Horacio Labastida
Revolución y contrarrevolución
Entre la Ley Suprema de 1917 y el ascenso de Miguel Alemán (1946) se registró la contradicción de dar o no dar vigencia histórica a la mencionada Constitución.
La lucha contra Díaz y Victoriano Huerta puso frente a frente a las corrientes ideológicas que desde distintos intereses se disputaban el éxito político. A pesar de la tibieza del proyecto que Carranza mandó al Constituyente y del aparente antizapatismo de quienes se opusieron y modificaron este proyecto, el grupo avanzado de Mújica, Cándido Aguilar y Pastor Rouaix, entre otros, reconoció en el artículo 27 la filosofía política del plan zapatista de Ayala, cuyos ideales libertarios son los del México contemporáneo: la tierra connota la riqueza como fundamento de la libertad. Zapata y los suyos comprendieron bien que poder económico es político, y que si el poder económico y el político están en manos del pueblo, la consecuencia histórica sería la liberación del hombre de todas las trabas que lo han esclavizado desde las leganísimas comunidades neolíticas.
Con los derechos del hombre y del ciudadano (1789), los revolucionarios franceses creyeron que abrían las puertas de la liberación del pueblo; sin embargo, dos siglos después apenas están ligeramente abiertas porque la opresión y la miseria continúan gravitando sobre la humanidad. Poco a poco ha sido posible advertir que el florecimiento concreto de la libertad requiere de la realización de dos libertades sustantivas, la libertad plena y cabal de la economía, o sea de las necesidades materiales, y la libertad de la política como poder opresivo; estas son las condiciones sine qua non de la plena realización de la libertad del hombre, es decir, el momento en que su espíritu niegue radicalmente su propia animalidad, a fin de crear una sociedad en la cual el amor excluya al odio. Lo expuesto no fue ajeno a los zapatistas de ayer ni lo es a los zapatistas de hoy; esas ideas resumen la filosofía que se fraguó durante las luchas revolucionarias. Desde el asesinato de Carranza hasta la expulsión de Calles, la batalla por establecer la democracia revolucionaria constitucional, pareció inclinarse a favor del pueblo con Lázaro Cárdenas, porque este gigante de nuestra historia logró romper las estructuras creadas por Obregón y Calles, a saber: la puesta del poder político al servicio de las élites económica locales y extranjeras; el persistente fraude electoral y la represión de la oposición con el uso indiscriminado de fuerzas militares y policiales. La lógica del compromiso entre política y economía implicó la creación de un Estado de facto, la purgación del estado de derecho y la transmisión del poder por la vía de partidos ficticios que maduraron, hacia 1929, en el PNR, cuyas semillas se han perpetuado hasta el presente.
Lázaro Cárdenas simboliza un éxito frente a la contrarrevolución, apoyado en el pueblo y en el talento superior de la Carta Magna, enriqueciéndolos en función de las circunstancias propias de la segunda mitad de los años 30. La administración cardenista es una prueba de la nobleza de los principios revolucionarios: la economía reactivó el desarrollo general, generó empleo y elevó el ingreso real de los trabajadores y la política fortaleció el respeto a las libertades humanas y a la soberanía nacional en el trato con los demás países. Sin embargo, unos años después volvió el presidencialismo autoritario y civil con Miguel Alemán, por la vía de una corporativización total de la sociedad que colocó al Presidente en la cúspide del sistema, a fin de servir en forma concentrada los intereses de una multiplicada elite económica cada vez más dependiente del capitalismo transnacio- nal, que en nuestro continente está materializado en el gobierno de la Casa Blanca norteamericana.
A partir del levantamiento zapatista de 1994, el presidencialismo autoritario ha visto disminuir sus capacidades opresivas por las crecientes presiones de una sociedad civil menos propicia a las manipulaciones tradicionales, pero debe reconocerse que aún dispone de una enorme energía contrarrevolucionaria: con más o menos tribulaciones conserva el apoyo de Washington; maneja fuerzas militares y policiales con habilidad operativa para restringir a la oposición interior, sin perjuicio de su discrecionalidad en materia de erogaciones del erario orientadas a la corrupción y el aclientelamiento de la masas ciudadana que utiliza para simular apoyos democráticos y el voto favorable en las urnas. Este hecho está acreditado por las recientes elecciones estatales y municipales, en las que el gobierno a través del Partido Revolucionario Institucional movilizó a esas masas y obtuvo un éxito formal en las casillas comerciales.
El drama que nos envuelve no elimina ciertas conclusiones. La Revolución no está muerta, pero sí muy herida; la contrarrevolución no ha triunfado cabalmente, pero se mantiene con el oxígeno de la corrupción económica y política que genera día a día, y estas son las situaciones que prevalecen en el país a partir de la promulgación del Código de 1917 y del renacimiento revolucionario que presidió Lázaro Cárdenas. Claro que hay motivos de optimismo, aunque también de muchas y profundas tristezas.