La Jornada viernes 27 de noviembre de 1998

Astillero Ť Julio Hernández López

La decisión tomada por la Cámara de los Lores, negando inmunidad al senador chileno Augusto Pinochet, ha producido un explicable júbilo en una importante franja de la humanidad que entiende (con plena razón, a juicio de este columnista) al viejo dictador como repugnante síntesis de lo peor que el hombre puede producir en sus ámbitos civil y militar.

La resolución tomada por decisión dividida (como divididas están también las opiniones en las calles del propio Chile, donde la derecha podría tomar de este acicateo una ventaja significativa en próximas elecciones) ha oxigenado el cuerpo de una izquierda latinoamericana golpeada por los años de dominio neoliberal y el fracaso del modelo socialista.

Pero el vibrante caso que hoy congrega en litigio a Inglaterra, España y Chile no puede ser visto tan sólo como una estampa ajena o como un caso histórico. Una buena forma de que la solidaridad con lo que pasa en Londres sirva a la realidad de México es revisar con cuidado los propios expedientes secretos del gobierno mexicano en materia de los mismos delitos que hoy mantienen en reclusión a Pinochet. Sin el agravante histórico del golpe de Estado, pero en México también ha habido, y hay, pequeños Pinochets o, si se quiere expresar de otra manera, facetas claras de pinochetismo.

Los sótanos del poder

Hoy mismo, en el momento justo en el que el lector esté enterándose del contenido de esta columna, es seguro que habrá cuando menos un mexicano sufriendo tortura, encarcelamiento clandestino, desaparición o maltrato de parte de autoridades policiacas. La violación de los derechos humanos ha alcanzado ya en México categoría institucional.

Pero tales agravios de carácter meramente policiaco han ido abriendo paso a otros de tinte político e ideológico, y en ellos participan ya no sólo las fuerzas tradicionales de seguridad pública, sino también élites de inteligencia política y elementos militares. En los lugares donde ha estallado la inconformidad social, como Guerrero, Oaxaca y Chiapas, se tienen con una inquietante frecuencia reportes de campesinos e indígenas que se dicen agredidos por esas fuerzas oficiales. Igualmente se han multiplicado las acciones directas, mortales varias de ellas, contra dirigentes sociales de oposición al gobierno.

A escala internacional, los reportes de los principales organismos defensores de los derechos humanos colocan a México en casilleros ocupados por naciones gobernadas mediante métodos abiertamente dictatoriales. El descrédito de nuestro país en el mundo no es gratuito ni caprichoso. Día tras día las corporaciones policiacas y militares producen el suficiente material para engrosar esos expedientes oscuros.

Patriotismo y picanas

Sin embargo, y a pesar de que se tienen indicios suficientes para inferir el grado de brutalidad que aplicaron en el cumplimiento de sus funciones, sobrevive en México una especie de leyenda amable respecto a los personajes que se han encargado de las tareas de seguridad.

Jefes de sombrías direcciones federales de seguridad, de centros de inteligencia, de subsecretarías o secretarías... esos personajes suelen recibir de cierta prensa cómplice un tratamiento reverencial, destacando sus presuntas o reales virtudes de hombría, culto a la amistad y un muy discutible amor a México que les habría llevado a enfrentar con la dureza necesaria todo acto subversivo o contrario al interés de las instituciones nacionales.

Tras esas leyendas forjadas a base de galanteos y atenciones a los amables escribanos, está una terrible realidad de cárceles clandestinas, de violación de leyes y Constitución, de torturas, de salvajismo demencial. Las historias de la represión política estremecen, pero las fachadas hechas de material prefabricado ensalzan a sus ejecutores.

En México, pues, también hemos tenido nuestro pinochetismo criollo, que no ha asaltado el poder porque no ha habido necesidad, pero que se mantiene allí, cada vez más activo (Guerrero, Oaxaca y Chiapas deben ser anotados aquí de nuevo), reprimiendo, torturando, combatiendo lo que atente contra ese poder establecido.

En Chile, todo comenzó de alguna manera como acá. Luchas democráticas y arribo de una opción de izquierda al poder. Como allá, acá también hay voces y tendencias al interior de la institución castrense, que no están convencidas de las bondades de la democracia y de la alternancia en el poder.

Por ello, desde ahora es necesario luchar contra esos indicios pinochetistas, y celebrar lo que hoy sucede en Londres evitando que algo parecido llegase a suceder aquí.

Mario Villanueva, el chueco

A nadie puede tomar por sorpresa que al gobernador de Quintana Roo se le ligue abiertamente con el narcotráfico. Tal acusación ha sido persistente a lo largo de su mandato y en especial en los años recientes, durante los cuales aquella entidad se convirtió en escenario frecuente de asesinatos entre bandas de criminales, decomisos de droga y riñas entre las propias corporaciones policiacas o entre éstas y sus protegidos o perseguidos.

Aparte del expediente no comprobado pero jamás desvanecido del narcotráfico, el gobernador Mario Villanueva Madrid se esmeró durante su sexenio en acumular indicios de autoritarismo peligroso, casi criminal, y de negocios siempre bajo sospechas de corrupción.

Es posible, sin embargo, que la suerte del citado personaje no fuese distinta a la de varios de sus congéneres que han pasado también los trances de las acusaciones de narcotráfico, que han dejado sus cargos estatales y ahora se pasean tan a gusto por las calles, en autos blindados, con escoltas numerosas y fortunas abultadas.

Sin embargo, Villanueva Madrid tuvo la desgracia de equivocarse en política, y no por apoyar tan activamente a Manuel Bartlett, otra ave siempre relacionada con el pantano del narcotráfico, sino por pretender disputar al Presidente de la República la designación del candidato priísta a gobernador del estado.

Obligado a renunciar a su pretensión de imponer al senador Jorge Polanco Zapata, el gobernador Villanueva Madrid encabezó una especie de rebelión interna, en la que llegó a declararse adverso a la directiva nacional priísta y en especial al secretario general, Carlos Rojas. En sus devaneos, don Mario llegó a coquetear con el perredismo, pretendiendo convertir en mártir de la democracia a su delfín Polanco Zapata y hacerlo candidato a gobernador.

La corrupción, el narcotráfico, la incapacidad, el fraude, todo se perdona en la mafia menos la traición. Y Villanueva Madrid ha entrado en esa categorización. Ahora, la Procuraduría General de la República investiga los nexos e indicios que todo mundo conocía desde años atrás en Quintana Roo. Y un diario extranjero, The New York Times, coloca en la guillotina al gobernador del sureste, cuyo presunto expediente criminal da a conocer junto con su alias: El Chueco.

En los asuntos importantes de la mafia, el que se equivoca, pierde.

Astillas: Felipe Calderón ha abierto fuego contra el presidente Zedillo, a quien acusa de hablar ``más de lo que oye''. Según el panista, la actitud ``equivocada'' del Presidente, los regaños de Gurría y la actitud general del gobierno hacen muy difícil llegar a arreglos políticos sobre el presupuesto federal para el año entranteÉ A propósito de panistas, en Guanajuato diputados blanquiazules defendieron a Augusto Pinochet y acusaron a Gran Bretaña de realizar ``terrorismo imperial''. Sería interesante conocer la opinión exacta de Vicente Fox respecto del ex dictador chilenoÉ Una de las consecuencias claras del manejo irregular que se dio a la postulación perredista de candidato a gobernador en Veracruz fue la división interna. Ahora, dos de siete diputados locales de ese partido se han negado a acatar el resolutivo de un congreso estatal que les prohibía asistir a la faraónica toma de posesión de Miguel Alemán.

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