Son sin duda el agua que bebemos y el aire que respiramos, asuntos problemáticos en nuestra ciudad. Todos tenemos conocimiento de que el ambiente que nos rodea está contaminado, puede causar daños a la salud y afectar la transparencia atmosférica, impidiéndonos --entre otros-- ver cotidianamente nuestros soberbios volcanes. Del agua ni qué decir. Cada día es más difícil y costoso obtenerla. Cómo hemos lamentado haber vaciado los bellos lagos y entubado los ríos; sin embargo, todo ello puede tener remedio, aunque sea a largo plazo, si ciudadanos y gobernantes nos empeñamos en serio en lograrlo.
En días pasados, en el magnífico Colegio de San Ildefonso, se celebró el congreso Vuelta a la Ciudad Lacustre, del que todos nos enteramos por su gran relevancia. Allí hablaron los expertos en la materia e hicieron propuestas muy concretas, cuya ejecución mejoraría sustancialmente la situación del abasto del precioso líquido y del fatídico hundimiento que padece la ciudad por la excesiva extracción de agua del subsuelo. De esto habló el arquitecto Jorge Legorreta, al margen de su actual papel como delegado político de Cuauhtémoc, ya que él ha sido un estudioso de ese tema de toda la vida, habiéndose especializado en el mismo durante la maestría y doctorado. También platicó de sus sueños de recuperar algunos de los ríos que no están todavía totalmente entubados, como el Amecameca, el Santo Desierto y el Magdalena, para que vuelvan a pasar por ciertas partes de la ciudad
Por lo pronto, su amor por el agua y por la capital lo ha demostrado reviviendo las fuentes de la demarcación bajo su responsabilidad. Para hablar solamente del Centro Histórico, que tiene más de treinta lazas, en buena parte de ellas se encuentran estos gratos adornos que lanzan chorros cristalinos al aire, refrescando el ambiente y alegrando el corazón. Además, muchas de ellas son verdaderas piezas de arte, como la que se encuentra en la Plaza Loreto, obra de Manuel Tolsá, de majestuosas dimensiones. El brocal es de cantera con un surtidor del mismo material que sostiene un tazón de bronce ornamentado con relieves y mascorones, que remata con una pingorota de piedra.
De las fuentes de la Alameda ni qué decir. Cada una tiene su encanto, resaltando la central que data de 1853, con su brocal mixtilinio en piedra y un tazón de bronce con la esculturilla de una bacante. Y no se puede olvidar la sobria y elegante que preside la Plaza de Santo Domingo --de las más bellas del mundo--, con la estatua en bronce de la insigne doña Josefa Ortiz de Domínguez, quien por cierto vivió a unas cuadras de distancia y seguramente paseó por la majestuosa plaza en muchas ocasiones.
Hay que mencionar que, además de arreglar las fuentes, se remozaron las plazas con la participación de empleados del gobierno del Distrito Federal, encabezados por el propio Legorreta y la secretaria de Gobierno Rosario Robles, y ciudadanos que quieren el lugar. Se reforestaron y podaron las plantas y mil 680 árboles, amén de limpiar 34 esculturas y mil 411 fuentes. También se pintaron de verde las guarniciones y 727 bancas públicas. Lo único que falta es que los habitantes y visitantes no las maltratemos ni tiremos basura, lo que impide en muchas ocasiones que se aprecien estos esfuerzos que todos debemos apoyar. Es fundamental que tengamos siempre presente que la ciudad es nuestra, es extensión de nuestra casa y con el mismo cariño debemos cuidarla.
El paseo por estas hermosas plazas puede culminar admirando una, que en lugar de fuente tiene una escultura: ni más ni menos que el célebre Caballito de Manuel Tolsá. Allí se encuentra el restaurante Los Girasoles, con buena comida mexicana de la llamada nouvelle cuisine, que utiliza ingredientes tradicionales con nuevas recetas. La vista es espléndida y el servicio regular.