La Jornada Semanal, 22 de noviembre de 1998



Herbert, Milosz y Szymborska

Tres maestros

Zbigniew Herbert(1924-1998), uno de los más grandes poetas de este siglo, es autor de La cuerda de luz, Hermes, El perro y la estrella, El señor Cógito y de varios ensayos, entre ellos El bárbaro en el jardín. Su obra presenta dos constantes: ironía y concreción. Por su parte, lo que fascina a Czeslaw Miloz es el cambio, la inagotable promesa de novedad. Detrás de Perro del camino, libro del que tomamos estos fragmentos, hay una curiosa teoría: hay que encarar la inagotable riqueza de la realidad como un perro: olfateando el mundo, olvidando y asombrándose de nuevo, porque lo ya descubierto ahora está cambiando.

Zbigniew Herbert

Los duendes

Los duendes crecen en el bosque. Tienen un olor específico y barbas blancas. Aparecen por separado. Si fuera posible recoger un ramillete de ellos, secarlos y colgarlos encima de la puerta -quizá podríamos vivir en paz.

El lobo y la oveja

Te atrapé -dijo el lobo y bostezó. La ovejita lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

-¿Tienes que comerme? ¿ En verdad es necesario?

-Desgraciadamente, debo hacerlo. Así reza en todos los cuentos: Una vez una ovejita desobediente se alejó de su mamá. En el bosque encontró a un lobo malo, y éste...

-Discúlpame, pero aquí no es ningún bosque sino el corral de mi amo. No me alejé de mi mamá, soy huérfana. A mi mamá también se la comió el lobo.

-No importa. Después de tu muerte van a preocuparse por ti los autores de aleccionadores textos de lectura. Añadirán el fondo, los motivos y la moraleja. No me tengas rencor, tú no sabes qué estúpido es ser un lobo malo. Si no fuera por Esopo, nos sentaríamos en las patas traseras para contemplar la puesta del sol. ¡Cómo me gustaría!

Así, así es, queridos niños. El lobo se comió a la oveja y después se relamió. No imiten al lobo, queridos niños. No se sacrifiquen por la moraleja.

Cuento ruso

Envejeció el padrecito zar, envejeció. Ya no podía estrangular ni a una palomita con sus propias manos. Estaba sentado sobre el trono, dorado y frío. Sólo la barba le crecía hasta el suelo y más abajo.

Gobernaba por entonces algún otro, no se sabe quién. El pueblo curioso echaba vistazos al palacio por la ventana, pero Krivonosov tapó las ventanas con las horcas. Luego sólo los ahorcados veían un poco.

Al fin murió el padrecito zar para siempre. Doblaban las campanas pero nadie llevaba el cuerpo. El zar se adhirió al trono. Las patas del trono se confundieron con las piernas del zar. La mano echó raíces en el brazo del trono. Era imposible arrancarlo. Y enterrar al zar con el trono de oro, daba lástima.

Traducción: Jan Zych



El señor cógito piensa
en el regreso a su ciudad natal

Traducción: Jan Zych



Czeslaw Milosz

85 años

Este es mi aniversario, las flores, los aplausos, los brindis. Si supieran en lo que estoy pensando... Es como un frío balanceo de beneficios y pérdidas. Las pérdidas son las palabras falsas que salieron de debajo de mi pluma y ya no pueden retroceder, porque se imprimieron y quedarán para siempre, pero para la gente ellas serán más atrayentes y se repetirán más veces. Entonces me pregunto si tiene que ser así, que para escribir un número de cosas realmente buenas hay que pagar, no solamente con la distorsión de una vida como la mía, sino también con los desechos sobre el camino que lleva a unos pocos signos perfectamente puros.

Enamorarse

Enamorarse, Tomber amoureux. To fall in love. ¿Esto ocurre repentina o paulatinamente? Si paulatinamente -¿dónde está este ``ahora''? Ya estaba enamorado de un mono de trapo. De una ardilla hecha de madera. De un atlas botánico. De un oriol. De una comadreja. De una marta en una estampa. Del bosque a la derecha del camino que lleva a Jaszuny. De un poema de algún poeta. De seres humanos cuyos nombres hasta hoy me emocionan. Y siempre el objeto de mi afecto se encubría de fantasía erótica, se sometía, como en la obra de Stendhal, a la ``cristalización''; uno puede asustarse pensando en la diferencia entre el objeto, desnudo entre cosas desnudas, y las leyendas que uno se contaba sobre él. Sí, a menudo estaba enamorado de algo o de alguien. Pero enamorarse no equivale a ser capaz de amar. Son cosas distintas.

