La Jornada miércoles 18 de noviembre de 1998

Astillero Ť Julio Hernández López

El lunes por la noche, en la sala de sesiones del Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE), el reportero José Gil Olmos preguntó a Enrique Ibarra, representante del PRI ante ese órgano, si acaso la sombra de Carlos Cabal no atemoriza al partido tricolor:

--Nosotros no tenemos nada que ver con el asunto de ese señor -respondió Ibarra- ni es algo de preocupación ni nos quita el sueñoÉ

Tres mentiras en 22 palabras pues, en realidad, el asunto del banquero favorito del salinismo sí tiene que ver con el PRI, sí le preocupa, y sí le quita el sueño a directivos partidistas y a diversas autoridades emanadas de ese proceso impugnado.

Tan enredado está el PRI -y el propio gobierno federal actual- con el caso Cabal Peniche, que sus reacciones frente al curso que sigue la exigencia de investigación referida han sido poco sensatas. Apelando a una legalidad de índole secundaria, en la que eventualmente pudiese tener razón (violaciones reglamentarias al incluir en el orden del día de una sesión extraordinaria un tema que no estaba agendado), el partido tricolor se priva de la oportunidad de demostrar a propios y extraños la transparencia con la que manejó sus recursos de campaña en 1994, no sólo para satisfacer cauces jurídicos acaso formalmente cerrados, sino también (y sobre todo) disquisiciones de índole ética y política que se mantienen vivas y abundantes.

Archivado en el cajón de las inercias del sistema que años atrás quemó las evidencias del fraude electoral de 1988 (con el que Carlos Salinas de Gortari se instaló en la Presidencia de la República), el caso Cabal Peniche estraga las entrañas del aparato priísta del poder.

Uno de los puntos que mayor peligrosidad le da al asunto del banquero tabasqueño, es el de las complicidades políticas. Carlos Cabal Peniche es un ejemplo del círculo de contubernios que ha saqueado el erario mediante negocios diversos para, luego, sostener económicamente el aparato de poder que, a su vez, permitirá nuevos negocios, garantizará impunidades y exterminará peligros de alternancias democráticas.

Sabio ejecutor de las artes expropiatorias en las que Carlos Hank González es cinta negra séptimo dan, Cabal Peniche supo beneficiarse con vértigo de las arcas abiertas por el salinismo y, al igual que otros importantes hombres de empresa, concurrió en los momentos importantes al financiamiento de la campaña electoral que, en los aciagos días de 1994, garantizaba viabilidad del proyecto del ex presidente y protección para los intereses compartidos.

Pero ahora, víctima de las guerras palaciegas que son capaces de exterminar al mayor de los imperios, Cabal Peniche es un testigo de cargo peligroso para los dos bandos a los que recientemente ha servido: por una parte, es testigo privilegiado de las maniobras económicas con las que el salinismo quiso pertrecharse para el futuro incierto; por otra, es también partícipe del financiamiento de la campaña presidencial que generó el actual gobierno.

Prensado entre esos dos mundos de intereses y, ahora, de animadversiones graves, Cabal Peniche es el testigo incómodo. Las primeras consecuencias de la decisión del zedillismo de aprehenderlo y sujetarlo a un proceso de exhibición pública, dañan al principal promotor de ese enriquecimiento tropical, que fue Carlos Salinas, pero también a quien, llegado sin experiencia, equipo ni fuerza a una campaña presidencial, debió sentarse al volante de un enorme camión de carga que él no había fletado y cuyo contenido desconocía, y cuando por fin conoció, ya no pudo (si es que quiso) cambiar.

Ahora, en una circunstancia política de tempranísima pérdida del poder, y en un entorno económico descompuesto y altamente preocupante, el zedillismo se ha colocado en un terreno muy peligroso. No se trata sólo de escudriñar el escándalo de los gastos de campaña de Roberto Madrazo Pintado cuando buscaba la gubernatura de Tabasco, ni se estanca el ímpetu perredista de ese caso en visceralidades tabasqueñas, el siguiente episodio de la novela llega (o pretende llegar) a Los Pinos, y por ello hay preocupación y pérdida de sueño, diga lo que diga don Enrique Ibarra en sus enfurruñados abandonos del IFE.

