A diferencia de los demás estados de la Federación, el Distrito Federal ha sido marginado de diversos apoyos y beneficios.
Tan solo, en el caso del presupuesto del gobierno del DF, correspondiente a 1999, dispondrá de 52 mil millones de pesos, aproximadamente, monto insuficiente frente a las enormes demandas existentes en la capital de la República. De hecho, la ciudad de México, por lo que se refiere al erario nacional, aporta más de lo que recibe. Sin embargo, los castigos prevalecen y ahora pueden ser hasta mayores.
De entrada, el gobierno de la ciudad no recibirá una vez más recursos del fondo de apoyo a la infraestructura social municipal, porque no lo integran municipios, pero tampoco por concepto de combate a la pobreza, del fondo tres del ramo XXXIII, en función del supuesto que habiendo pobres aquí, no se alcanza el rango de extrema pobreza. Desgraciadamente la hay y son cada vez más los núcleos de población urbana sumidos en la indigencia por la crisis económica que prácticamente ya padecemos todos.
Además, con los nuevos recortes y ajustes aplicados a los programas sociales, esa situación se agrava en lo que se relaciona a la entrega de leche a bajo precio, pues será casi un millón de familias, en gran parte del DF, las que queden desprotegidas y mermados sus hijos por la desnutrición. También la eliminación del subsidio generalizado de la tortilla impactará a los sectores más desvalidos de la población, ya que su dieta alimenticia incluye ese producto.
Esta desventajosa condición de la ciudad proviene de un entreveramiento de hechos y situaciones de su pasado y su presente, que se amasan y obstruyen vías de prosperidad común.
Ahí sigue todavía ese centralismo que, al impedir un crecimiento más armónico y equitativo, oprime al DF y a la vez desbalancea el desarrollo de las regiones del país.
Permanece aún ese corporativismo, que sólo cambia de piel cuando se acercan elecciones y repta por donde hay más votos.
Igual gravita negativamente la pesada carga de la deuda pública proveniente de administraciones pasadas, a la que probablemente habría que adicionar el próximo año 7 mil millones de pesos, aproximadamente.
Adicionalmente, el nuevo signo democrático de la ciudad de México se ve frenado por intereses de grupos que han endurecido su conservadurismo tradicional y todavía influyen; pero también por razones de competitividad electoral.
Todo ello, sin contar las adversidades y catástrofes naturales, que se presentan azarosamente y exigen recursos para auxiliar a la población, afectando el presupuesto planeado.
Pero sobre todo prevalece la negativa a reconocer que el Distrito Federal debe y puede tener los mismos derechos, facultades y obligaciones, como cualquier otra entidad federativa, sin dejar de ser capital de los mexicanos y sede de los poderes federales.
Aún persisten los coletazos de ese presidencialismo absolutista que, cada vez más extraviado, actúa contra la razón histórica y las aspiraciones ciudadanas, aferrándose al control del gran centro político de la nación, que ahora más que nunca empieza a ser de todos.
Realidades funestas que evidencian autoritarismo, insensibilidad social y perversidad política.
¡No más castigos! Pero tampoco premios que nadie pide, pues no se trata de instaurar mecanismos que gratifiquen a cambio de la sumisión.
Es preciso revertir obstáculos y condiciones adversas, producto del presidencialismo del ayer y el neoliberalismo de ahora, mediante propuestas serias, participación responsable y compromisos concretos que apunten hacia una solidaridad social renovada.