Este año que se acaba es aún el 80 aniversario de la reforma universitaria de Córdoba, Argentina, en 1918. Como se recordará, la misma no sólo difundió la vieja idea de la autonomía universitaria y la también vieja, aunque modernizada, de la participación de los estudiantes y egresados en la dirección de las universidades sino que fue mucho más lejos, al abrir camino a la democracia en nuestro continente y, particularmente, a la participación de las clases medias en su construcción. La mundializa- ción, por el contrario, lleva actualmente en todo nuestro continente a una contrarreforma universitaria pues la reforma cordobesa se había instalado ``en la hora americana'' y daba como objetivo a los estudiantes conocer la realidad de sus respectivos países con una visión libertadora en lo político y en lo social mientras que la ideología actual lleva a la homogeinización cultural y política con el ``pensamiento único'' neoliberal, a la creación de técnicos y especialistas ajenos a sus sociedades pero funcionales para las empresas multinacionales, a una tecnocracia cosmopolita de espaldas a los problemas que plantea la necesidad de un futuro humano y sólo preocupados por la competitividad individual para no ser ``perdedores''.
Como destacó el doctor Hugo Aboites, esa concepción se expresa crudamente en la visión de los trabajadores académicos y administrativos como ``insumos'' de la enseñanza, de las experiencias educativas como ``procedimientos'' y de los alumnos como ``producto'' cuya calidad debe ser certificada con criterio empresarial por el Examen General de Egreso para la Licenciatura (EGEL). Como sostiene a su vez el doctor Guillermo Villaseñor, también de la Universidad Autónoma Metropolitana (unidad Xochimilco), para que las universidades sean funcionales respecto de tal objetivo, ``se requiere que el conjunto de instituciones y particularmente las educativas, debido al creciente valor económico que adquiere el conocimiento, se orienten eficientemente hacia los objetivos que esta visión de mercado les demande''.
Pero la cosa no se detiene allí: también hay, en toda América Latina, una reducción importante de los fondos para la investigación y el desarrollo (total, las ideas, como las técnicas, se pueden siempre importar de Estados Unidos) y la recomendación general del Banco Mundial a los países dependientes de que reduzcan su aporte a la enseñanza superior para concentrarse en la primaria (a la cual, sin embargo, se le efectúan también cortes drásticos y que no puede progresar sin elevar la calidad de la vida de los maestros y de la población y también la de los centros de enseñanza superior). Está fuera de dudas que, junto con una reorientación del gasto público hacia la promoción del mercado interno --no puede haber buena educación y buenos profesionales sin futuro y sin trabajo y en una sociedad de miserables-- hay que controlar y mejorar también la calidad final de los egresados de las universidades.
La cuestión no se agota pues en si evaluar o no la calidad de la enseñanza sino que es necesario tener claro qué se entiende por calidad y en relación a qué, para qué debe servir esa calidad, quién la evalúa y cómo, si con criterio de mercado y con un método arbitrario o en el respeto total al carácter público de la enseñanza y de la autonomía de las instituciones universitarias. ¿Cómo puede evaluar la calidad de éstas una institución orientada hacia el mercado? ¿Qué objetividad puede haber en la evaluación si el jefe de los evaluadores ``evalúa'' a quienes se le oponen diciendo que son pirujas, perros o fundamentalistas?
Las universidades públicas deben formar profesionales con sólidos conocimientos técnicos. Pero sobre todo deben formar ciudadanos preocupados por conocer y mejorar su país y capaces de investigar, de ofrecer soluciones. En primer lugar, porque las técnicas envejecen con enorme velocidad y lo fundamental en un universitario debe ser la capacidad de pensar lo nuevo. Poco se gana con tener técnicos que no conocen la raíz social de los problemas que deberán encarar... La contrarreforma liberal es, por consiguiente, lo opuesto de la reforma de 1918 que quería llevar la universidad al pueblo, impulsar la democracia, liberar nuestra América. La autonomía es inseparable de esa herencia. Ya la modernidad del pensamiento único hay que oponer otra, la de una sociedad justa y humana.