Manuel Vázquez Montalbán
Pinochet y el quinto lord
Don Augusto no ha tenido un cumpleaños feliz. Continúa, incluso se acelera para él, un via crucis en el que más de una vez tendrá que contemplarse en el espejo que le devuelve su rostro de genocida. Sospecho que debido a su edad, finalmente no pisará prisión alguna y volverá a Chile como un mártir de la Tortura y la Picana, sagrada causa defendida por sus truculentos abogados en la Cámara de los Lores. Pero el via crucis ya no se lo quita nadie.
Dos de los cinco lores que han decidido retirarle la inmunidad a Pinochet son judíos, es decir, tienen memoria del holocausto, y al tomar su decisión han pensado en el rostro de las víctimas de aquel como si fuera el rostro de las víctimas de Adolfo Hitler.
Los dos lores que estaban en contra de retirarle la inmunidad forman parte de la secta de la razón de Estado, esa que en el Reino Unido ha amparado la tortura y la guerra sucia en las colonias exteriores o en las interiores, como Irlanda del Norte, sin que se les pusiera a sus señorías jamás la peluca a media asta.
El quinto lord, el que ha decidido, pertenece simplemente al género humano y se ha sentido en algún momento un hombre solo y débil, cómplice pues de los débiles, de todos los expuestos a los Pinochets de este mundo; se ha situado a la altura del juez Baltasar Garzón, un nombre a situar en el comienzo de la larga marcha hacia un nuevo orden legal internacional, hasta ahora lo más positivo que nos ha aportado la globalización. Hoy, no es que pueda ser un gran día, es que es un gran día.
Es como si aún fuera posible el sueño de la razón, por encima de los cadáveres éticos de los teólogos de la razón de Estado y de la soberanía de la represión. Si Tony Blair no lo impide, Pinochet volverá a España en circunstancias bien diferentes a la de su visita en otoño de 1975, cuando representó a Chile en los funerales de Francisco Franco, de quien se declaró ferviente admirador.
Entonces, los ultras españoles le gritaban ``vivan los generales valientes'', porque Pinochet había tenido el valor de ametrallar a masas indefensas; de troncharle las muñecas al cantante Víctor Jara; de torturar hasta la muerte al funcionario internacional español Carmelo Soria; de asesinar en Argentina al general demócrata Carlos Prats González, o en Nueva York al político socialista Orlando Letelier o de atentar en Roma contra opositores democráticos.
Ahora volverá a España perseguido por un clamor universal tardío y oportunista, pero necesario, como si le gritaran: ``¡Al ladrón! ¡Al asesino!''. No, no es un anciano de 83 años. Es un torturador de 83 años.
La tenacidad de la memoria de las víctimas o de sus descendientes y de un juez español, el sentido común de lord -el quinto lord inglés-, han puesto en marcha el imaginario emocionante del gobierno universal de la razón. Este milenio va a acabar mejor de lo esperable. Se había diseñado el happy end de un presente sin pasado y por lo tanto, sin causas ni culpables de tan miserable fin de fiesta y de momento ya tenemos a uno de los matarifes más significados obligado, al menos, a celebrar su cumpleaños lejos de las fosas comunes que tanto se jactaba de haber llenado económicamente. Escrupuloso con el presupuesto general del Estado, según confesión tragicómica propia, había utilizado muchas veces un ataud para dos cadáveres.