Piedad

En la novena década de mi vida, el sentimiento que crece en mí y me llena, es la piedad, con la cual no sé qué hacer. La multitud, la cantidad enorme de rostros, figuras, destinos de seres individuales y la manera de identificarse con ellos desde su interior, y al mismo tiempo la conciencia de que ya no voy a encontrar manera de ofrecerles casa en mis poemas, porque ya es demasiado tarde. Pienso también que si empezara de nuevo cada verso mío sería un retrato o una biografía de una persona concreta o, más bien, sería una lamentación sobre su destino.

Fragmentos de Perro del camino, publicados por Znak, Cracovia.
Traducción: Joanna Karasek

Estudio de la soledad

Traducción: Jan Zych



Wislawa Szymborska

Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura en 1991, es autora de Llamado a Yeti, Gente en el puente, El gran número y Fin y principio. Durante años, publicó en la prensa polaca reflexiones sobre sus lecturas. Ofrecemos una selección de textos, en realidad pre-textos para urdir otras asociaciones. ``Puede un libro no leerse hasta el final, y otro empezarse desde el fin y regresar al principio. Se puede soltar una risita en un lugar no previsto para eso o de pronto detenerse sobre palabras que van a guardarse en la memoria para siempre'', he aquí el privilegio del Homo ludens.

El enigma de Casanova

(...) Algunas veces Casanova contaba mentiras, lo que no me sorprende para nada: difícilmente se puede ser veraz en una autobiografía proyectada para menos de cien páginas. En doce tomos, no lo lograría ni un santo. De modo que no podemos exigir la verdad y sólo la verdad al maestro de la autopropaganda y mayor playboy de todos los tiempos. Pero aun cuando 50 por ciento del texto fuera sólo de embustes, el resto sería suficiente para contar la vida de un buen número de haraganes y aventureros inefables, de titanes de vitalidad e ingenio, de especialistas en hacerse de dinero y mecenas, y de campeones en el arte de seducir a las mujeres. Entre estas últimas, muy pocas sabían resistirse; más bien al contrario, ellas mismas se metían en la cama de Casanova empujadas por el deseo o por la curiosidad, cosa que al principio del romance resulta ser lo mismo. Tal principio duraba un par de días y por regla general no tenía continuación. He aquí el asunto que me hizo pensar profundamente. Todas estas damas permitían con mucha facilidad que las abandonara: sin actos histéricos, sin ataques de furia o amenazas de suicidio, sin perder los sentidos por la desesperación, a pesar de que apenas ayer o anteayer escuchaban exaltadas promesas de matrimonio y juraban ellas mismas amor eterno. Ninguna intentaba detener al seductor con súplicas ni con amenazas; tampoco lo acosaba durante años con la única esperanza de recuperarlo. ¿Acaso Casanova no sabía despertar pasiones más duraderas? Sería muy poco probable que se las hubiera callado; él, quien nunca perdía la oportunidad de jactarse. Todo eso es muy extraño. Hasta un Juan Pérez, que no un Casanova, aprende en carne propia lo espinoso que es el camino del amante que trata de perderse en la lejanía. Mientras que, por su parte, el más famoso seductor del mundo simple y sencillamente agarraba sus chivas sin ningún problema; incluso algunas damas le ayudaban a empacar, para después, con notable alivio y hasta con cierta impaciencia, volver con sus buenos maridos, con sus novios poco atractivos o a meterse de inmediato en una nueva aventura, como si la anterior no hubiera merecido ni un momento de reflexión. ¿Desilusionadas? ¿Desanimadas? ¿Aburridas? Estas preguntas son mi aportación para celebrar el Año Internacional de la Mujer.

(Sobre el libro de Herman Kesten: Casanova)
Traducción: Arturo Viveros


Wislawa Szymborska

Gente en el puente