Con la remoción de los escombros y los primeros diagnósticos sobre los daños causados por el huracán Mitch, se comprueba que las torrenciales lluvias y las rachas de viento descubrieron la pobreza y la miseria extrema en que viven millones de familias en Centroamérica. Esas condiciones precarias propiciaron que la naturaleza se ensañara en quienes pocas posibilidades tenían de huir de un destino marcado de antemano para la tragedia.
En efecto, las primeras evaluaciones de lo ocurrido, muestran la indolencia y la tolerancia de las autoridades al permitir los asentamientos humanos en sitios que no reunían las mínimas condiciones de seguridad y expuestos a las variaciones climáticas y los fenómenos naturales. Cientos de miles de familias habilitaron sus precarias viviendas en las laderas de cerros erosionados, las riberas de los ríos o cañadas azolvadas. Carentes de una parcela o de recursos para edificar sus casas en sitios adecuados, florecieron como hongos los asentamientos sin las mínimas condiciones de seguridad ni los servicios necesarios. Nadie hizo nada para impedirlo.
Ninguno de los gobiernos del área afectada puede decir que contaba con los planes de desarrollo urbano que pudieran llamarse tal. Si observamos el mapa de la destrucción, ésta se ensañó precisamente con las ciudades perdidas levantadas en las áreas periféricas de las ciudades por los desplazados del campo; y con las erigidas por los jornaleros que desde tiempo atrás vienen esperando un pedazo de tierra para obtener lo necesario para subsistir. En otros casos, con quienes fueron beneficiados por la reforma agraria, pero en sitios inapropiados, trampas mortales.
No menos culpa tiene en lo ocurrido la ausencia de medidas para evitar la destrucción de los recursos naturales que sirven para amainar la furia de los elementos. En primer término, en Centroamérica es crítica la pérdida de los suelos por la falta de una planificación territorial, la construcción de obra pública (como las centrales hidroeléctricas), la minería y el uso incesante de las parcelas. Países con larga y penosa historia agroexportadora, los cultivos no han sido para responder a las necesidades reales de la población, sino a las exigencias de los mercados externos, sin importar los efectos negativos en el medio.
Un ejemplo clave de lo anterior es la deforestación de extensas áreas para ampliar la frontera agrícola y la ganadería de tipo extensivo. Con el apoyo gubernamental y del exterior, millones de hectáreas antes cubiertas con frondosos árboles hoy están expuestas a la erosión y a las consecuencias que ésta trae sobre las cuencas hidrográficas, el cambio de clima y la humedad. De paso, pero no en último término, la pérdida de una rica biodiversidad, un patrimonio incalculable que, en otras circunstancias, debía servir para el desarrollo. Si bien Centroamérica todavía cuenta con cerca de 20 millones de hectáreas forestales, esta riqueza desaparece a diario: sólo en esta década se perdieron cerca de 3 millones de hectáreas de bosques y selvas, no solamente por la acción de las familias pobres necesitadas de leña, sino por las políticas agropecuarias e industriales adoptadas por los gobiernos de la región. Esa cubierta forestal, reguladora de las precipitaciones pluviales, cumple otra función básica: servir como cortina rompevientos y proteger el suelo, las siembras y las poblaciones de fenónemos naturales, como los huracanes.
En fin, no poca obra pública se hizo sin tener en cuenta a la naturaleza, violentándola, por ejemplo, con los trazos de ciertas vías de comunicación a través de áreas de enorme fragilidad y donde la destrucción de recursos naturales dejó amplias zonas expuestas a deslaves por efecto de la lluvia.
Ahora que la ayuda financiera y técnica fluye hacia los países afectados por Mitch, sería criminal no aprovechar lo ocurrido para realizar las reformas económicas y sociales tantas veces postergadas por los pequeños grupos que concentran en cada país el ingreso, la riqueza y el poder. Para fincar sobre bases sólidas un verdadero proceso de planificación urbana y rural, de cuidado de los recursos naturales, comenzando con las áreas forestales. En fin, por reconocer que el huracán dejó tal destrucción porque encontró las condiciones idóneas para la tragedia que marcará el destino de Centroamérica por años.
Pero Mitch es también otra oportuna advertencia, una más, a nuestras autoridades que siguen permitiendo el crecimiento sin control de las áreas costeras del Caribe. Es el caso de Cancún y de la franja litoral de Quintana Roo. La ocupación salvaje de tan importante región, los errores de planificación urbana y el uso irracional de recursos, la tolerancia y la corrupción de diversas instancias oficiales, saldrán a relucir cuando un nuevo huracán llegue y revele negligencias y complicidades. Escucharemos entonces las explicaciones gubernamentales que nada explican.