Velada de JEP y Toledo para hablar del Album de zoología
Angélica Abelleyra, enviada, Oaxaca, Oax. Ť Fue una velada deliciosa, llena de risas y poesía, para hablar de cangrejos, mosquitos, luciérnagas, sapos, salamandras, pulpos y colibríes mediante la palabra de José Emilio Pacheco y el dibujo de Francisco Toledo, quienes se reunieron en esta ciudad para celebrar una edición más del Album de zoología, en el cual traducen a cuatro manos sus animales de agua, aire, tierra y fuego.
``Esta es el Arca de Toledo'', presentó el poeta de El silencio de la luna y se dio a la tarea de leer en voz alta algunos de los textos seleccionados por Jorge Esquinca para esta coedición El Colegio Nacional-Era, no sin antes asumir con resignación las críticas que ha recibido por ``leer mal'' sus poemas''. Pero la soltura y gracia ganaron a la perfección y rigidez y las primeras fueron voces reinantes de la noche.
En el contexto de los festejos del décimo aniversario del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, la presentación de este bestiario congregó el sábado tanto a seguidores del poeta como del pintor que abarrotaron el patio del IAGO de la misma manera que el día anterior lo hicieron al recorrer la exposición de gráfica del taller de Fred Genis, enmarcada por sones istmeños y, el domingo, al disfrutar el cierre de las celebraciones por el cumpleaños con una verbena popular coronada por globos aerostáticos.
Al lado de un Toledo agripado que aceptó la invitación de José Emilio Pacheco para retirarse a mitad de la velada, el autor de Las batallas en el desierto habló de su admiración por el trazo del juchiteco, se situó como un ``ávido consumidor visual'' de su trabajo y le prometió pensar en la confección de unas líneas en torno del conejo, ejemplar del que existe una laguna en este zoológico imaginado.
Refirió también su asombro frente al arte de la improvisación de los poetas populares que son excelentes hacedores de décimas, como Vicente Espinel, inventor de la estrofa métrica y quien añadió la sexta cuerda a la guitarra, y aceptó su práctica ``impopular'' de hacer cambios constantes en sus poemas porque -añadió- casi todos ``toman partido por el poema joven, fresco y espontáneo'' pero yo no puedo resistirme a modificar algo que considero no está del todo bien. Más adelante preguntó: ``¿Por qué la exigencia en los libros de biología y de química? y ¿por qué no vamos a desacralizar al libro de literatura y a pedir al autor que ofrezca el mejor producto posible?''
El turno de la poesía
Así, las reflexiones de Pacheco transcurrieron al final como resultado de ciertas inquietudes del público que lo escuchó atento. Pero antes, el turno fue de la poesía. Los cangrejos y su inmortalidad ocuparon el primer sitio de la lectura; luego acudieron los seres de fuego, como la salamandra y el Ave Fénix, que le dedicó a Eliseo Diego porque el poeta cubano le había advertido la ausencia de la emplumada mítica:
Arde en la hoguera de su propio vuelo.
Bajo el cuerpo de lumbre ella es el Sol.
Su resplandor la atrae y la convierte
en ceniza.
Viaja a su íntima noche, se asimila
al leve polvo errante de los muertos.
Pero entre lo deshecho se rehace.
Toma fuerzas del caos, se teje en luz
Y amanece en la llama indestructible.
Aparecieron luego el pulpo junto con el halcón y este último, hecho poesía por Pacheco en 1967, se convertiría en una premonición de lo acontecido en México cuatro años más tarde con los tintes de la muerte y la represión a cargo de un grupo de golpeadores de estudiantes que lejos estaban de ser águilas domesticables.
De la tierra leyó poemas del mono y del elefante; del caballo muerto y de los grillos hasta que cerró con una fisiología de la babosa, ese animal sutil o anuncio de algo que aún no existe. Subió a los aires y desde ellos indagó en torno del murciélago. Y cuando los escuchas pedían que leyera más, hojeó en el álbum y trajo a cuento a los cocuyos, incluidos en la sección de tierra pero que una mujer sugirió trasladarlos mejor a la del fuego. ``Magnífica idea'', resolvió el aprendiz de entomólogo quien acogió con entusiasmo: ¿ya ven que todo está sujeto al cambio?
La primera edición de este bestiario apareció en 1985, con ilustraciones de Alberto Blanco y bajo la responsabilidad de Cuarto Menguante Editores; una segunda edición con el dúo Pacheco-Blanco apareció cinco años después a cargo de la Universidad de Guadalajara. La incursión de Francisco Toledo se dio en 1993, pero la encargada de la publicación fue la University of Texas Press, de Austin, Estados Unidos, y es hasta ahora que la versión en español, revisada y aumentada, nace en coedición de El Colegio Nacional y Era, con poemas recogidos de los libros Irás y no volverás, Islas a la deriva, Desde entonces, Los trabajos del mar, Miro la tierra, Ciudad de la memoria y de El silencio de la luna.