 de octubre, parecía que los temores más horrendos que pudieran albergar los habitantes sobre robos y saqueos iban a verse confirmados. ``Durante la noche, varias tiendas de la calle Ramos Arizpe y de la avenida Hidalgo fueron casi totalmente saqueadas y otras lo fueron en parte'', informó el cónsul estadunidense en Torreón, Carothers. ``Visité esos lugares personalmente y las huellas de los rebeldes estaban por todas partes: sombreros, zapatos y ropas viejas por el suelo, mostraban que se habían cambiado de ropa en el lugar mismo del saqueo''.
Pero unas horas después, según el mismo Carothers, la situación había cambiado completa y espectacularmente.
``A las once, fui en carruaje a recorrer la ciudad para inspeccionarla (...) un orden espléndido reinaba en ese momento. Había guardias en todas las tiendas que habían sido total o parcialmente saqueadas, y había orden de disparar sobre cualquiera que intentara robar algo. Considero que las pérdidas reales por el pillaje llegan a lo sumo a los 500 mil pesos. Es menos de cinco por ciento de lo que esperaba la gente de Torreón que se perdería si la ciudad caía, y todos hacen grandes elogios del general Villa como jefe, por ser capaz de mantener semejante orden.''
El cónsul estadunidense Hamm, que venía de Durango y había presenciado el saqueo de esa ciudad y había ido a Torreón para conocer su situación, compartía la impresión de Carothers.
``Al llegar a Torreón el 9 del corriente, quedé no poco sorprendido ante el orden casi perfecto que reinaba, y porque los negocios funcionaban en condiciones cercanas a lo normal, y no pude evitar contrastar la completa desolación de Durango con las escasas huellas de destrucción y violencia visibles en Torreón. Varias tiendas habían sido casi completamente saqueadas en la primera exaltación de la victoria, pero pronto el general Villa y otros jefes pusieron alto a eso y establecieron una muy considerable disciplina. Prácticamente los únicos edificios quemados fueron los que los oficiales federales ordenaron incendiar antes de abandonar la ciudad, con el propósito de destruir las municiones.''
En algunos aspectos, la toma de Torreón fue la tarjeta de presentación de Villa ante el mundo. Tanto mexicanos como estadunidenses quedaron gratamente sorprendidos. No se trataba del bandido brutal e ignorante que robaba y saqueaba como muchos habían esperado. Los representantes de Estados Unidos no sólo elogiaron el orden que impuso, sino también la forma en que procuró proteger a sus nacionales. El cónsul Hamm alabó a Villa por haberse ``mostrado muy bien dispuesto hacia los estadunidenses y sus intereses''.
Otro aspecto de la política de Villa causó una impresión muy distinta en los observadores nativos y extranjeros: fue su decisión de ejecutar a todos los oficiales federales y a los soldados orozquistas que tomó prisioneros (los hombres alistados en el ejército federal tenían la opción de incorporarse al de Villa y a veces incluso los liberaba).