La Jornada miércoles 25 de noviembre de 1998

Patricia Olamendi Torres
Violación

Durante horas pensó en que lo sucedido se debía a un castigo divino o tal vez sólo a su condición de mujer. Pero se preguntaba por qué a ella. Muchos casos pasaron por su mente, quizá tuvo la culpa. ¿Valdría la pena decirlo? Se sintió sucia, sola, humillada.

Finalmente tomó la decisión más difícil de su vida: vivirlo sola o denunciarlo. Pensó en otras mujeres a las que quizá podría suceder lo mismo y ese hombre seguirá haciéndolo.

Con vergüenza y temor, se atrevió a contarles a extraños lo ocurrido. Fue difícil relatar con detalles, no quería recordarlo, pero permitió que su cuerpo fuera nuevamente invadido, aunque tuvo siempre el temor de que no le creyeran. Pasaron los días, la volvieron a citar en la agencia. Su familia se enteró y no faltaron los cuestionamientos, la duda y poca, muy poca solidaridad. ¿Cómo convencerlos de que ella no fue la culpable? Le informaron de la detención del sujeto y se sintió tranquila. Pensó que la pesadilla había acabado, pero no fue así. Se inicio el juicio, supo que el agresor sería defendido por un abogado pagado por el gobierno. ¿Por qué ella no tenía abogado? Nuevamente los cuestionamientos, las interminables preguntas, la duda siempre presente. Fueron meses de enfrentamiento con ese hombre. La burla y la acusación de que ella lo provocó. El temor de tenerlo frente a sí le produjo náuseas, dolor, coraje. Escucharlo, recordarlo todo, fue difícil soportar. Pensó: ¿por qué me tienen que obligar a vivirlo nuevamente? ¿No es suficiente lo que he pasado? ¿Cuántas veces más tengo que decirlo para que me crean? ¿No basta con lo que mi cuerpo mostraba?

Le informaron que se solicitó un nuevo examen médico, otra vez su cuerpo sería invadido. Son los derechos que tiene el presunto delincuente, le dijeron. ¿No son ya demasiados derechos para él? ¿Cuándo y quién me hablará de los míos? Se negó a una nueva revisión ginecológica, pero el juez le explicó que ésta tenía que realizarse. Finalmente, si ello permitía que el agresor se mantuviera en prisión, lo aceptaría. Nuevamente pasaron meses, le informaron de la sentencia: pasaría en la cárcel ocho años. ¿Sólo ese tiempo? En su caso, ella tendría que vivir siempre con ese dolor. Pensó que la justicia no era justa y que el castigo para él no era suficiente, comparado con el daño sufrido por ella.

Pasaron más de cinco años y un día se enteró que el sujeto estaba libre. ¿Cómo, si fueron ocho años?, se preguntó. Al final, le informaron que, de acuerdo con los beneficios de los que gozan los reos y con base en su ``buen comportamiento'', él había sido preliberado. El miedo y la tristeza se apoderaron nuevamente de ella. ¿Para qué tanto esfuerzo?

Algún día las mujeres seremos sujetas de credibilidad, algún día nuestro cuerpo será respetado, tendremos todos los derechos y podremos ejercerlos. Mientras ese día llega, seguimos luchando por alcanzarlo.