Al catálogo de olvidos que ha dominado el discurso político de estos tiempos de estreno democrático, hay que añadir ahora el abrumador acopio de no acuerdos y desencuentros entre la política oficial y las fuerzas sociales, que la presentación del presupuesto y de la ley de ingresos sacaron a flote. Rechazo y hasta convocatorias a la sedición, búsqueda de extraños frentes nacionales de oposición a la política económica para el año entrante, decepción de la empresa por no haber sido tenida en cuenta y, desde luego, alto voltaje en los medios para toda aquella voz que se sume a la montonera antifiscal.
En esta coyuntura emerge de nuevo el eslabón más débil de nuestro difícil tránsito político. El EZLN entró en litigio abierto con la única instancia que parecía quedar viva de aquellas jornadas de esperanza que fueron los diálogos de San Andrés, y de no encontrarse pronto salidas sólidas al conflicto que no se basen en la mitificación de los actores de la sociedad civil, sino en el reconocimiento sensato de los intereses y visiones nacionales y estatales en juego, pronto asistiremos a otra incursión salvaje orquestada desde los nudos oligárquicos e irresponsables que insisten en que gobiernan lo ingobernable, empezando por sus propias mentalidades.
El déficit de instituciones se ha hecho evidente, y a medida que pasan los días crece la sensación de vacío que antecede a la puesta en marcha de intentonas duras so pretexto de la emergencia. Ciertamente, ninguna de las que pudiésemos imaginar aquí tendría suficientes elementos a su favor para prosperar, pero es claro a la vez que mucho se podría hacer para acabar de enturbiar un panorama que pasó de los cielos grises del verano incendiado, a los cielos oscuros de este otoño sin luna.
Jugar a la democracia no es el principal cargo que puede hacerse a los partidos encargados por la Constitución de volverla realidad. Pero si tomamos en serio los dichos y las bravatas de algunos de sus principales personeros, su incapacidad para imaginar vías de salida que sumen y no resten, tendremos que convenir en que en su desmesura los políticos no juegan a sino con, un sistema cuyos ejes básicos y perfiles primordiales están todavía por construirse.
Aferrarse a un poder absoluto del Congreso para sofocar iniciativas fiscales, o mantener en el limbo cuestiones urgentes y cargadas de implicaciones disyuntivas como la del rescate bancario, no es un sinónimo de entrenar y estrenar con entusiasmo adolescente los recién adquiridos músculos de la pluralidad. Más bien, es la mejor manera de llevar a los órganos representativos que le son indispensables a la democracia a un enfrentamiento directo con una sociedad azorada, que apenas puede con la certidumbre brutal de la penuria económica y que hoy encara sin alivio ni consejo las incertidumbres propias del desorden, más que del orden que promete la democracia.
Hemos convenido todos, o casi, que no hay para nadie salvación ni salvadores providenciales. Pero salvación requerimos y con urgencia. Toca a los partidos y a la empresa, al gobierno y a los medios, a los aspirantes a ejercer el poder y que se comprometen con sus nuevos códigos y costos, darle al resto de la comunidad nacional las referencias y las claves de un discurso que ordene sus voluntades y dé sentido a sus angustias acumuladas y en muchos caso al borde de un ataque final de nervios. Sólo así, en una deliberación de este tipo, nuestra sociedad será no sólo civil sino civilizada, y las instituciones que nos faltan podrán ofrecernos seguridad y respeto. Nada de esto se logra en medio del ruido y el rechazo al diálogo; mucho menos en el desenfreno o la furia, verbal y de la otra.