Las dificultades en pensar una alternativa al actual modelo económico neoliberal en México pueden relacionarse en parte con la falta de información en los medios acerca de otros modelos de desarrollo aplicados en diversos países. Pues, a pesar de los sermones del Fondo Monetario Internacional (FMI), que postulan un camino único hacia la estabilidad y el crecimiento económicos (mediante un superávit fiscal, una apertura todavía mayor de la economía, privatizaciones y la demolición de los sindicatos), lo cierto es que la gama de opciones reales es mucho mayor. Así lo atestigua una revisión de las estrategias económicas adoptadas por países como Canadá, Holanda, Suecia o Alemania, entre tantas otras naciones que no se limitan a arrodillarse en el templo del neoliberalismo, sino que han buscado hace tiempo rutas diferentes para compaginar metas sociales democráticas con los procesos de globalización de la economía.
El modelo canadiense es particularmente pertinente porque demuestra que a pesar de ser vecino de la mayor potencia mundial, Estados Unidos, ha logrado aplicar una serie de políticas sociales, financieras y laborales propias y autónomas sin perjudicar el crecimiento económico. De hecho, dentro del grupo de países mas industrializados (G-7), el poder de compra per cápita de los canadienses se sitúa en segundo lugar, superado solamente por los estadunidenses. Debe agregarse que a pesar de los embates que sufrió la economía canadiense el verano pasado, en los últimos dos meses la tasa de desempleo ha caído a su nivel más bajo en diez años.
Entre las políticas sociales que más se destacan está el sistema de salud pública universal que rige en Canadá desde hace decenios. Si se analiza su presupuesto conjunto --federal, estatal y municipal--, se observa que en 1997 después del pago de la deuda pública (que absorbe unos 70 mil millones de dólares canadienses) la salud es el renglón más importante, invirtiéndose cerca de 50 mil millones de dólares, cifra ligeramente superior al total gastado por el gobierno en educación. Debe añadirse que, en contraste con Estados Unidos, el sistema de salud canadiense no sólo cubre la totalidad de la población sino que además es más barato. En Canadá los gastos totales en salud representan 10 por ciento del producto nacional bruto (PNB), mientras en Estados Unidos superan el 13 por ciento, aún cuando ha disminuido su cobertura: de hecho, desde la introducción del sistema privatizado de medicina en Estados Unidos la cobertura de salud bajó de 69 por ciento de la población total en 1987 a apenas 64 por ciento en 1993.
Otro fenómeno muy llamativo de la experiencia canadiense es el manejo de los fondos de pensiones. De hecho, una parte sustancial de estos dineros ha sido canalizada por los sindicatos hacia instrumentos bursátiles destinados a impulsar la mediana y pequeña empresa. Tal es el caso del Quebec Solidarity Fund, que es el mayor promotor de nuevas empresas de punta en Canadá, fenómeno que provoca el desconcierto de los banqueros estadunidenses.
Igualmente importante son las divergencias en las tendencias entre ambos países en lo que se refiere a la distribución del ingreso. De acuerdo con un reciente estudio del Monthly Labor Review del Departamento de Estadísticas canadiense, el crecimiento económico fue un poco mayor entre 1970 y 1995 en Estados Unidos que en Canadá, pero los ingresos reales (en términos de capacidad de consumo) del 20 por ciento más pobre en Canadá era sustancialmente mayor que en el país vecino.
Además, en Canadá la distribución del ingreso en este cuarto de siglo sorprendentemente tendió a resultar algo más equitativo, mientras en Estados Unidos la concentración de riqueza en manos de los sectores más ricos se ha intensificado, perjudicando a las demás clases sociales. Estas tendencias están vinculadas al mayor nivel de ingresos y gastos públicos en Canadá, cercano a 42 por ciento del PNB, mientras en Estados Unidos sigue siendo de alrededor de 33 por ciento.
Nada extraña entonces que en un país como México donde actualmente se está intentando deprimir el gasto público (que apenas rebasa 20 por ciento del PNB) las posibilidades de lograr una distribución del ingreso más equitativo sean muy limitadas. Evidentemente existen numerosas lecciones que aprender del ejemplo canadiense.