¡Qué difícil reunión de la OPEP la del miércoles y jueves en Viena, prácticamente sin resultados esperanzadores para los productores, como México, necesitados de un mejor precio del crudo!
La reunión semestral que tradicionalmente durante un día celebra la OPEP duró dos días. Apenas el jueves en la tarde los tres bloques formados por los 11 productores lograron aceptar, no sin conflictos, que no se ponían de acuerdo.
Por diversas razones, muy particulares en cada caso, Irán, Irak y Venezuela ya no mostraron disposición a controlar la producción. Arabia Saudita, los Emiratos Arabes, Indonesia, Nigeria y Qatar, en cambio, ratificaron la necesidad de continuar hasta marzo --incluso hasta diciembre-- del próximo año la disminución de 2.6 millones de barriles diarios acordada en junio pasado. Argelia, Libia y Kuwait, persuadidos de la gravedad de los bajos precios, se mostraron más radicales respecto a la necesidad de un mayor control de la producción.
La presencia observadora de México, Omán y Rusia manifestó la importancia, aunque también la impotencia de los productores, por lograr ya no sólo la recuperación de los precios, sino por evitar su desplome, luego de que desde el jueves pasado las cotizaciones siguieron disminuyendo, hasta alcanzar su nivel real más bajo desde 1973, similar al registrado de 1935 a 1947: cerca de 8 dólares para el caso de la canasta de crudos que importa Estados Unidos.
El juego de la oferta y la demanda apenas permite entender parte del problema, pues, efectivamente, atrás de los desequilibrios entre una oferta excedentaria en relación a una demanda drásticamente disminuida como resultado de la crisis económica internacional, desequilibrios agudizados por el clima y los más altos inventarios de los últimos años, atrás de ello, efectivamente, se esconde la violenta disputa por la renta petrolera. Un consumo mundial de poco más de 74 millones diarios de petróleo al día y una comercialización internacional cercana a 36 millones de barriles, explican que por cada dólar que descienden los precios del crudo los productores dejan de percibir 36 millones de dólares al día, poco más de mil al mes y 13 mil millones al año.
Recordemos que con el descenso de prácticamente siete dólares de 1997 a 1998, se han dejado de pagar 190 mil millones de dólares, mismos que, en buena medida, se sumaron a los otros dólares ahorrados con la baja de otras materias primas, permitiendo una circulación internacional de dinero sin precedentes, que impulsó la especulación financiera a un punto realmente insostenible, merced a la colocación obligada de fondos en las bolsas de valores de todo el mundo y en préstamos de corto plazo, en condiciones de creciente insolvencia.
Una vez más, como aconteció de 1974 a 1982, con el ascenso de precios de 1994 y 1996 la renta petrolera se acrecentó y recirculó en el mundo financiero, obligando a que otras esferas económicas contraatacaran a la petrolera, llevándola a bajar precios y con ello a dejar fondos libres también para la especulación, con la consecuente expulsión de muchos productores de la competencia; esto hizo bajar el costo de producción aceptado por el mercado, es decir, el más alto que los consumidores reconocen implícitamente con el precio, y que en estos momentos no es mayor a 8 o 9 dólares (en México cerca de dos), a diferencia del periodo 1994 a 1996 en que por el ascenso productivo el mercado llegó a aceptar la explotación de yacimientos con costos cercanos a los 15 dólares.
Esto permite elaborar una explicación más satisfactoria de varios fenómenos que en estos momentos resultan inquietantes: 1) la dinámica de corto plazo que han establecido la oferta y la demanda de petróleo; 2) el poco éxito del control de la producción para elevar precios o evitar su caída; 3) las pugnas al interior de la OPEP y el ánimo de muchos productores no OPEP (sobre todo los de más bajos costos de producción, México incluido) por no respetar ya ningún control; 4) las perspectivas desalentadoras para una rápida recuperación de precios; 5) las dudas sobre el nuevo nivel histórico de costos de producción y de precios que el mercado está dispuesto a reconocer; 6) la geopolítica que toda esta nueva situación desencadena.
En este contexto lo peor que puede hacer México es abrir sin control sus válvulas, aprovechando su fortaleza competitiva por sus bajos costos y su cercanía con Estados Unidos, incluso con el pretexto de garantizar el tan demagógicamente manejado gasto social.
Una guerra de producción desencadenaría una nueva guerra de precios; conduciría las cotizaciones a niveles aún más bajos; se producirían desajustes productivos y financieros aún más dramáticos. Para nuestro país esto sería francamente terrible. Lo mejor, actuar con prudencia y astucia estos meses, atendiendo los efectos del alza estacional de la demanda en ese invierno; prepararse para una recuperación estructural de precios que puede exigir de siete a ocho años, y aprender a vivir con menos dependencia del petróleo, lo que implica dejar de subsidiar fiscalmente --aquí sí en serio-- a los capitales especulativos y rentistas que, como dice hasta el cansancio un amigo, actúan sin vergüenza en nuestro país, cual casino de juego.