La Jornada 21 de noviembre de 1998

Aura convierte en palabra a la urbe y lo que sucede en las calles

Angel Vargas Ť Creador finisecular a unos cuantos meses de convertirse en ``poeta del siglo pasado'', Alejandro Aura ha dedicado poco más de tres décadas de su existencia a nombrar la urbe que habita, a hacer palabra el gris asfalto de las calles:

Que la ciudad sea principio y fin/ porque no hay soplo/ que la hurte de su sitio;/ cimiento la sangre de quienes la habitaron/ modulando su espeso fundamento./ Oyeme decir que no me iré./ Que parta el solitario y se hunda en el viento/ entre los pájaros perdidos;/ que parta el hombre común de cara lisa/ que todavía cree en la salvación/ y el robusto padre de familia/ que busca dominar al sol./ Oyeme a mí decir que no me iré./ La ciudad se morirá conmigo,/ yo estaré en su fundamento.

Pero al igual que habla de su metrópoli y lo que en ésta acontece, el también actor tiene espacio para referirse a todo aquello que es propio del ser humano, como el amor y el humor, de lo cual da muestra al compartir su poema dedicado a la cubana Ninón Sevilla:

(...) Tú eres lo que permanece,/ en tus caderas tan movibles está puesta toda la eternidad que yo pueda manejar;/ y el amor y el desamor a mi abuela,/ el amor y el desamor a mi padre y a mi madre/ el amor y el desamor a mis mujeres/ y el amor y el desamor a mis hijos/ han estado marcados por la forma en que tú movías las nalgas,/ Ninón,/ feliz de ser así,/ y ajena por completo a esa marca de agua que imprimías en el alma sin chiste de un niño flaquito de la colonia San Rafael./ Bebe tus lágrimas,/ Alejandro.

El final de una época

En parte, lo anterior deja traslucir quién es ese poeta y cómo es su obra en ese género. De esta última, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) acaba de editar una recopilación, Poesía 1963-1993. Alejandro Aura, dentro de la cuarta serie de Lecturas Mexicanas, la cual fue presentada anteanoche en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes por David Huerta y Eduardo Vázquez.

Ambos vates definieron a Aura como un poeta que ha hecho palabra a la ciudad y a lo que sucede en las calles.

``Quisiera inscribirlo en la estirpe de los poetas que han nombrado la ciudad que habito. Todos sabemos que la urbe es la mujer bíblica que reina sobre los reyes de la tierra, la gran puta porque es de todos y es impura'', apuntó Vázquez y agregó:

``Su poesía tiene su origen en el aire de San Rafael y Santa María la Ribera; sabe a los puestos de frutas y mariscos de los mercados, a café de chinos; es familiar como la voz de los novios en los parques y tiene la hondura de las canciones populares, ésas que se alimentan en las aguas turbias de las pasiones de amor lo mismo que en los ríos metafísicos del modernismo.''

Los 30 años de actividad poética de Alejandro Aura significan para David Huerta el final de una época:

``Su escritura le da una perspectiva histórica a nuestro pasado literario reciente; concluyó el ciclo de la poesía mexicana de los años sesenta y setenta, y desde luego abre nuevos horizontes para los nuevos poetas (...) Alejandro Aura publica el testimonio lírico no de una sino de varias épocas. En términos sexenales, del lopezmateismo al salinismo¡; en términos comunitarios, de la sociedad mexicana cerrada e intolerante de 1963 a la problemática atormentada y dizque modernizada sociedad de esta época''.

Tras descartar que el trabajo poético del ahora titular del Instituto de Cultura de la Ciudad de México sea el correspondiente en verso de la llamada literatura de la onda, aunque no negó que presente ciertos rasgos de ésta, Huerta consideró que los poemas de Aura ``parecen haber salido de un cajón de sastre'', pues hay en ellos una saludable dosis de calculado desorden del que se realizan piezas muy bien confeccionadas.

En ese sentido, Eduardo Vázquez dijo: ``(Es un) poeta imperfecto, el que esté libre que tire la primera piedra; a veces desmedido, casi siempre solar; su retórica gramática es sobre todo el efecto de una inspiración generosa y exaltada; poeta de la calle, que mira el referente con los ojos puestos en las cosas que suceden, `¿para imitarlas?', se preguntaba Antonio Machado, y él mismo se respondía, `no, para pensar en ellas'''.

Cuando ambos poetas concluyeron sus respectivas participaciones, Alejandro Aura dio lectura a una selección azarosa de 16 poemas, entre ellos, los que se reproducen en esta nota.