La Jornada 24 de noviembre de 1998

DESALOJO

María Rivera Ť A sus 89 años, Cándido Galván -quien participó en la Guerra Cristera del lado del gobierno- sólo tiene un objetivo: defender su casa. Es todo lo que tiene. En 1961, con los ahorros de una vida, compró la casa ubicada en el barrio San Lucas, Coyoacán, pero no le entregaron escrituras. Después de un largo juicio, la propiedad le fue adjudicada.

Años más tarde, la vivienda fue reclamada por los herederos de la anterior propietaria, quienes recibieron un fallo favorable de la justicia. Don Cándido apeló ante todas las instancias judiciales sin poder revertir la decisión. Ahora tiene que desalojar el que ha sido su hogar durante los últimos 34 años. El sólo pide que su caso sea revisado: ``No tengo intenciones de arriar banderas''.

Pese al casi medio siglo que lleva en la capital, todo en este hombre recuerda su origen campesino: desde el sombrero de palma que no se quita ``ni para dormir'', hasta las manos callosas resultado de muchos años de faena. Sentado en el corredor de la casa, se pasa la mano por la frente y susurra: ``La vida del pobre es muy dura''.

Sabe de lo que habla. Cada mañana comienza su jornada a las seis de la mañana y termina a media tarde. Trabaja en la Secretaría de Educación Pública -como jardinero y auxiliar de almacén-, donde gana 800 pesos quincenales.

La cristera, una guerra de campesinos contra campesinos

Desde su nacimiento en el rancho San Pedro de los Hernández, en el municipio de Cerritos, San Luis Potosí, ``entre 1909 y 1910'', don Cándido aprendió a luchar. ``Un mes antes de nacer murió mi padre. Mi madre me dejó a los cinco años. Crecí solo: durmiendo donde me dejaban, y cuando llegaba el hambre pedía limosna.

``Nunca fui a la escuela. Pero ya de grande aprendí a leer y a escribir a mi modo, comiéndome muchas letras. Sin embargo, a pesar de ser medio analfabeta tengo las palabras para defenderme.

``Serví al Ejército entre 1926 y 1929, bajo las órdenes del general Cedillo. Me pagaban 1.40 pesos. En esa época no buscaban estatura ni nada, lo que querían era carne de cañón para perseguir a los cristeros. Uno firmaba contrato por tres años, y si quería seguir firmaba otro.

``Me mandaron a luchar primero a Aguascalientes y luego a Jalisco, porque allí al Ejército se le había puesto dura la batalla. Estuve en Atotonilco, Milpillas y Arandas. Siempre estábamos de paso y nunca permanecíamos mucho en un lugar, porque ellos hacían una guerra de guerrillas.

``Fue una guerra de campesinos contra campesinos. Según mis experiencias, todos fuimos engañados. Muchos de ellos no sabían ni usar un arma. Yo me sentía mal de matarlos, pero cuando uno ya está en la guerra, no tiene vuelta: dispara o le disparan, así es la cosa.

``Recuerdo esa época con mucha tristeza, porque cuando se mete al Ejército uno no sabe cuáles van a ser las consecuencias. Un día me preguntaron que si era posible matar a sangre fría y les dije que sí. Cuando a uno lo llaman para un fusilamiento hay que hacerlo, ya está ahí. Aunque luego se arrepienta de lo que hizo...''

Usados por la política

La memoria de don Cándido trae al presente fragmentos de su historia personal, condimentados a veces con alguna opinión:

``Al salirme del Ejército me fui a San Luis Potosí, donde trabajé de policía de pueblo, minero y cobrador en el Departamento de Plazas y Mercados. Un día me aventuré y me fui a trabajar en la construcción de la carretera México-Laredo. Cuando llegamos a Ciudad Mante me quedé. Caminando el tiempo me metí al ejido 5 de Febrero, donde fui comisario ejidal nueve años y luché por los de mi clase.

``El campesino es uno de los grupos que más sufren en la República: siempre lo han mezclado con la política. Cuando llegaba un político por aquellos rumbos, mandaban traer a todos los ejidatarios en un camión de redilas para ir a hacer bola. Uno tenía que abandonar la parcela porque luego nos amenazaban con que nos iban a quitar los créditos o el agua.

``Un día me peleé con los del Banco Ejidal por las transas que hacían, y el jefe de ellos amenazó con matarme. Fue entonces que dejé mi parcela y mi casa para venirme al Distrito Federal, en 1949. México era muy diferente entonces. Las colonias no estaban unidas unas con otras, uno las podía distinguir muy bien, no que ahora no se sabe dónde empieza una y termina la otra. Los camiones de cada ruta estaban pintados de diferentes colores. Uno nada más veía el color y decía: `Ahí viene mi camión'.

``Cuando llegué a la capital sufrí lo que no se imagina. Cuando buscaba trabajo me decían: `¿Qué es lo que sabes hacer?' Yo les contestaba: `Sé sembrar, uncir una yunta, arar el campo'. `Pues vete al campo, que aquí lo que se necesita es un oficio'. Así anduve, hasta que me ocuparon de ayudante de jardinero en un hospital. Desde entonces se me metió en la cabeza que debía aprender un oficio. Un señor que iba a trabajar al edificio me enseñó plomería.

``Que revisen mi caso''

``Así me la llevé hasta que un día un amigo me dijo: va a venir el señor Eduardo Pascual Hernández. Quiere que le ayudes en una empacadora de carnes frías. Me contrataron y empecé a trabajar. La fábrica estaba aquí, donde ahora está la casa. Como a los seis meses vino la dueña y empezamos a tener amistad.

``Un día me dijo: `Voy a vender este lugar'. Yo le contesté: `¿Cuánto quiere?' Me respondió que 100 mil pesos por todo el terreno. Yo le dije que me interesaba comprarle, pero que pedía mucho dinero. Al final me dijo que si quería me podía vender la mitad. Le pagué con los ahorros de toda mi vida. Eso fue en 1964. Ella me dio la posesión del lugar y, según dijo, me iba a entregar las escrituras en un mes más. El trato fue verbal, pero hubo dos testigos. Un mes después regresó y le volví a pedir los papeles, pero me dijo que todavía no los había podido arreglar. Hasta que un día dejó de venir.

``En 1984 presenté una demanda para legalizar la casa. El juez me la adjudicó y me dio un título de propiedad. El abogado me cobró 25 mil pesos, que era todo lo que me quedaba. Pero luego me topé conque había muchas deudas de impuestos y no se qué. Pedí prestado y pagué todo lo que se debía. Yo ya creía que todo estaba en santa paz, pero que aparecen esos señores Pascual, los sobrinos de la señora.

``Dijeron que ella había muerto en Sinaloa y les había heredado la casa. En 1992 pidieron la nulificación de la adjudicación en el juzgado 23, y el juez cedió. Empecé a defenderme, pero desgraciadamente mi abogada cometió muchos errores. Así fui perdiendo y perdiendo. Primero la apelación, luego el amparo.

``He buscado ayuda por todos lados. Hasta mandé una carta al presidente (Ernesto) Zedillo. Todo lo que quiero es que revisen el caso. A pesar de ser un analfabeta tengo palabras para defenderme. Sólo le sé decir algo: no tengo intenciones de arriar banderas.''