Jordi Soler
La nave de los locos

La selección de los siete astronautas para tripular la nave Discovery tenía algo de sospechoso. Parecía más un casting. Había tres representantes del típico gringo: el blanco de pelo negro, el blanco de pelo castaño y el sajón rubio, blanco plus, de cuello rojo. El cuarto era de una normalidad racial anormal. El quinto tenía rasgos orientales que se agravaron por los reflujos de la fuerza de gravedad. El sexto era esa joya gerontológica de 77 años, John Glenn, y el séptimo, el español Pedro Duque, que llevaba la honrosa misión de representar al mundo hispánico en el espacio.

En el reciente viaje del Discovery, lo científico iba bien trenzado con lo político, tanto que en esa tripulación no había ningún astronauta negro. La selección racial, la difusión planetaria, la intromisión de los espectadores en la intimidad de los astronautas (en el hotel de Cabo Cañaveral se transmitía por el canal de tv de la NASA, en directo, la vida interior de la nave, desde el gesto del piloto en el momento de esquivar un meteorito hasta el rictus del ingeniero de vuelo sorprendido en el momento de liberar medio kilo de lastre intestinal) son signos más propios de un show de televisión que de una misión espacial. De cualquier forma, aun en el caso de que los astronautas nunca hubieran salido de la órbita del set en Hollywood, esa nave era la auténtica nave de los locos.

El conteo para despegar tuvo que interrumpirse dos veces, una tenía la pinta de ser un elemento de suspense que metió el guionista de la misión: la nave no podía despegar porque en el cielo volaban varias avionetas que querían ver de cerca el despegue. Partiendo de la base de que planear junto a la ruta de un cohetón de ese tamaño es un acto demencial, ¿no es un poco extraño que hubiera varias avionetas con varios pilotos dementes volando al mismo tiempo? Los 77 años de Glenn a bordo de la nave fue el dato que empezó a hacernos pensar que el capitán de esa misión era el guionista. La falta de gravedad provoca efectos considerables en el cuerpo de los astronautas. La sangre, por ejemplo, tiende a irse hacia la cabeza y este cambio produce un adelgazamiento en las piernas que se equilibra con una hinchazón de la cara, que en esta misión en particular complicó las medidas tradicionales del close up.

El viaje gravitacional de la sangre afecta al corazón, al riñón y pone a los astronautas a orinar desmesuradamente. ¿Quién fue el desalmado que embarcó, en ese estira y afloja corporal, el organismo envejecido de Glenn?; probablemente el guionista, presionado por algún sector político que se preocupa por la dignidad del anciano. ¿Alguien creyó, en serio, que ese viejito fue al espacio? Esta joya gerontológica que necesitaba la sociedad estadunidense, se salió del guión en cadena internacional, le propuso al vicepresidente Gore, vía telefónica, la fundación de un asilo de ancianos en el espacio y enumeró algunas de las ventajas de su proyecto: ``si tiras la comida no se te cae encima, no hay que preocuparse de los bastones ni del peligro de que se te rompa la cadera; y si no duermes en una noche, llega otra en seguida''. Glenn se salió del guión pero no tanto como Pedro Duque, quien se dio a la tarea de escribir un diario que enviaba por capítulos a El País. La otra opción: la nave necesitaba un astronauta chistocito y el guionista, presionado por el sector político que aborrece el prestigio que últimamente tienen los hispanos, decidió dárselo al español.

En las páginas correspondientes al sexto día de viaje, Pedro, o en su defecto su guionista, nos cuenta que desayuna jugo de naranja, cereales y fruta seca; para comer tiene platillos deshidratados o listos para meterse al horno, acompañados por ``tortitas mexicanas de harina de trigo que usamos a modo de pan, son muy convenientes porque no dejan miguitas''. El método para comer, dice, es poner lentamente la comida en la cuchara y comerla con rapidez para que del plato a la boca no vuele por el espacio la sopa. Al final, Pedro confiesa que ha subido a bordo un cargamento de quesos y chorizos: ``La verdad es que aquí están tan buenos como en la Tierra'', escribe el astronauta refiriéndose a su contrabando gastronómico. ``Me cuesta mucho cortarlos sin pringarlo todo pero, como la cosa lo merece, lo hago poco a poco y convido a todos''.

Habría que pensar bien cuál es la verdadera nave de los locos: la que llevó y trajo a los siete astronautas o ésa que los contempló por televisión y que tiene las dimensiones de un planeta.

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