La Jornada jueves 19 de noviembre de 1998

Inmanuel Wallerstein
¿Qué tan fuerte es la superpotencia?

Es un lugar común decir que Estados Unidos, el día de hoy, es la única superpotencia. Pero, ¿qué significa esto realmente? La expresión conlleva a la percepción de un poderío hegemónico en el estadio de la geopolítica. ¿Es esto exacto? ¿O es Estados Unidos, como dijo Mao Zedong, un ``tigre de papel''?

Lo primero en que pensamos al discutir la fuerza geopolítica es el poderío militar. No hay duda de que el equipamiento del que dispone el gobierno estadu- nidense, combinado con sus bien entrenadas fuerzas armadas es superior, con mucho, al de cualquier Estado hoy día. Pero hay dos cuestiones cruciales en torno a la superioridad militar. Una de ellas es la consideración -en el caso eventual de una guerra real- de cuánto daño podría causar a ese país una fuerza enemiga antes que ser derrotada, en términos tanto de vidas humanas como de pérdidas materiales. Si un segundo Estado puede infligir el suficiente daño a Estados Unidos, aun cuando éstos ganaran la guerra, podría no ser una opción viable.

Pero existe una segunda consideración: azuzar una guerra requiere un cierto grado de consentimiento del pueblo. Esto se adquiere normalmente mediante el compromiso patriótico, pero éste tiene sus limitaciones. La población debe estar convencida de que la guerra que se avecina es justa, y de que la victoria militar es un objetivo factible.

Actualmente, ninguna de estas condiciones está del todo en su lugar. La capacidad de otro Estado de causar daños significativos a Estados Unidos, desde el punto de vista militar, es, claramente, una de las principales preocupaciones de Washington hoy en día. Ello explica la enorme y constante presión que ejerce para limitar la proliferación nuclear, y la capacidad de otras naciones de ampliar sus arsenales químicos y biológicos. Si bien Estados Unidos ha logrado frenar este proceso y conservar su ventaja en estos ámbitos, seguir bloqueando la proliferación podría ser una causa perdida dentro de 10 o 25 años.

Aún más preocupante, desde el punto de vista de ese país, es la actitud de la población que padece el famoso síndrome de Vietnam. El ataque japonés a Pearl Harbor y la repugnante cara del nazismo proveyeron una sólida base de apoyo popular durante la II Guerra Mundial.

En la guerra fría la amenaza del comunismo movilizó el sentimiento patriótico estadunidense, aunque entonces la opinión del público ya estaba fragmentada respecto de la legitimidad y la validez de la intervención en Vietnam. Para cuando estalló la Guerra del Golfo, el apoyo popular estaba condicionado a la garantía de que prácticamente no se perderían vidas, lo que hizo imposible para el presidente George Bush siquiera pensar en la posibilidad de marchar sobre Bagdad. La hiperreticencia que Estados Unidos ha mostrado ante la posibilidad de involucrarse en acciones militares de envergadura en Bosnia y Kosovo se basa en gran parte en la conciencia de que el uso de fuerzas terrestres implicará una interacción larga y costosa, con la pérdida de un número considerable de vidas humanas que el público estadunidense no apoyará, pues no encontrará ninguna justificación para la acción ni el prospecto claro de una victoria militar factible.

Naturalmente, el poder militar no existe en un vacío. Está basado en la fuerza de una nación, tanto en el ámbito político como en el económico. Es aquí donde tampoco queda claro si Estados Unidos todavía puede ser llamado una superpotencia. La fortaleza económica de ese país amerita un análisis en otro comentario, pero no debe tomarse muy en serio la imagen inflada que durante los últimos cinco años se creado en torno a su economía.

