José Cueli
Eco, entre Searles y Derrida

En El País me enteré que el diario La Stampa, en vísperas del nombramiento de Jacques Derrida como doctor honoris causa de la Universidad de Turín, promueve una discusión entre los seguidores del filósofo francés y los discípulos de la escuela analítica como John Searle. El debate tendría como moderador al semiólogo Umberto Eco, quien acaba de publicar un ensayo sobre las estrategias de la mentira.

Eco, en sus escritos, se ha mantenido equidistante de ambas escuelas, y señala que el pensamiento procede por opuestos, uno de los cuales siempre priva sobre el otro. Para Derrida, ``la voz ha sido privilegiada en Occidente sobre la escritura interna. Y la otra, de Searles, que defiende el pensamiento analítico. Dicha decisión surge a raíz del honoris causa a Derrida, en Turín, lugar de nacimiento del autor de El nombre de la rosa.

El artículo señala que ``del lado de Derrida estarían el filósofo italiano Gianni Vatino, la psicoanalista lacaniana Julia Kristeva, la feminista Luz Irigaray y Emanuel Levinas. En el lado de Searles estarían Jürgen Habermas, Rodolfo Kampa y Paolo Rossi''.

Es evidente que Jacques Derrida estaría en la línea de los lenguajes, el del yo consciente (la voz) y la del sujeto que habla por los jeroglíficos de la estructura interna en contra del pensamiento analítico enfocado a lo consciente; lo lógico, la tradición logocentrista.

El propósito y método de la deconstrucción derridiana es la deconstrucción de la metafísica tradicional, continuando el hilo de los discursos antecedentes de Freud, Nietzsche y Heidegger. Lo que pretende suplantar dicho pensamiento es la cultura de la presencia, de la voz y el logos. Descripción, no definición y utilidad en el sentido de una aproximación capaz de producir un reconocimiento, un horizonte de comunicación que sitúe al lenguaje como el lugar en el que podemos experimentar la presencia y la ausencia; el ``Fort y el Da'', del más allá del principio del placer de Freud.

Derrida elige una experiencia subjetiva. Enigma metafórico que trata de expresar el correlativo enigma de un punto de vista que se coloca del lado del sujeto, como gesto decisivo, culminación y moderno comienzo de un viaje, en el que el viajero (nosotros mismos) creerá elegir el camino, mientras él mismo no se percata de que es él mismo, el efecto y artificio de dicho viaje.

Citar y escribir sobre Derrida implica exponerse a modificaciones y fluctuaciones, puesto que lo que sigue escribiendo transformará su obra, máxime cuando lo que se propone es mostrar la imposibilidad, el error radical que supone toda voluntad ideal del sistema. Derrida rechaza cualquier tipo de centralidad, de fijeza. A la continuidad y puntualidad del tema, a la coagulación del concepto, opone el juego diseminado del texto; la múltiple condensación dinámica del haz de tejido, ``un poco de cruce histórico y sistemático que es sobre todo la imposibilidad estructural de cerrar esta red, de interrumpir su tejido, de trazar en él una marcha que no sea nueva''.