Por tercera ocasión, Unifrance Film International, una asociación de profesionales franceses encargada de la distribución del francés en el extranjero, organiza, con apoyos locales, el Festival de Cine Francés en Acapulco. En su primera edición, en 1996, el arranque del festival fue estupendo, con tres revelaciones para el espectador mexicano, el cine de Cedric Klapisch (Un aire de familia), el de Jacques Audiard (Un héroe muy discreto), y lo más reciente de un autor muy sólido, André Téchiné (Los ladrones). Al año siguiente, se duplicó el número de cintas exhibidas (18 en total) y sobresalieron obras de Laurence Ferreira-Barbosa (Odio el amor), Anne Fontaine (Lavado en seco), Brigitte Rouan (Post coitum, animal triste), Claude Chabrol (Rien ne va plus) y Jan Kounen (Doberman). En ambas ediciones hubo cintas muy comerciales (El jaguar, de Francis Veber, Heroínas, de Gérard Krawzcyk, o El jorobado, de Philippe de Broca), cuyo éxito y poder de convocatoria en Acapulco contribuyeron a que el festival pudiera asegurar una edición más en nuestro país.
En su tercera edición (del 19 al 22 de noviembre), Unifrance propone un panorama de quince realizaciones francesas muy recientes y, por vez primera, tres títulos mexicanos, Un embrujo, de Carlos Carrera, El cometa, de Marisa Sistach, y El evangelio de las maravillas, de Arturo Ripstein. En el material seleccionado, hay propuestas muy comerciales, como Bimboland, de Ariel Zeitoun, una farsa sobre los estereotipos de la belleza y el glamour en la Costa Azul, y su efecto sobre la vida sentimental de una pareja, o Lautrec, del veterano de teatro francés Roger Planchon, una biografía sin sorpresas del pintor favorito de la bohemia de Montmartre. Cinco películas más señalan la predilección de la industria francesa por el género de la comedia: Quedémonos juntos, de Jean Paul Salomé (tribulaciones de turistas franceses en Los Angeles). Taxi, de Gérard Pires (situaciones de enredos entre un policía y un taxista), Tren de vida, de Radu Mihaileanu (la farsa sentimental sobre deportados judíos que es homenaje al Lubitsch de Ser o no ser y leve aproxi- mación a La vida es bella, de Roberto Begnini), Mookie, de Hervé Palud, sobre la naturaleza irresistible de lo exótico (recuérdese otra cinta de Palud, Un indio en la ciudad) y la permanencia de la solidaridad afectiva en el caos de la vida moderna, y ¿Por qué no yo?, el desclosetamiento colectivo de varias lesbianas y un gay frente a sus familias en típica reunión en casa de campo, algo entre Almodóvar y Jaula de locas, pero mucho más cerca de una visión inofensiva y clasemediera de la diversidad sexual en épocas del pacto de asociación civil a la francesa (reconocimiento legal del concubinato entre parejas del mismo sexo). Otras cintas que combinan con fortuna muy desigual el thriller y el drama psicológico son El pulpo, de Guillaume Nicloux, y Plaza Vendome, de Nicole García. En ambas cintas, el atractivo central son las actuaciones estupendas de Jean Paul Darroussin y Catherine Deneuve, respectivamente.
Por la originalidad en el estilo de sus realizadores y por su calidad, sobresalen en este festival seis películas: Zonzon, de Laurent Bouhnik, una ruptura con los códigos del cine de evasiones carcelarias, una inmersión en la vida cotidiana de los reos, con los ritos de aprendizaje y confrontación entre personas de razas y edades distintas, el espacio de la prisión (pri-zon-zon, grito reiterado de los reos) como microcosmos del hexágono francés; El hastío, de Cédric Kahn, nueva versión de la novela de Alberto Moravia, sobre la obsesión amorosa de un profesor de filosofía por la modelo de un pintor fallecido (Sophie Guillemin, estupenda); La nueva Eva, afirmación de la voluntad femenina, con la determinación de una joven comunista (Karin Viard) de seducir a un tibio socialista, tímido, indeciso y casado, y las tribulaciones y azotes que se derivan del intento. Pero en materia de azotes sentimentales, ninguna cinta más violenta e involuntariamente cómica, que el ejercicio de sadomasoquismo burlesco al que se libran los personajes de Si te amo, cuídate, de Jeanne Labrune. Una cinta excesiva, orgullosa en su reivindicación del azote femenino, una variante original de Mi hombre, de Bertrand Blier, y un revés muy altivo al romanticismo inocuo de La pasión turca, de Vicente Aranda.
Por último, dos cintas muy notables: La clase de invierno, de Claude Miller, premio del jurado en Cannes 98, itinerario perverso por las fantasías y temores de un niño en una colonia de vacaciones de invierno, y La vida soñada de los ángeles, primer largometraje de Erick Zonca, una descripción realista del mundo de dos jóvenes costureras, su confrontación con el desempleo, la ficción sentimental, la erosión de las lealtades, y la magia de un milagro en la cercanía y presentimiento de la muerte. Las dos heroínas compartieron en Cannes el premio a la interpretación femenina. Definitivamente, la cinta de Zonca ha sido el momento más afortunado de un festival del que se esperan nuevas ediciones y criterios de selección cada vez más exigentes.