Vivimos junto a una verdadera bomba de tiempo, dicen los vecinos
Roberto Garduño Ť Catorce años no son suficientes para el olvido. En este barrio la conflagración que interrumpió ¿trescientas?, ¿cinco mil vidas?, es vigente. A diario circulan sobre sus calles y avenidas pipas cargadas con gas, gasolina, diesel y petróleo que dejan a su paso el olor, el tufo de la tragedia.
En San Juan Ixhuatepec, la hondonada que ardió hace 14 años, se multiplica una pregunta: ¿hasta cuándo permanecerán las gaseras y Pemex?
Ante el argumento de las autoridades, de los altos costos económicos que resultarían del traslado de esas empresas a sitios despoblados, se impone la razón de los pobladores de esta bomba de tiempo: ``¡Fuera, fuera el riesgo de muerte!''
Las explicaciones técnicas, el desmantelamiento de ductos y la construcción del llamado polígono de seguridad, aquí no valen. Lo único que se cree en San Juan es que todos los días ligeras ventiscas arrastran penetrantes olores a gas, y que muy cerca de las plantas gaseras, acaso a unos 20 metros de distancia, viven decenas de familias, acuden a la escuela primaria los niños y jóvenes de secundaria juegan en las canchas deportivas que se edificaron sobre el terreno donde ocurrió aquella memorable pero desgraciada explosión.
Pisar el suelo de este barrio marginal, que hace 14 años era terregoso, sin servicios, tan lejos y tan cerca de todo, es hoy una nueva experiencia. Con obras públicas se pretendió borrar todo vestigio de la explosión en la terminal de Pemex. Sobre el terreno que ocupaba ésta las autoridades del estado de México crearon un parque recreativo, al que nombraron Francisco Gabilondo Soler Cri Crí. Se abrió una amplia avenida por donde circula un torrente de pipas, camiones, tráilers y contenedores de sustancias peligrosas que transitan en un ir y venir a toda velocidad.
La Estación de Bomberos José Luis Romero del Toro está en alerta permanente, la planta de bombeo de agua funciona sin cesar, policías de tránsito revisan los camiones cargados de gas, los inspectores de la Procuraduría Federal del Consumidor también se hacen presentes.
Pero en esos villorios, en su gente, la preocupación no ceja. Frente a ellos se levantan grandes muros que impiden observar la actividad de las gaseras. Lo único visible son los grandes letreros pintados en rojo con la advertencia ``¡No fumar!''
La Terminal Satélite Norte de Pemex, las distribuidoras Unigas, Gasomático, Gas y Servicio, Gas Metropolitano, Bello Gas y Vela Gas y la empresa Praxair --que envasa oxígeno líquido bajo un proceso a base de nitrógeno--, siguen operando bajo la sombra protectora de las autoridades, que argumentan que la reubicación de esas empresas implicaría un incremento sustancial en el precio del combustible que consumen cerca de 20 millones de habitantes de la zona metropolitana de la ciudad de México.
Su dilema es económico. Pero éste es rechazado por los habitantes de San Juan Ixhuatepec, en su mayoría población pobre que no tiene más remedio que soportar el riesgo de las explosiones y los penetrantes olores a gas que se desprenden de las empresas que la rodean y que en conjunto forman el núcleo más grande de gaseras ubicadas en un mismo terreno del país.
Pero el reproche más fundamentado, por los efectos de la explosión de 1984, es el abandono de los afectados por aquel suceso: decenas de niños, mujeres y hombres que lograron sobrevivir con graves quemaduras y que hoy habitan en la colonia Valle de Anáhuac, en Ecatepec.
Es la víspera de cumplirse 14 años de la tragedia. Tiempo en el que discurrieron promesas gubernamentales para remover las gaseras; tiempo que diluyó esas promesas; tiempo que han aguardado los que viven en San Juan Ixhuatepec a que llegue el día en que se sientan seguros; tiempo en el que no se olvidó la explosión ni los muertos ni la destrucción; tiempo suficiente para dar respuesta al clamor ¡que se retiren Pemex y las gaseras!