y el agravio la venganza es el largo nombre de esta comedia de Juan Ruiz de Alarcón, una de las menos conocidas entre nosotros, y escenificada por Héctor Mendoza en la Casa del Lago más de tres décadas antes del montaje de Germán Castillo que tuvo breve temporada en el Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Aunque la obra alarconiana ya no está en cartelera, vale la pena ocuparse de ella por dos causas. La una, que el grupo de teatristas que la presentaron desean dar temporada en algún otro espacio. La otra, que el Auditorio Justo Sierra, el Che Guevara de todas las asambleas en que convergieron las ansias renovadoras de varias generaciones, haya devenido teatro. Empezaré por la segunda.
El extraño hecho de que un Departamento de Literatura Dramática y Teatro no tenga un escenario en el que sus estudiantes puedan practicar y dar a conocer lo que en sus aulas se enseña, ha sido causa frecuente de disputas y rivalidades sobre todo con el CUT, en donde no se otorgan grados pero sí se hacen representaciones (de allí la esperanza de que ambas escuelas se fusionaran en una sola Facultad de Teatro que tomara lo mejor de la una y de la otra, esperanza desvanecida por los recortes al presupuesto que sólo atinan a suprimir la supuesta excelencia académica). Las demandas de los estudiantes han sido siempre justas y siempre ignoradas, así algunas se hayan apoyado en hechos de cierta fuerza y aunque el estudio del teatro no fuera ya más esa especie de incómoda excrecencia de una Facultad tan seria como lo es la de Filosofía y Letras. Es de esperarse que este auditorio sirva para muchas más escenificaciones de los alumnos del departamento y que, para ello, sea dotado por lo menos de un buen sistema de iluminación porque el muy precario equipo con el que trabajó Alejandro Ainslie -que ya ha probado su capacidad en otros montajes- impidió que cuajara la evidente, a pesar de estos tropiezos, propuesta de Germán Castillo de no usar más escenografía que una cámara negra con sus piernas, contrastando con un rico vestuario (diseñado por Cristina Sauza) en acotada gama de colores (blanco para las damas y sus criadas, tonos de beige para los caballeros y rojo para don Sebastián) y en la que los juegos de luz resultan imprescindibles.
La culpa busca la pena y el agravio la venganza es un texto muy discutido de Alarcón, al grado de que para muchos es sólo atribuible y uno de los argumentos para afirmar que en todo su estilo resulta alarconiano, es decir, que sí es del autor novohispano consiste en la frecuencia de los apartes y aun esto para alguno es defecto de dramaturgo principiante. Y es verdad que la trama es bastante desequilibrada y que una comedia de enredos amorosos muy típica adquiere otro tono, más o menos abruptamente, cuyo final recuerda un tanto a la Estrella de Sevilla de Lope, si bien planteado de manera precipitada: es una comedia mal contada por el clásico, escrita en versos barrocos de diferente métrica, que divierte a ese público de jóvenes estudiantes a quienes está destinada, en gran parte porque a todos nos gusta seguir los lances de amor y, sobre todo, por la traducción escénica que le ha dado Castillo.
Haciendo a un lado las disputas de los gramáticos, la gran cantidad de apartes insertados entre los diálogos es aprovechada por el director, al hacer de necesidad virtud, cuando las faldas de las mujeres, o algún manto, sirven de biombos movibles, lo que crea un efecto muy gracioso. Pareja en eficacia la ausencia desde mobiliario y de utilería, sólo marcada a base de mímica, que da lugar a juegos como el de doña Ana sentándose prácticamente en el aire. Esta escasez de medios que de algún modo se emparenta con el expresionismo escénico da lugar a que la escena en que don Antonio hace su penosa confesión pueda ser dicha por toda la compañía que se cubre con máscaras del viejo, logrando un momento de gran impacto visual aunque la letra de esta escena clave en el desarrollo de la trama no quede muy clara, al ser cantada por todos -con la música de Alejandra Hernández- y mucho de su significado se pierda.
Germán Castillo reunió para esta escenificación a alumnos del Departamento de Literatura Dramática y Teatro y a actores ya muy hechos egresados del mismo. En primer lugar, la excelente Pilar Boliver que ya mostró su dominio del verso español en un espectáculo que el mismo director hizo acerca de Sor Juana. Marcos García, también con experiencia en decir verso, pero que aquí acentúa de modo extraño, y el buen actor cómico que es Ausencio Cruz que recuerdan sus tiempos universitarios.