Nuevo papel de la investigación en las universidades públicas
Trabajo sucio y angustia existencial
Miguel Angel Barrón Meza
De nuevo se ha puesto a discusión el papel que debe jugar la investigación en las universidades públicas para hacer frente a los retos de la globalización, y se perfilan con claridad dos tendencias opuestas: un sector formado principalmente por los directivos de las universidades que aboga por una integración plena con la industria y el mercado, y otro sector formado por académicos que asumen una posición opuesta a la excesiva mercantilización de la investigación y proponen el retorno a un objetivo hoy claramente soslayado: la generación de conocimientos básicos.
Durante el 13 Congreso Nacional de Posgrado, realizado recientemente en el Distrito Federal y al que acudieron académicos y directivos de universidades de toda Latinoamérica, se mencionaron, entre otras cosas, la necesidad de efectuar estudios de mercado para diseñar los programas educativos, el desarrollo de mecanismos para identificar y atender los problemas del sector productivo, una mayor vinculación de los programas de posgrado y los proyectos de investigación con la industria, y el fomento de los posdoctorados con estancias en el extranjero para adecuar el perfil de los egresados a las necesidades del mercado.
Observése la completa coincidencia de las propuestas del mencionado congreso con los puntos de vista que mantiene Cotec, una importante fundación empresarial española: ``El sistema público de investigación debe poner primordial atención en las etapas de transferencia de ciencia y tecnología al tejido productivo; ello supone cambios en sus objetivos para cumplir su papel de generadores de tecnología con destino a las empresas. Las universidades deben entender el quehacer y las necesidades empresariales a la hora de definir sus planes de formación e investigación. En la creación de institutos universitarios debe darse la mayor importancia a la participación de las empresas para que su investigación se oriente hacia las necesidades empresariales''.
Abaratamiento obligado
Hoy es fácilmente perceptible la creciente antipatía de los gobiernos hacia las ciencias puras y la investigación básica, manifestada principalmente por la disminución de los presupuestos y su insistencia cada vez mayor en las aplicaciones prácticas; cada vez resulta más difícil practicar la ciencia como búsqueda de conocimientos, pues ahora se exige que la ciencia tiene que ser útil. Se obliga a las universidades públicas a convertirse, en los hechos, en centros de investigación baratos de las empresas privadas, que son las que establecen los proyectos de investigación y sus objetivos.
El profesor español Francisco Michavilla expresa: ``Es necesaria una revisión global de los objetivos educativos, basada en distinguir entre progreso tecnológico y progreso social. Más allá de aprender una profesión, los objetivos educativos han de incorporar la lucha contra la intolerancia, la marginación y la exclusión. El principal papel de la universidad futura es el de armonizar progreso económico con progreso social, y formar ciudadanos libres, tolerantes y solidarios''.
Utilitarismo y sobrevivencia
Dado que el mercado y la globalización dictan las pautas actuales de comportamiento, la adecuación de la investigación en las universidades públicas al mercado parece entonces forzosa; se trata, por tanto, de una cuestión de sobrevivencia, pero que repercute en la investigación que allí se realiza, la cual de ahora en adelante deberá ser de carácter utilitario. Aquellas propuestas de investigación que no se consideren de interés económico y de utilidad inmediata van a tener poco o nulo financiamiento.
Al empresario hispanoamericano, con notables excepciones, no le gusta invertir en investigación; un ejemplo: España, país con la economía más desarrollada de Hispanoamérica, invierte 0.9 por ciento de su producto interno bruto (PIB) en investigación y desarrollo, y de esa cifre sólo un tercio procede de las empresas. Compárese con el 2 por ciento del PIB que invierten los países industrializados de Europa, del cual las dos terceras partes son aportadas por las empresas.
Cuando el industrial hispanoamericano busca innovar lo hace principalmente bajo la presión de sus clientes, por temor a una posible pérdida de mercado, pero la innovación no forma parte de su cultura. Le resulta más rentable asociarse a una universidad pública para proyectos de poca envergadura que montar su propio centro de investigación. Si se trata de proyectos de alto grado de dificultad, el empresario no duda en adquirir la tecnología del exterior, de ser posible incorporada ya a los equipos de producción porque quiere resultados rápidos y no confía en la capacidad de los investigadores locales; en esos casos, en lugar de investigadores necesita operarios eficientes y dóciles.
¿Y por qué a las universidades privadas no se les exige lo mismo que a las públicas?, preguntará algún ingenuo. Bueno, es que esas instituciones ya tienen asignado un aséptico y delicado papel: ser generadoras de líderes políticos y de ejecutivos de empresas. El trabajo sucio y la angustia existencial parecen ser, por el momento, exclusivos de las universidades públicas y de sus investigadores.
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