Nunca seré otra cosa que un escritor peruano: Alfredo Bryce Echenique
César Güemes Ave migratoria de Perú, Alfredo Bryce Echenique es el actual Premio Nacional de Narrativa de España por su más reciente libro, Reo de nocturnidad. Decidido a regresar a su país de origen por razones sentimentales, las mismas que mueven a sus personajes, no quiso hacerlo sino hasta dar por terminada esa obra, más la novela La amigdalitis de Tarzán y el libro de cuentos Guía triste de París. El reconocimiento, la noticia de que vendrá a México a presentar algunas de sus nuevas obras y el placer de conversar con él, dan pie para el diálogo con el padre del rocambolesco e indispensable Martín Romaña.
-Si el Premio Nacional de Narrativa, que ha obtenido, es para españoles, ¿qué le representa a usted, nacido en Lima?
-He vivido en España los recientes 15 años y regresaré a Perú a principios de 1999. Así que veo al premio como una especie de broche de oro en un país que me adoptó. Es una ``salida por la puerta grande'', digamos. Es un reconocimiento, me imagino, a mis libros pasados y a los nuevos. En cuanto a la opción de recibir ese galardón que es español, se da porque entre Perú y España existe un tratado de doble nacionalidad. Aunque nunca seré otra cosa que un escritor peruano.
Dejar la bolsa y optar por la vida
-Pasó mucho tiempo fuera de su país de origen. ¿A qué se debe el regreso?
-Es una de esas cosas puramente irracionales y sentimentales. Finalmente la tierra lo atrae a uno, la familia, los paisajes de toda la vida, los amigos. He vivido a caballo por el mundo, pero no sé si alguna vez salí de Perú del todo. Lo que pasa ahora es que constantemente tendré que venir a Europa por los asuntos de mis libros y de las personas que acá conozco.
-En el 97 le entregaron el Premio Internacional de la Paz Dag Hammarskjold, que no es precisamente literario. ¿Con base en qué razones se lo confieren?
-A que mi obra apela a los buenos sentimientos, a la reconciliación entre los seres. De modo que se dio por razones literarias que tienen que ver con el humanitarismo.
-Usted tiene una buena cantidad de premios. ¿Lo impulsaron en su momento?
-Creo que no deben ser el motor para que uno escriba, son un resultado circunstancial. Los reconocimientos son laterales, nunca son el norte de una obra. Se agradecen porque eso quiere decir que uno es leído, pero no se puede pensar que alguien va a obtener algo más que lectores si se dedica a escribir.
-Fue por Reo de nocturnidad que le confieren el Nacional de Narrativa en España. ¿Ha encontrado finalmente la paz entre usted y sus fantasmas con esa novela?
-Eso es parcialmente cierto. Los escritores tenemos fantasmas, obsesiones y pasiones que nos mueven a hacer libros, sobre todo a los que somos emotivos o intuitivos, los que escribimos más con los nervios y los sentimientos que con la razón. No me considero en ese sentido un intelectual, sino un artista. Siempre he tenido ideas latentes sobre lo que quiero hacer y llega el momento en que esas ideas triunfan. A propósito de mi regreso a Perú, por ejemplo, tuve la intención de volver hace tres años, pero me quedaban en el tintero un par de novelas que terminaron por ser: Reo de nocturnidad, La amigdalitis de Tarzán y Guía triste de París. Quise hacerlo acá antes de volver a América, porque el shock de encontrarme con mi país será fuerte. Sé que mi sensibilidad será agredida por muchos aspectos de la realidad peruana. Ahora me fijaré en lo bueno de Perú y me acostumbraré a lo malo.
-Si bien dice que su vida es más de artista que de intelectual, ha realizado estudios y una vida académica que lo conforman como un intelectual sólido. ¿Necesitaba de este tipo de formación para ser escritor?
-Francamente, no lo creo. Cuando se es joven se cuenta con la energía para desdoblarse en muchas otras personas, pero luego se va volviendo una tarea difícil. Mi cargo en las universidades, sobre todo en Francia, me resultaba muy complicado. No podía dedicarme a disecar los libros que caían en mis manos y al mismo tiempo dar vida a los que iba produciendo. Eso me hizo abandonar la enseñanza. Era la bolsa o la vida: dejé la bolsa y me dediqué a la vida. Luego he ejercido la enseñanza por periodos cortos para ganar un poco de dinero. Y he buscado espacios en los que no me conoce casi nadie y eso me da el tiempo que necesito para escribir.
-Dio clase por necesidad económica, entonces, más que por vocación.
