Por segunda vez en el año, el miércoles pasado el precio internacional del petróleo alcanzó el nivel más bajo. Como aconteció en junio, la cotización del West Texas Intermediate descendió a 9.50 dólares por barril, luego de que a fines de septiembre había alcanzado más de 13 dólares, acaso como señal de éxito del segundo acuerdo de restricción de la producción petrolera impulsado por Arabia Saudita, Venezuela y México y, merced al cual, sin duda, los precios subieron luego del dramático nivel de junio: menos de 10 dólares. Es muy probable, entonces, que el promedio anual no será mayor de 12 dólares para este ligero crudo de referencia.
Así, la mezcla mexicana apenas superará los 10 dólares por barril, lo que representa una caída de más de cinco dólares, la mayor después de la de 1986, que fue de 11 dólares. No es ocioso comentar una vez más que este descenso de precios deja al país sin aproximadamente 3 mil 200 millones de dólares por exportaciones de crudo; y como consecuencia de ello, reduce los ingresos gubernamentales prácticamente en esa misma cantidad. Menos ocioso insistir en la necesidad urgente de un cambio estructural de los ingresos gubernamentales, asunto impopular pero urgente y razonable si se explica y se impulsa de manera no autoritaria.
¿Pero qué sucede en este tremendo mercado petrolero? Múltiples son los factores adversos a una recuperación cercana: baja demanda por el bajo crecimiento económico, profundizado por la elevación de las tasas de interés; clima menos frío por las novedosas ondas cálidas de estos meses que debilitan el crecimiento estacional de la demanda; altos inventarios que permiten enfrentar presiones de alza de precios; altos márgenes de refinación; y la situación del retorno de Irak al mercado petrolero, vinculada a tantos imponderables, como lo acaba de mostrar la reciente crisis que levantó los precios dos días y los derrumbó después. Veamos la demanda y un poco los inventarios. Resulta obligado repetir lo de la drástica reducción de la demanda, derivada de la severa retracción económica. Nadie pensó, nadie pronosticó, nadie señaló --acaso porque no era claro o no convenía advertirlo--, que las bolsas de valores en el mundo (la de México incluida) estaban recibiendo más capital del que podían recolocar productivamente y que, no obstante, estaban dando rendimientos exageradamente altos y crecientes. Hoy sabemos que la primera señal de ello, pero no la única, fue el sobrecalentamiento y la debacle financiera en las economías asiáticas. De crecimiento real de 6.6% y 4.6% en 1996 y 1997, el sudeste asiático pasó a una tasa negativa en 1998: se espera no menos de --6.1%, y no se espera crecimiento en 1999. En Japón, de un crecimiento real de 3.9% en 1996 se pasó a 0.8% en 1997; en 1998 se espera un cierre negativo-- de 3.0% y para 1999 también se espera una tasa negativa aunque menos drástica. Nada más esto, sin contar la desaceleración económica en el resto de países del mundo, que hace pensar en tasas de la economía mundial no mayores a 2.3% y 2.4% en 1998 y 1999, luego de crecimientos reales de 4.4% en 1996 y 1997, nada más esto, entonces, significó no sólo un freno a un crecimiento anual de la demanda regional de crudo cercano a 800 mil barriles al año, sino una caída de 200 mil barriles diarios más. Ya a nivel mundial de un crecimiento ligeramente superior a dos millones de barriles al día por año de 1995, 1996 y 1997, se pasó a sólo 300 mil barriles en 1998 y, según se prevé no más un millón y medio el próximo año.
En segundo término y, por fortuna y por desgracia, el invierno no se ha mostrado todavía con todo su rigor, incluso se duda que lo haga. Los reportes del clima señalan que las novedosas ondas cálidas han implicado que en el mes de octubre, en Estados Unidos se registren días con temperaturas 6% más bajas que lo normal; y para Europa Occidental y Japón 16% y 54% también por debajo de lo normal. Esto ha implicado un descenso de 300 mil barriles al día en el consumo estacional normal. Finalmente hay que señalar que los inventarios siguen altos, justamente por las ventajas de los bajos precios, permitiendo sortear los días de mayor presión al ascenso de dichos precios.
Ahora bien, es evidente que las presiones financieras que implica la elevación de la tasa de interés (recuérdese que en México la única parte global del presupuesto que crece 19% real es el gasto para servir, precisamente, la deuda) hacen cada vez más difícil el respeto al acuerdo de restricción de la producción. Pero es evidente, asimismo, que la demanda se encuentra en uno de sus puntos más débiles de la historia petrolera reciente, por lo que sólo una producción que durante los próximos dos años cuide su relación con la débil demanda, sólo eso permitirá superar el terrible bache de precios en el que estamos.