Es cierto que quien hace estas bromas grotescas está en Malasia, pero a falta suya, aquí tenemos a José Angel Gurría Treviño, otro diplomado en Harvard y con maestría en relaciones internacionales de la University of Southern California. El es perfectamente capaz de explicar a fondo el presupuesto federal enviado por el Ejecutivo al Congreso, tanto, que en buena medida es de elaboración propia, y lo asume por entero donde no intervino.
En la reunión mensual de la Comisión de Seguimiento del Acuerdo General de Cooperación y Consulta de lo Sectores Productivos (un nombre tan dilatado debería estar correspondido por una actividad y una eficacia equivalentes), Gurría aseguró que el aumento de impuestos para l999 tiene un solo fin: no se trata de pagar los pasivos del Fobaproa ni de nada parecido. Se trata, en cambio, de asegurarse una transición pacífica en el año 2000, sin crisis tan prolongadas como la que le tocó a Ernesto Zedillo, sobre quien algunos, los tradicionalistas, ven ya el fin del mandato, mientras que para otros falta aún una eternidad.
Lo que se quiere es, ante todo, proteger el crecimiento y la generación de empleos, y destinar de los impuestos nada menos que 6O por ciento al gasto social, si bien con menos inversión en educación y salud. El sacrificio que se plantea para los mexicanos es fácil de entender porque el gobierno necesita esos medios. Además, las medidas de carácter recaudatorio van a concentrarse en los sectores de altos ingresos. Si tú no tienes vivienda ni automóvil, ni pagas luz ni teléfono, entonces tú eres socialmente un estorbo, y perteneces en potencia a ese gran surtidor de delincuencia por hambre. ¿Qué más da que te encarezcamos la tortilla? Este país se ha vuelto una monstruosidad sólo por su crecimiento demográfico, y algo hay que hacer al respecto.
Curiosamente, esta vez también los próceres de la iniciativa privada -con sus siglas enlazadas como en marcha triunfal- se han opuesto al incremento de impuestos al servicio telefónico, al IVA estatal y, particularmente, al hecho de que la defraudación fiscal se considere un delito grave. A lo primero, porque, como declaró el presidente de la Coparmex: ``A nuestro juicio es definitivo: un incremento de impuestos siempre trae un desaceleramiento de la economía'', y a lo último por tratarse de medidas de ``terrorismo fiscal''. Por la seriedad de sus demandas, este grupo parece ancho como el mar, pero en realidad es pequeño; ha sido el beneficiario de las políticas neoliberales, y en el mundo de corrupción e impunidad en que nos movemos, no le será difícil actuar como blancas palomas fiscales.
Es probable que asimismo haya opositores en los micropartidos, en el PAN y en el PRI, que son los que cuentan. Pero hace muchos años, tantos, que ya no tengo ni vida para recordarlo, en el PRI se inventó una palabreja de connotaciones distintas de las usuales: disciplina. Por esa palabreja, los diputados solían entregar el honor, la dignidad, el decoro, todo cuanto dicen ellos que los ha hecho valer. ¿Sucederá ahora? Apuesto a que tal vez.
Hay un partidito inquietante, por su voluntad de acarrear cajas delatoras y de oponerse sistemáticamente a toda medida de buen gobierno, como el Fobaproa. Es el PRD y representa, potencialmente, a los 60 millones de mexicanos en la pobreza y en la miseria. Bueno, los representaría si cada ser humano, o bien cada ciudadano, equivaliera a un voto. Ya se sabe que no, porque Roberto Madrazo Pintado, con 70 millones de dólares, logró ponerse él mismo de gobernador. Y hay otros ejemplos. Este partidito, fiel a su espejo diario, ha anunciado un par de marchas de oposición. Demasiado tiempo perdido: ¿por qué no creerle a Gurría?