-Eso fue para mí un modus vivendi. Era una forma de ganarme la vida, precisamente para no necesitar el dinero de mis libros. Así, pude hacer con toda libertad novelas tan gordas y tan largas que a lo mejor nadie quería. Dí clase para hacer lo que se me daba la gana en la escritura, para no pensar en las publicaciones ni en el espacio. Claro que dí clase con toda la seriedad requerida porque no me gusta defraudar a nadie.
-Algo que me ha interesado mucho de sus trabajos es la extensión y el tiempo de escritura. En el caso de La vida exagerada de Martín Romaña debió dedicarle considerables años.
-Varios. Estuve con esa novela y con la que la continuó, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, desde el 78. A Martín Romaña lo comencé a trabajar en el sur de España, en una casa que me prestaron para estar solo. Después seguí por múltiples ciudades. Y cinco o seis años no hice casi nada más. Fueron dos novelas que escribí con verdadera pasión. Viví para esos dos libros.
Peruanizar todo lo más cercano
-¿En efecto, como lo dice el subtítulo de La vida exagerada..., hubo en su vida un sillón Voltaire?
-Ninguno. Ahora tengo uno modelo Voltaire, con una placa que dice mi nombre y el título del libro más el año, 1983, que fue cuando gané el premio de los libreros en Francia. Estos me visitaron y al darse cuenta de que no había ningún sillón Voltaire por ninguna parte, en lugar de una medalla me obsequiaron ese mueble. Es verdad que los lectores amables me confunden a veces con el personaje. Ahora que tengo ese sillón lo uso para todo menos para leer o escribir porque es incomodísimo. Es bello, pero le doy utilidades varias. Escribir en un sillón Voltaire es imposible.
-Seguramente también le dedicó buena parte de su tiempo a Un mundo para Julius, que es una novela larga y contiene una suerte de estudio de lo que es la infancia.
-Esa otra novela la vine escribiendo desde que nací, es algo muy raro. Le dediqué dos o tres inviernos en París y fui feliz realizándola porque me encontré a mí mismo como narrador. Fue algo mágico. Ya había hecho el libro de cuentos Huerto cerrado, que no me había satisfecho del todo. Pero de repente leí unos cuentos de Cortázar que me revelaron quién era yo como escritor, cuál era el Bryce Echenique dentro de mí. Un mundo para Julius fue un cuento al principio, pero en cuanto rebasó las 10 páginas iniciales se fue hasta la extensión que ahora vemos. Esa novela tuvo buena acogida, pero la que más tiempo y trabajo me ha implicado es No me esperen en abril, porque tuve que leer historia de Perú, ciencias sociales, antropología, economía y estudios sobre el poder en mi país. Todo para convertirlo en una novela como la que espero haber conseguido, con un personaje de doble y contradictoria personalidad.
-Quizá para No me esperen... debió tomar cierta distancia de Perú.
-No creas que tanta, iba y venía. No sé hasta qué punto hay que viajar para querer más a la propia casa. Nunca he dejado mi país, siempre peruanizo todo lo que está a mi alrededor. Dicen que la distancia hace que uno tenga más perspectiva y, salvo que lo compruebe en cuanto regrese, lo que sé es que si la hubiera hecho hace diez años no sería la novela que fue, se habría limitado a la historia del colegio del personaje y no sería un fresco histórico de la vida en Perú.
-Generalmente los personajes femeninos funcionan en sus obras como motor narrativo. Hay tantas coprotagonistas como protagonistas varones. ¿Está de acuerdo?
-En mis novelas privan las relaciones humanas, como la solidaridad, la amistad, el enamoramiento o la fidelidad. Mis personajes se mueren por razones sentimentales. Eso son mis novelas: propuestas sentimentales.
-¿Esto lo ha movido a usted, también, más allá de sus personajes?
-La decisión de volver a mi país es sentimental. Estaba una vez con un grupo de amigos entrañables, todos escritores, seres maravillosos, en Perú, y de repente me dije: esto es lo que me gusta, este paisaje. Si lo hubiese dicho en Lima, a lo mejor hubiera tenido alguna lógica, pero se los dije en el norte de Perú, en donde jamás había puesto los pies. Fue un momento propiciado por el paisaje costeño, el mar, las personas que me recibían bien. Me sentí realmente querido. Pensé que ese era un inmejorable lugar no para ir a morirse, sino para agotar el resto de la vida. Por eso, sólo volví a Europa para terminar con los libros que te digo y regresar a casa con los deberes hechos.
-A sus casi 60 años, ¿siente que ha hecho lo que ha querido?
-Me parece injusto eso de la edad, pero sí, he hecho lo que he querido. Perdí mucho y después me he recuperado. La escritura me salvó de la tristeza, de la desgracia o de la locura; ha sido para mí una pasión maravillosa. Me siento un tipo muy afortunado por haber hecho lo que deseaba: escribir.