El PRI frente al futuro

Las complicaciones económicas presentes están obligando al PRI a fijar posturas distantes del actual gobierno con más rapidez de lo que suponían algunos militantes inconformes o críticos.

Con la disciplina tradicional como telón de fondo, pero al mismo tiempo con el futuro electoral del 2000 como visión obligada, los priístas saben que ellos no pueden asumir la responsabilidad política de los incrementos de precios y tarifas como tranquilamente lo está haciendo el presidente Zedillo.

Saben en los altos círculos priístas del alto costo que tendrá para ellos ser silenciosos apoyadores de las impopulares medidas tomadas por un Presidente que fue llevado al poder por el aparato priísta, y que para efectos de imagen les pertenece, pero que ideológicamente les es ajeno y acaso adverso.

Por ello son previsibles diversos movimientos al interior del PRI para establecer oportunos deslindes que, sin ser escandalosamente rupturistas, sí les permitan en el corto plazo, con las urnas como objetivo, escabullir el bulto y alegar ciertas independencias de criterio.

Y eso que todavía no llega la tal asamblea nacional priísta.

Tapados y destapados

José Angel Gurría sobrelleva con buen humor el desmoronamiento de sus aspiraciones presidenciales. En un país con cultura democrática, y con un sano escrutinio de la vida política y económica, es posible pudiese sobrevivir políticamente un personaje involucrado en decisiones tan difíciles como son las de encarecer productos y servicios. Pero en la circunstancia mexicana las cosas son distintas. Aquí, el que ejecuta las decisiones impopulares es tenido por verdugo, y en ese sentido sus adversarios se esmeran en posicionarle en el lado oscuro de la luna.

Francisco Labastida Ochoa se ha aferrado al asunto de la seguridad pública como una forma de escabullirse de los temas chiapanecos que parecían su única materia de trabajo. A sabiendas de que la demanda ciudadana más importante es la de que se restablezcan las garantías para una convivencia pública segura, el sinaloense trata de colocarse una capa en la espalda, que le convierta en el Superman que vuela rumbo al 2000.

Esteban Moctezuma Barragán se mantiene en el esquema de trabajar duro en el generoso ámbito en el que ha sido colocado, que es el del desarrollo social. Insiste en asumirse como un funcionario que no desperdicia tiempo, recursos ni imaginación en buscar candidaturas sino en cumplir con el encargo presente. Pero todos lo ven, en sus giras por el país, o en los actos públicos, como precandidato en campaña, quiéralo él o sí lo quiera.

Astillas: Broncas en Puebla entre panistas. Cuadros de aquella entidad creen que las posibilidades de triunfo que tuvieron en algunas candidaturas de las pasadas elecciones se cancelaron por culpa del dirigente nacional Felipe Calderón HinojosaÉ En Zacatecas han aparecido juntos, en días pasados, Ricardo Monreal y Genaro Borrego. Durante el sexenio de Arturo Romo no se apareció oficialmente por su entidad natal el ahora director del Seguro Social. Pero ahora, las sonrisas entre Monreal y Borrego fueron tan amplias y convincentes, al igual que el buen trato, que muchos se preguntaron qué tanta distancia habría de verdad entre el planteamiento perdedor que el PRI hizo en aquella entidad, con José Olvera como candidato de poca monta, y las aspiraciones siempre en buena perspectiva de un Monreal que se fue al PRD para superar el veto que en el PRI le impuso Romo. Es de recordarse el desánimo que reinó en el equipo de Olvera la noche en que esperaban que Borrego llegara a una fiesta de zacatecanos radicados en el DF a la que finalmente Genaro no asistió. O el enredo de la carta personal que envió Borrego para disculparse por no asistir al cierre de campaña de Olvera y que éste hizo publicar para tratar de paliar la sensación de que su presunto jefe político lo abandonaba.

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