El hecho es que, en términos de fortaleza en el marco de la economía-mundo, Estados Unidos estuvo en su nivel más alto en 1945, y desde entonces esa fortaleza ha disminuido consistentemente. Esta caída fue apenas notable hasta finales de los años 60, pero después de eso, el mundo comenzó a hablar de una terna de poder económico -Estados Unidos, Europa Occidental (o Alemania) y Japón- y quedaba claro que, en muchos parámetros, las tres naciones estaban muy parejas. Hay muy pocas probabilidades de que dicha situación cambie en los próximos 10 o 25 años, y en todo caso, lo más posible es que el relativo poder económico estadunidense decaiga aún más, a que suceda lo contrario.

La situación pareja de la terna tiene dos consecuencias inmediatas. Implica, por un lado, que Estados Unidos cuenta con menos dinero disponible para gastos militares, lo que significa que si se sigue gastando en ese ámbito al ritmo que ha imperado hasta ahora, ello afectará la llamada competitividad estadunidense.

La segunda consecuencia es que los miembros de la terna se han convertido en rivales serios, lo que afecta severamente la fortaleza política de Estados Unidos. Esa fortaleza política es lo que normalmente se denomina liderazgo. Estados Unidos ``guió'' al supuesto mundo libre en su lucha contra el bloque soviético. Esto significó es que el gobierno estadunidense definió los objetivos políticos básicos que debían lograrse, así como la estrategia y las tácticas de las luchas políticas. Ese país, entonces, tomó la delantera al implementar las decisiones políticas que resultaron, e insistió en que sus aliados lo ayudaran en la tarea.

Esta definición de liderazgo describe la relación de Estados Unidos con sus socios en la OTAN, y con Japón, durante los años 50 y 60, pero con el creciente poderío económico de dichos aliados, la descripción se ha vuelto cada vez menos correcta. En los años 70 se hablaba de ``trilateralismo'', lo que esencialmente era un término vacío, una cortesía de papel hacia las sensibilidades japonesas y europeas orientales.

Mientras existió la Unión Soviética, los aliados de Estados Unidos eran reticentes a hacer mucho para reducir el papel de Washington en los asuntos internacionales. Pero desde 1989 está claro que las visiones políticas de los miembros de la terna se han separado, lo que seguirá ocurriendo con más rapidez en la próxima década.

La afirmación sobre el poderío de Estados Unidos como Estado requiere hacer una distinción entre la fortaleza como medida cuantitativa y la hegemonía como concepto.

Hoy, Estados Unidos sigue siendo el Estado más poderoso del mundo, si bien la brecha que lo separa del resto de las naciones se está reduciendo. Pero ya no es un Estado hegemónico, como lo fue entre 1945 y 1970. El ser hegemónico significa el contar con un verdadero liderazgo económico sobre otros. Implica, por lo tanto, salirse con la suya en lo político todo el tiempo, haciendo relativamente pocos compromisos significativos a cambio.

Significa no tener que hacer uso de la fuerza militar, excepto en pequeña escala, porque la sola amenaza de usarla -aún una amenaza implícita- es suficiente para hacer que el eventual blanco se doblegue, por lo que el uso de la coerción es innecesario. Esta fue la situación entre 1945 y 1970, pero ya no es el caso.

Hoy en día, Estados Unidos se entera de que los procesos en la economía-mundo vuelan más allá de su habilidad de manejarlos. No cuenta con objetivos políticos claros, que en el ámbito internacional son legitimados por otros. Sus aliados han empezado a implementar estrategias y tácticas autónomas. Sobre todo, Estados Unidos es un poder militar incapacitado porque no puede emprender ninguna guerra que se vuelva estancada y costosa. Más aún, no hay nada en el horizonte que pueda mejorar estas perspectivas, en ninguno de los aspectos mencionados. Por el contrario, uno podría argumentar que la insatisfacción y la frustración del pueblo estadunidense, con la decadencia en el poder de su país, explica mucho de la política interna de Estados Unidos actualmente.

Estados Unidos aún no es un ``tigre de papel'', y probablemente sigue siendo la única superpotencia del mundo, ¿pero cuánto control podrá ejercer en la trayectoria mundial que se seguirá de los próximos 10 a 25 años? Yo diría que no mucho.