Domingo 22 de noviembre, 1:30 de la madrugada. Mientras conduce por una avenida de la delegación Cuauhtémoc, Enrique les dice a sus amigos extranjeros: ``De tan irrespirable y fea, de tan invivible, insegura y caótica, esta ciudad acaba siendo fascinante y hermosa. Aquí -agrega filosóficamente- se concentra lo mejor y lo peor de México. Todo lo humano y, por momentos, demasiado humano...'' Enrique lleva años viviendo en México y está contento de haber mostrado espacios y rincones de la noche mexicana.
Pero nadie tiene la vida comprada. Por Chapultepec, Enrique toma el carril interior de la glorieta y por Insurgentes, a gran velocidad, hace lo mismo una vieja Brasilia en la que viajaban cinco jóvenes muy alegres. El impacto es inevitable. La baranda de contención impide que el Golf de Enrique caiga al hoyo de la glorieta.
Milagrosamente, los ocupantes de ambos vehículos salen ilesos. Acosado por la culpa, el conductor de la Brasilia se baja del vehículo y corre hacia el Golf y dice: ``¡Señor, por favor, que no tengo seguro, que no cargo licencia, que estoy sin dinero!...''.
Aparece el primer patrullero, el segundo, el tercero y uno más. Testigos, curiosos y comedidos también se hacen presentes. Los oficiales empiezan con el interrogatorio de rigor. La enfermera de una ambulancia atiende a dos muchachas de la Brasilia, atacadas por los nervios.
Enrique entrega su documentación a uno de los policías. Lo que por ley procede, entonces, es levantar acta en el Ministerio Público.
2:30 am. Ha transcurrido una hora desde que se produjo el accidente y los policías siguen interrogando a ambos conductores. Que si la culpa la tuvo el uno o el otro. Que qué piensan hacer. Al policía que parece estar a cargo, Enrique solicita la escolta hasta el Ministerio Público. El policía se hace el sordo y sigue yendo y viniendo del uno al otro conductor.
Dirigiéndose a Enrique dice: ``A mí ya me quedó claro quién tuvo la culpa. Corresponde levantar el acta y hacer el peritaje médico para ver si andaban tomados. Pero esta gestión le llevará hasta las tres de la tarde.''
-Bueno. ¿Y qué le toca hacer a usted?
-Mire, arréglese con el otro.
-¿Arreglar qué? ¿No acaba de decir que tiene claro quien tuvo la culpa?
-Pero ya le dije que levantar el acta tomará horas.
Interviene un amigo de Enrique:
-Hermano, el avión sale a las once... Salgamos de aquí.
3 am. Llega la grúa.
Enrique: -¿Cuánto hasta la Avenida Toluca, en el sur?
Chofer de la grúa: - 220... 500.
Enrique: -¿220 o 500?
Chofer: 220, más los de las patrullas...
3:10 a.m. Policía: -¿Ya decidió que va a hacer?
Con la grúa y el Golf, por el circuito interior, Enrique parte hacia su casa.
3:30 am. Avenida Revolución, delegación Miguel Hidalgo. Una patrulla detiene a la grúa.
Policía: -Si no tiene la liberación del coche, no puede transportarlo así como está. Debo conducirlo a la delegación.
Enrique: -Pero ocho colegas suyos de la Cuauhtémoc acaban de autorizarme...
Policía: -Hable con el comandante.
Comandante: -¿Cuánto tiene para que lo escolte?
Enrique: -Tengo que pagar 500 a la grúa. ¿Cien?
Comandante: -¿Cien? ¡Ni pa'l taxi de regreso! Por aquí hay varios cajeros... Le acompaño. El comandante sube a la cabina de la grúa.
3:50 am. Avenida Revolución, delegación Benito Juárez. Misma situación.
Policía gordo sorprendido de ver al otro, a bordo de la grúa: -¿Y usted, qué hace aquí? Vengo con el coronel... ¡ya la regaste!.
Comandante: -¡Chin!
El coronel conduce un flamante Cavalier computarizado. Por su estampa y lenguaje, Enrique advierte que efectivamente se trata de un oficial de peso. Enrique explica la situación. El coronel manifiesta que su misión es ``supervisar anomalías para que todo esté trabajando bien''. Que ni modo, queda detenido.
La grúa se pone en marcha escoltada por el Cavalier. Sudoroso, debajo del tablero, el comandante pregunta a Enrique: ¿qué le dijo el coronel, qué le dijo? ¡No le diga que estoy aquí!.
La grúa toma por Barranca del Muerto, cruza el anillo periférico y avanza algunas cuadras hasta doblar en un callejón de esos. Los amigos de Enrique empiezan a ponerse nerviosos y todos se preguntan qué puede haber allí, si el corralón o alguna dependencia de la policía. Los vehículos se detienen. Llegan dos patrullas tipo jeep, de la delegación Alvaro Obregón.
Policía gordo, dirigiéndose a Enrique: ``El jefe desea hablar con usted''.
Sin bajarse del Cavalier, el coronel explica: -Yo no se cómo es en su país, pero en México todo es plata...
Enrique: -No me diga. En mi país también.
Coronel: -De lo contrario irá al reclusorio, con los presos, usted sabe... Diez mil pesos por escoltarlo hasta su domicilio.
Enrique le muestra al coronel su credencial de prensa y empieza a apuntar los números de las patrullas. Se despide de los amigos que en pocas horas tomarán su avión y les recomienda que se marchen.
De súbito, el policía gordo que acompaña al coronel le grita a Enrique: ``¡Métase al coche! ¡Métase! ¡Están asaltando una taquería a dos cuadras de aquí! ¡Hay balacera! ¡Váyanse, váyanse!''.
¡El coronel dice que todo está bien!: ``¡Pa'l refresco, pa'l refresco!''
Los jeeps patrulleros encienden las sirenas y la grúa retoma el camino hacia el domicilio de Enrique, escoltada por el Cavalier. Poco antes de llegar, como quien se despide de usted muy atentamente, el coronel saca con elegancia un brazo por la ventanilla y desaparece.
Con el Jesús en la boca, el comandante que había permanecido todo el tiempo agazapado en la cabina de la grúa, asoma la cabeza. Cuando confirma que el superior se fue, baja del vehículo. Y mientras se acomoda la gorra y el uniforme le dice a Enrique:
``¿Y lo mío?''