Luis González Souza
¿Expatriados y silenciados?
Aparte de dejar sin patria a los millones de mexicanos que año tras año salen de México porque aquí ya ni siquiera pueden sobrevivir, ¿también se les va a dejar sin el derecho a opinar sobre el gobierno que los mantiene expatriados? Ese es, a nuestro juicio, el primer dilema del polemizado voto de los ciudadanos que se encuentran en el extranjero. Y antes que nada, este asunto entraña una cuestión elemental de ética.
Esto tan solo debería ser suficiente para poner punto final a la polémica. Bastante dolor e injusticia sufren ya quienes se han quedado sin patria. No la han perdido por gusto. Son expatriados por la incapacidad del régimen y de sus gobiernos para brindar a todos ellos un mínimo de bienestar. Pero, además, son mexicanos signados por la generosidad y no por el rencor.
No obstante su virtual expulsión del país, a éste le aportan una considerable suma de dinero: no menos de 6 mil millones de dólares al año, lo que ya hace del trabajo migratorio la tercera fuente de divisas para México, y que deberían agradecer mucho los gobernantes mercantilistas. Pero hay más. Lejos de olvidar o renegar de sus raíces, el grueso de los mexicanos en el extranjero son los mejores embajadores culturales con que cuenta la nación.
Nadie como ellos confirma e inclusive expande valores y tradiciones como la lucha contra la adversidad, una creatividad singular (en primer lugar para eludir las garras de la migra) una enorme capacidad de trabajo (cuando lo hay), una solidaridad fuera de lo común (antes que nada con los familiares que dependen de sus remesas), la resistencia ante todo tipo de afrentas (aquí y en el lugar de su exilio); la entonces increíble conservación de la alegría, todo lo cual sería imposible sin un profundo sentido de la dignidad. Lejos de escupir sobre la nación que los desheredó, esos mexicanos siempre añoran regresar a México.
Así, el colmo de la inmoralidad sería no sólo expatriarlos, sino silenciarlos. Es decir, dejarlos sin voto al momento de elegir autoridades, ni más ni menos en el país que los mantiene expulsados. Desde este ángulo, pues, oponerse al sufragio de los mexicanos en el extranjero supone una carencia total de ética. Y otro tanto puede decirse desde su ángulo gemelo, bajo la nueva cultura política requerida: el ángulo de la democracia.
Ya sabemos que la matriz filosófica del neoliberalismo tiene mucho que ver con el darwinismo socioeconómico: aliento sólo a los capitales y capitalistas aptos para sobrevivir en un mundo cada vez más competido. ¿También habremos de aceptar un darwinismo político? ¿También habremos de dejar sin derechos electorales a los no aptos para sobrevivir en el país que los vio nacer?
La pregunta no es ociosa. Inclusive podría adquirir un cariz grotesco si recordamos que cada vez son más mexicanos, y de los estratos más variados, los que tienen que salir de México en busca de un empleo o de un ingreso suficiente.
Cuando por fin culminemos nuestra transición a la democracia: ¿Quedaría alguien para disfrutarla? ¿Sólo votará el puñado de ciudadanos favorecidos por el darwinismo? ¿Podrá llamarse democracia a eso? ¿Es factible una democracia sin electores porque ya todos quedaron expatriados?
Si no fuesen concluyentes los argumentos derivados de la ética y de la democracia, entonces habría que acudir al mentadísimo estado de derecho que supuestamente -ese sí- todos queremos edificar. Los mexicanos que viven en el extranjero tienen derecho a votar, simplemente porque éste es irrenunciable. Así lo establecen desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, hasta el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966.
``Basura intervencionista'', dirían los nacionalistas xenofóbicos (expulsores de extranjeros en Chiapas). Entonces, habría que agregar la irrenunciabilidad de ese derecho, también conforme a nuestra propia Constitución (artículos 35 y 36, en especial).
Enhorabuena, la Comisión de Expertos integrado por el IFE ha llegado a la conclusión de que el voto de los ciudadanos que están fueran del territorio nacional sí es viable. Pero ya comienzan a reaccionar los obstructores de una democracia plena (para todos los mexicanos, se encuentren donde se encuentren). Habrá que debatir en otra ocasión cada uno de sus argumentos. Por lo pronto pensamos que es importante dar la palabra a la ética, a la democracia y al derecho: digamos, a los Tres Mosqueteros de un México con futuro.