Turquía -cabeza del antiguo Imperio Otomano- fue durante siglos la gran potencia oriental y del Mediterráneo y sólo después de la Primera Guerra Mundial se liberaron de ella los árabes, pero no así los kurdos ni los armenios, víctimas de una terrible represión. En 1920, la Conferencia de Colombes concedió la independencia al Kurdistán, pero Ankara no aplicó esas resoluciones internacionales. Para Turquía no hay kurdos sino turcos que hablan un dialecto, pero la lengua kurda está prohibida y los diputados originarios del Kurdistán ante el Parlamento turco han sido encarcelados, al igual que numerosos observadores internacionales que se preocupaban por los derechos humanos en esa región del mundo. Miles de kurdos se vieron obligados a emigrar a Europa y otros millones a librar una sangrienta lucha -que ha cobrado centenares de miles de víctimas- en, o contra, los países donde son una importante minoría (Irán, Irak y Turquía, principalmente).
Ahora, Turquía ha firmado un acuerdo militar con Israel y la tensión entre Ankara y las capitales árabes, por consiguiente, crece. A ello se agrega el hecho de que, con el derrumbe de la Unión Soviética, Turquía se ha convertido en el principal bastión militar y político de la presencia estadunidense en la zona, situación que entra en conflicto con la vieja influencia europea en el Mediterráneo oriental. Turquía, además, ocupa militarmente la mitad de Chipre (a contrapelo de las resoluciones de la ONU) y mantiene una tensa situación con Grecia en el Mar Egeo, y con el resto de Europa, que exige una plena vigencia de los derechos humanos y civiles y vigila la influencia turca en Albania y la ex Yugoslavia.
En los últimos días ha estallado un agudo conflicto entre Europa, por un lado, y Turquía (apoyada por Estados Unidos), por el otro, con motivo de la detención en Italia del presidente del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, Abdullah Ocalan, acusado de terrorismo y condenado a muerte en Turquía y cuya extradición ésta reclama y Roma niega, por considerar que no puede entregar al detenido a un país donde está vigente la pena capital.
Italia es, después de Alemania, el segundo socio comercial de Ankara, y Turquía amenaza a la península con un boicot comercial. El gobierno italiano se encuentra, así, ante el dilema de reconocer el derecho de asilo y contentar a millones de kurdos (decisión que irritaría a los turcos y a Washington y comprometería los tres mil millones de dólares en mercancías que Italia exporta anualmente a Turquía), o ceder y entregar al patíbulo al líder kurdo que está en Roma bajo residencia vigilada, circunstancia que podría suscitar protestas masivas de los miles de kurdos presentes en Europa y comprometería la posición italiana en el campo de la defensa de los derechos humanos.
El Parlamento Europeo ha apoyado al gobierno italiano en su decisión de no aceptar amenazas y Alemania ha adoptado una posición similar, aunque matizada. Con todo, más allá del debate sobre si es o no procedente la extradición de Ocalan -héroe para algunos, terrorista para otros-, el conflicto entre Roma y Ankara ha reavivado el debate en torno del derecho de los kurdos a la autodeterminación y ha despertado el interés en diversos gobiernos europeos, en especial el alemán y el italiano, por encontrar finalmente una solución a la problemática kurda.