La Jornada martes 24 de noviembre de 1998

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Por más optimismo que se le quisiese poner al asunto, sería muy difícil asegurar que el encuentro de zapatistas y Cocopa -este domingo 22- fortaleció la esperanza de que pronto se reanude el diálogo entre los rebeldes y el gobierno federal.

Por el contrario, podría decirse que la postura de las partes se endureció y alejó. Los zapatistas se atrincheraron tras cinco añejas condiciones que a lo largo de dos años han demostrado su inviabilidad práctica. El gobierno, por su parte, desarrolló una estrategia con la que pretendió minimizar el encuentro y evidenciar la presunta intransigencia de los miembros del EZLN.

No se trata en este punto de discutir o juzgar los argumentos y las propuestas de cada parte, sino apuntar con claridad que nada hace suponer que tan aferradas posturas pudiesen encontrar un sendero impensado por el cual se escurriese la posibilidad de restablecer un diálogo genuino, directo, mediante el cual se llegara a la pacificación del sureste.

Inaplazable, la nueva intermediación

A pesar del empecinamiento de las dos partes en sus papeles de confrontación, la reunión de los zapatistas con la Cocopa produjo algunos resultados valiosos.

Uno de ellos es el haber puesto en evidencia, nuevamente, la necesidad de un canal formal de intermediación. El rechazo de los insurgentes a la pretensión de funcionarios del gobierno federal de entregarles propuestas diversas sirvió para demostrar que no es posible mantener en suspenso un conflicto armado sin siquiera estructurar canales mínimos de comunicación confiable entre los dos bandos.

La intermediación sería uno de los puntos de reconstrucción necesarios luego de un año de depredación política desarrollada desde Bucareli. A su llegada a la secretaría de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa y su grupo de choque ideológico y político (con el mayor Adolfo Orive al frente) elaboraron una lista de víctimas a futuro. Uno de los objetivos directos era la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), que con el obispo Samuel Ruiz al frente era entendida por el gobierno como una mera fachada de los intereses del zapatismo e instancia parcial, cargada siempre, hasta con descaro, al lado del movimiento indígena chiapaneco.

Cierta o falsa la apreciación de los funcionarios federales, la Conai decidió su propia disolución por no encontrar el ambiente propicio para el cumplimiento de sus funciones. Los estrategas del Palacio de Covián, sin embargo, no generaron alternativas ni crearon expectativas para el relevo de tal instancia de intermediación.

A partir de entonces, el diálogo cayó en un empantanamiento altamente peligroso. La falta de hechuras políticas ha generado más de una vez los riesgos de que el empecinamiento de las partes (sobre todo los arranques de personalidad del timón de la parte oficial) abran el camino a malos entendidos, provocaciones o acciones que acaso llevasen al derramamiento de sangre o la reanudación obligada de hostilidades.

Por ello, uno de los logros visibles del encuentro del viernes y el domingo pasados en San Cristóbal es el de arrojar luz nuevamente sobre ese punto básico, vital, que es la intermediación.

Revaloración de la franja progresista de la Cocopa

Otra consecuencia importante de la reunión de San Cristóbal emergió de las aguas turbulentas del disenso, e inclusive del acelere. Contra lo que hubiesen deseado los antizapatistas, la minicrisis de los catres, como ha llamado Jaime Avilés al episodio del viernes en el que zapatistas y algunos cocopos intercambiaron comentarios ácidos, sirvió para fortalecer la figura y el criterio de algunos de los participantes como, por ejemplo, Carlos Payán.

Dispuesto a defender al costo que fuese su integridad moral, don Carlos fue capaz de responder con plena honestidad a las posturas planteadas por la delegación zapatista que, entre otras cosas, había acusado a los cocopos de racistas. Hombre sensible, defensor de siempre de lo mexicano y lo indígena, comprometido permanentemente con las causas populares y democráticas, Payán respondió con energía a tan injustas acusaciones.

El episodio, como aquí se había apuntado, podría dar pie a una campaña de desprestigio impulsada desde las cúpulas del poder para acusar a los zapatistas de intransigencia hasta con personajes como Payán.

Pero, superada la citada crisis hotelera y restablecidos los puentes de comunicación y entendimiento, el director fundador de La Jornada queda plantado como alguien capaz de enfrentar con ardor posiciones injustas, viniesen de donde viniesen. El fortalecimiento de la autoridad moral de Payán proviene justamente de haber remontado la mencionada crisis haciéndole caso siempre a su conciencia. Con ello quedó demostrado para unos y otros que la conducta del senador (llegado en nombre del PRD) no es movida por fanatismos, sino por convicciones.

Nuevo regaño presidencial

No es nueva la actitud, pero el empecinamiento del presidente Zedillo en satanizar a los adversarios de su política económica es más preocupante, por cuanto los destinatarios de sus frases lapidarias ya no son los tradicionales opositores partidistas (en especial el PRD), sino también los empresarios y negociantes que de una y otra maneras, en uno y otro tonos, rechazan las decisiones tomadas por el gobierno federal, en especial las de la elevación de precios, tarifas e impuestos.

Dice el presidente Zedillo que hay quienes, amparados en la democracia, proponen ingresos y presupuestos que no son realistas ni responsables. ¿Tras de qué otra cosa podrían ampararse quienes disienten, así fuesen idealistas e irresponsables?

Más de la asistencia privada

Hace un año que en esta columna se trató por primera vez, y con una gran amplitud, el tema de los negocios hechos al amparo del bondadoso concepto de la asistencia privada. Para desgracia de la sociedad, el tema sigue vigente aunque, por otro lado, encaminándose cada vez más hacia un desenlace adverso a quienes han hecho de esa materia una forma opulenta de vida.

Un episodio que muestra la pérdida de poder del cacique de las caridades que es Víctor García Lizama, es la actitud asumida por José Altamirano Escoto, representante del gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en la Junta de Asistencia Privada.

Altamirano había asumido una actitud de distante protesta por la displicencia con la que entendía que el cardenismo estaba actuando en el caso García Lizama. De hecho, Altamirano había dejado de asistir a reuniones formales correspondientes a su encargo, pues le molestaban las triquiñuelas de los negociantes de la pobreza.

Sin embargo, la imposición de un nuevo patrono presidente en el Montepío Luz Saviñón ha sido una gota derramadora del vaso llamado García Lizama. El relevo del anterior directivo fue una revancha política, pues en ese Montepío había una abierta resistencia a las órdenes de García Lizama y, además, un alineamiento político en favor de José Barroso Chávez.

Pero, en sus ansias de revancha, García Lizama se ha tropezado, y de ese traspié se vale el gobierno cardenista para empujar en busca de la remoción del polémico yucateco. En ese contexto, a Altamirano le toca jugar un papel de primerísima importancia, ya no de espectador pasivo, sino de generador de cambios.

Astillas: Hoy, José Angel Gurría tendrá en San Lázaro una pasarela que no recordará los glamorosos desfiles de modas, sino el caminar de los condenados a muerte en el mar, que recorren penosamente una tabla a cuyo final quedan las aguas plenas de tiburonesÉ Salvador Guerrero reporta hoy una de las lecturas de la crisis que suelen dejarse de lado: las universidades privadas, en concreto la emblemática Iberoamericana, a la que ha llegado la crisis con tal fuerza que han subido las cuotas y ha bajado el número de alumnos inscritosÉ Buena muestra de coordinación la dada por la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal y la Secretaría de Seguridad Pública del gobierno capitalino, al detener a 53 policías públicos y privados que habían cometido diversos delitos amparados en su condición de presuntos guardianes de la sociedad.

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