Tijuana, BC. Hace unos días terminó en esta híbrida y fronteriza ciudad la quinta versión del Festival Hispanoamericano de Guitarra, dirigido y organizado por el guitarrista Roberto Limón. Además de haber ofrecido una serie de conciertos y recitales de buen nivel general, el encuentro tuvo como sus aciertos principales el ofrecer simultáneamente un diplomado de guitarra clásica para jóvenes instrumentistas, y el abrir el enfoque guitarrístico para incluir jazz, flamenco, huasteco, bolero y varias cosas más. En este contexto, resultó gratificante ver que los actos del festival fueron presenciados por muchos jóvenes cargando sus guitarras por todas partes.
Es posible que el punto climático de este festival haya sido el recital del guitarrista uruguayo Eduardo Fernández, quien tocó a Bach con una limpidez extraordinaria y una gran intuición para hilvanar sus flujos contrapuntísticos. Además, Fernández ejecutó dos grandes obras de Ponce a las que aplicó sabiamente una amplia paleta tímbrica que permitió recordar que, en asuntos de guitarra, Ponce fue un buen colorista. Muy sólido también fue el recital del argentino Víctor Pellegrini, en el que destacó su sólida ejecución de la música de Leo Brouwer, así como sabrosas versiones de obras de Astor Piazzolla. De interés particular la Tango Suite, de Piazzolla, tocada a dos guitarras con la segunda de ellas grabada en cinta por el propio Pellegrini; una muy buena muestra del karaoke instrumental.
Lo flamenco estuvo a cargo de Víctor Monge, Serranito, representante de una singular escuela del flamenco cerebral, intelectualizado y técnicamente muy pulcro. En su recital, que contrastó por su ecuanimidad con el desgarrado arrebato que suele ser común cuando de flamenco se trata, Serranito dejó constancia de una eficacia instrumental de primera y tocó algunos atractivos géneros híbridos entre los que destacó una cachonda guajira flamenca.
A su vez, el ecuatoriano Rodrigo Rodríguez presentó un recital basado en piezas populares y música suya, original o arreglada. Evidentemente influido por Barrios, Lauro y Villa-Lobos, el guitarrista del Ecuador dejó evidencia de un buen sentido instrumental, pero así como algunos de sus arreglos rebasaron sus aptitudes técnicas, tampoco logró meterse del todo a la música, y su recital sólo se calentó cuando invitó a escena a su colega y alumno, el chileno Andrés Carrasco, cuya presencia aportó la musicalidad y el rapport que habían estado ausentes.
En la región cabalmente popular del festival, que incluyó un nostálgico homenaje a Los Panchos con el Trío Puerto Rico, lo mejor fue sin duda la presencia de Zorayma y sus Huastecos, expresión purísima y exuberante del son de la Huasteca, con la jarana y la guitarra huapanguera explorando mil y una maneras de rasguear, y mareando saludablemente a los oyentes con sus fantástico crucigramas de síncopas, hemiolas y acentos desplazados.
Si alguna crítica hay que hacerle a este buen Festival Hispanoamericano de Guitarra es la poco afortunada elección de la sala de usos múltiples del Centro Cultural Tijuana para algunos de sus recitales. Las condiciones acústicas y el ambiente son pésimos, un auténtico obstáculo para los guitarristas. En estas condiciones, Antonio López Palacios ofreció un heroico recital en el que no pudo adentrarse del todo en la música de Ponce, territorio que le es plenamente familiar; sin embargo, superando los obstáculos externos, cerró su recital con una recia, estupenda versión de la Sonata Op. 47 de Ginastera, un clásico indiscutible del repertorio guitarrístico de hoy.
Dos buenas noticias al interior del festival: un diplomado de guitarra clásica exitoso y muy concurrido por más de 40 jóvenes ejecutantes de 18 ciudades de la República, y la oportunidad de escuchar por primera vez al guitarrista coahuilense Martín Madrigal, quien tocó un rico y variado recital con soltura, aplomo, flexibilidad y expresión, brillando particularmente en las obras de Guimaraes, York y Dyens, regiones poco conocidas del repertorio.
En resumen, un buen festival de guitarra que podrá alcanzar alturas mayores si se aprietan algunas clavijas en lo que se refiere a sus espacios, al protocolo y la logística de los conciertos y recitales, y al cuidado de sus programas de mano y sus labores de difusión.