Los temas para la reflexión de esta semana son muchos: la incapacidad de los partidos para explicar al gran público los asuntos del Fobaproa, y aun el propósito partidista, en algunos casos, de oscurecerlo; el debate camaral sobre el paquete económico que acarreará nuevos problemas; el berrinche pueril del EZLN frente a la Cocopa; la postura entre dudosa y taimada de la mayoría de los consejeros ciudadanos, facilitada por las ambigüedades de la normatividad interna del IFE, entre otros. He de referirme, sin embargo, a Telmex.
A lo largo de 25 años -cumplidos en 1998- de escribir en periódicos y revistas, no había usado nunca este espacio para referirme a asuntos personales. Me atrevo ahora por tratarse también de una cuestión pública.
Como era previsible, el monopolio telefónico de Slim hizo caso omiso de la carta que envié el pasado jueves a nuestro periódico, denunciando la incapacidad técnica y los abusos de esta empresa. Durante más de dos años, como en una pesadilla, he debido hacer cada mes ``aclaraciones'' por miles y miles de pesos, al principio en persona en las oficinas de Telmex, después por teléfono, de que no hago, ni nadie hace en mi casa, llamadas que Telmex denomina ``pago por mensaje''; nunca la empresa fue capaz de saber por qué medios eran intervenidos mis teléfonos, ni de evitar que tuvieran acceso a tan adocenados ``servicios'' telefónicos. La última llamada para hacer ``aclaraciones'' la hice respecto al teléfono que sólo uso en mi computadora, y cuyo último recibo incluye cargos por más de 2 mil pesos por tales ``servicios''. Esta vez la empresa sostuvo que ``el adeudo es correcto'', que las llamadas fueron hechas desde mi teléfono, y que no tengo más que pagar. Sé que para Slim 2 mil pesos, y mil veces esa cantidad, no es nada. Para mí, que vivo de mis salarios, es una cantidad significativa; y aun si no lo fuera, no tendría por qué verme despojado de lo que no debo.
Es la tercera ocasión que tengo problemas con la empresa telefónica. La primera vez fue hace más de veinte años. Después de gestiones estériles, una carta llevada en persona a la gerencia de entonces, solucionó el problema. La segunda, fue hace alrededor de nueve o diez años; una carta entonces enviada a La Jornada hizo intervenir a la instancia del caso, y el contratiempo fue superado. Esta vez el significativo silencio de la empresa parece indicar que seguirá la ``filosofía'' mercantil tan cara al empresario mexicano: ``No importa quién me debe, sino quién me paga''.
La diferencia es clara: en las dos primeras ocasiones la relación mercantil entre el monopolio público y un cliente suyo estaba mediada por la relación política. Bajo esta condición, el ciudadano tiene voz porque es un voto. Esta vez, frente al monopolio privado, el ciudadano no es tal: no existe mediación política, sólo la cruda relación mercantil con sus frecuentes leyes de la selva: se impone el poder de la fuerza. El cliente tiene voz, pero el monopolio puede desoírla. Frente a mi desesperada ``amenaza'' a la ``supervisora'' de la empresa, de que haría público el abuso de que estoy siendo objeto, respondió: ``Adelante, está usted en su derecho'', con la prepotencia de quien sabe que no hay más que el monopolio. Yo, cliente en problemas, pago porque pago, aun lo que no debo, porque no puedo marcharme a contratar los servicios de un competidor que no existe, como lo hice ya, hace meses, con el servicio de larga distancia.
El servicio de comunicación telefónica es un servicio público. Como tal tendría que estar regulado. Como todos podemos recordar, la empresa pública telefónica fue privatizada porque sí, sin mediar ningún argumento. Sólo la convicción neoliberal (rotundamente falsa) de que la empresa privada ``es más eficiente''. Telmex prueba exactamente lo contrario. No es gratuito el elevado número de demandas ante la Procuraduría Federal del Consumidor, de víctimas de la incapacidad técnica, del burocratismo y de los abusos del monopolio privado.
En el subdesarrollo, el empresario no tiene visión de largo plazo. Frente a la incertidumbre busca hinchar sus ganancias hoy. De ahí derivan conductas mercantiles de rapiña. Por eso la relación política debe atemperar los males de esta selva.