Disculpa -``dear'' Bruce Wayne/Batman- por transmitirte hasta hoy mis más sinceras condolencias por la muerte de tu padre y creador, el longevo mitólogo y dibujante Bob Kane, quien abandonó su oscuro hogar en Gotham City (léase Los Angeles) la lacrimógena noche posterior a la celebración de los Fieles Difuntos, es decir, el pasado 3 de noviembre. Disculpa también por no transmitir mi más sentido pésame a tu abuelita, la ahora famosa narradora Mary Roberts Rinehart, cuya estremecedora novela policiaca The circular staircase (La escalera circular) escrita a principios de nuestro siglo terminal, viene a ser un antecedente literario de tu esquizofrénica personalidad. De igual manera, perdóname por transmitir con retraso mi solidaridad a tu abuelito materno, aquel autor cuyo nombre ahora se me olvida, que trasladó a los escenarios en 1920 tu futura existencia en la obra The bat (El vampiro).
Recordarás -``dear'' Wayne/Batman- que seis años más tarde, el director Roland West transvasó a la cinta de plata aquella pieza teatral, y que en 1930 el mismísimo West -¿abuelito paterno?- realizó otra versión cinematográfica (remake) de lo que vendrían a ser tus tejemanejes criminales en un filme expresionista, The bat whispers (Los murmullos del vampiro). Evidentemente envío también a Roland West mi muy retrasado pésame. Pero, ¿quiénes son los otros personales que deben recibir mis condolencias? Me pregunto en este instante pleno de nostálgica tristeza.
Desde luego no debo dejar de abrazar con doloroso afecto al director del National Comics, aquel hombre ilustre que encargó en el lejano año 39, a tu recientemente fallecido padre, forjar un héroe semejante a Superman que viniera a combatir el crimen. Para cumplir el encargo, tu creador -``que en paz descanse''- se inspiró en la película de West para ubicarte en nuestro planeta azul como una criatura de doble identidad (multimillonario de día, insaciable vengador de noche) capaz de recorrer a pie unas veces, alado otras, los espacios de Gotham.
Tampoco dejaré de estrechar las manos de aquellos trabajadores que estructuraron el número 27 del Detective Comics en cuyas páginas apareciste por primera vez con el nombre de Bruce Wayne durante el día y el de Batman durante la noche. Ahora bien, de haber asistido a los funerales de aquel insólito mitólogo, dibujante, pintor, que te otorgó personalidad, hubiera oído una y otra vez en la murmurante voz baja de los asistentes, tu tristísima historia infantil que enseguida recojo en las siguientes líneas: ``Bruce/Batman, hijo único del doctor Wayne, fue testigo a temprana edad del asesinato de sus padres, hecho que ocurrió en un oscuro rincón de Gotham City, minutos después de que la familia había abandonado el salón donde proyectaban la versión muda de La marca del zorro, de Fred Niblo...''
Hagamos a un lado estas reconsideraciones biográficas a cargo de tu auténtico progenitor, para continuar repartiendo retardadas condolencias. Entre otras para Reeves Eason que te recreó en los lienzos rescatando de las negras manos de una tribu a una muchacha blanca en Batman of Africa; por Lambert Hiller cuyas bien estructuradas imágenes en movimiento, producidas por Columbia en 1943, te muestran luchando contra el doctor Tito, siniestro espía japonés.
Para los creadores de la serie de televisión que durante 18 episodios compuestos a partir de 1966, te enfrentan a tus tradicionales enemigos: Joker, Roddler, Penguin, Catwoman; para dos importantes cine-directores, que recogieron, uno en 89 (Batman, de Tim Burton), otro en 95 (Batman forever, de Joel Schumacer) tus conmovedoras peripecias y para terminar esta larga lista de condolencias debo decirte que no estoy dispuesto a otorgársela al psicoanalista neoyorquino Frederich Wertham, quien fatigó nuestro planeta durante la quinta década de este siglo -fundamentalmente macartista-, tiempo durante el cual escribió su polémico libro contra los comics titulado Seductions of the inocents (1954) donde dice ``Batman y Robin no cesan de protegerse, el uno y el otro, de los violentos asaltos de innombrables enemigos, como si de solidarios amantes se tratara. Así tornan dinámico un auténtico sueño homosexual, más allá de cualquier presencia femenina''.
¡Qué bueno que la batichica encarnada por Alicia Silverstone en la película de Schumacer sepulta para siempre esta ``psicoanalítica'' elucubración!, sea para ella mi postrera y desde luego retardada necrófila consideración.