La Jornada miércoles 18 de noviembre de 1998

Luis Linares Zapata
Decadencia

En el ocaso del 98, año que debía ser el de la consolidación del poder gubernamental y de empezar a recoger los frutos de su programa de acción, aparecen, por el contrario, un conjunto de instrumentos económicos esenciales que provocan alarma y son rechazados por los ciudadanos y las demás fuerzas políticas.

La Ley de Ingresos y el presupuesto para el 99 entran al ring de las discrepancias, la crítica pormenorizada y los horizontes del pesimismo. Se unen así a la vapuleada iniciativa de Zedillo que pretendía transformar en deuda interna la astronómica cifra que rebasa medio billón de pesos, que siguen arrumbados en el Fobaproa.

Juntos forman un claro ejemplo de ese pensamiento neoliberal que tantos malestares ha causado a los pobladores de este país, al que se ha sumido en un proceso de decadencia que ya dura quince largos, penosos, angustiantes años.

Lo que reflejan el presupuesto y la Ley de Ingresos no es otra cosa que el quiebre de un modelo de gobierno que se rehúsa a reconocer sus límites e iniquidades. Pero en esa, que ya es toda una postración nacional, también pone su parte la coalición de apoyo que integra el oficialismo y de la que tampoco puede excluirse a los partidos de la oposición (PAN y PRD).

Las previsiones del grupo en el poder no sólo fueron contradichas por los avatares externos (precios del petróleo, Rusia o Asia), sino también por la misma realidad interna. El ahorro del país no camina, a pesar de constituir el eje del diagnóstico de la tecnocracia y el propósito de las modificaciones a la ley del IMSS que crearon las Afore, ahora ya denostadas por el sindicalismo tradicional, por abusivas. La inversión en su doble origen, externa y propia, no ha podido alcanzar los volúmenes mínimos para lograr un crecimiento autosostenido y continúan vigentes severas distorsiones (deterioro de infraestructura y déficit en la balanza externa) en la fábrica nacional. El consumo se contrae precisamente ahí donde duele, en los productos que hacen factible el bienestar colectivo.

La lista de faltantes graves puede crecer cuanto se quiera, pero no es el propósito magnificarlas ahora. Nombrar unas cuantas es suficiente argumento como para destrozar cualquier visión optimista de lo que viene sucediendo y de lo que espera a la vuelta de la esquina, del siglo y del mágico milenio.

Las respuestas contenidas en el presupuesto, la Ley de Ingresos o el mismo Fobaproa han sido apreciadas como improvisadas en, cuando menos, una doble vertiente. Una, la inicial, porque las define como una reacción de bote pronto y de alcance temporal ante el cúmulo de problemas y requerimientos estructurales que obligadamente posponen. La otra, aquella que las presenta como emergentes de salidas malogradas y que habían sido pensadas primeras en el tiempo o como mejores opciones. En estas se incluyen, por ejemplo, la reforma fiscal integral una vez más dilatada, el incremento al IVA por ser inmanejable en el Congreso o la cancelación de la tasa cero a diversos productos y grupos de contribuyentes. En su lugar se ideó una miscelánea que combina de tocho morocho en un paquete intragable. La conveniencia de aumentar los haberes públicos, ya muy menguados por los subsidios, y los pagos al sistema financiero y la deuda, es decir, a los ahorradores, se convirtió en urgencia para sobrevivir. Los recortes al ya de por sí achicado aparato gubernamental y el abandono o insuficiente financiamiento de los programas de aliento al crecimiento y el desarrollo social, se han hecho evidentes y dolorosos.

Pero, a pesar de ello, la reciedumbre ideológica de los hacendarios no flaquea. Golpearon el corazón mismo de los subsidios ``generalizados'' hasta que lograron ``su'' victoria sobre Conasupo y el vetusto control al precio de las tortillas. Nada han dicho sobre los férreos topes al salario (un magro 13 por ciento de aumento para 99) ni del abandono de todos aquellos millones de miserables que quedan fuera de las clasificaciones tajantes del esterilizado Progresa.

El señor Levy ha cumplido su misión. Redujo el costo de tales subsidios ``ineficientes'' y no aumentó el gasto en que los introdujo cuando trasladó las tesis sobre el combate a la pobreza del Banco Mundial para salvar al México del modelo benefactor. 1998 es un cierre de trabajos en donde el grupo en el poder nos obsequia -faltaba más- con un presupuesto del que dirán nos salva de otro, todavía peor, que guardaron en sus relucientes escritorios y que, por tal salvamento, reclamarán un sitial en esta su historia oficial.