José Steinsleger
La Jornada San Luis

La globalización exige conocer y saber contar de lo nacional y de lo particular. El camino inverso, de afuera hacia adentro, conduce a la autarquía y a una situación de inferioridad e inseguridad que tratamos de compensar con la exaltación retórica de los símbolos que nos inventamos: la nación, el himno, la bandera, la causa.

El otro camino, en cambio, el que va de adentro hacia fuera, permite la expresión de lo nacional y de lo particular en el concierto de la sinfonía global en marcha. Indistintamente, ambas opciones son políticas en tanto obedecen a una actitud. La primera lleva a la guerra y a la incomprensión. La segunda exige de la comunicación y de iniciativas como las de La Jornada San Luis. La caridad bien entendida empieza por casa. Nada nuevo, pero difícil de realizar.

Sí: ``...la globalización es irreversible'', y etcétera. Pero la sinfonía globalizadora, a más de inconclusa, ejecuta una melodía desafinada. No es difícil entender por qué. En el caso del negocio comunicacional, a La Jornada le iría mejor si en vez de abrir una editorial en San Luis Potosí o en Puebla lo hubiese hecho en Miami invocando desde allí ``la unidad informativa del mundo latino'' al son del mambo ideológico de Gloria Stefan y Celia Cruz.

La Jornada entiende que esa pretensión globalizadora de la información representa un intento fallido. Vía muerta de la comunicación que, a más de excluyente, manipula y tergiversa la realidad de nuestros pueblos. Prueba de ello son, entre otras muchas que desde allí se dirigen a ``las Américas''. Visión o la edición en español de News-week en las que escriben ``reconocidos analistas de Latinoamérica'' y las cadenas de televisión dirigidas al ``mundo de habla hispana'', al compás de cuando los santos vienen marchando.

La Jornada San Luis se enmarca en el proyecto de globalización de un México inserto en la realidad nacional y particular de América Latina. Quizá no sea un gran negocio porque a la vuelta de la esquina tendrá que lidiar con lo que Carmen Lira denominó ``centralismo'' y la imagen y la percepción que la sociedad mexicana tiene de sí misma, confrontada a la necesidad de construir desde y para la pluralidad del país real. Pero es un desafío que cualquier buen periodista reconoce estimulante.

Desde el punto de vista meramente comercial, La Jornada San Luis será negocio si consigue demostrar que la cultura uniformadora de la información no es negocio. Es decir, que el negocio de la información consiste en ser sensible a la vasta y riquísima heterogeneidad cultural y política de México. Demostrar, ante un mercado nacional, que para los efectos publicitarios es socialmente elitista, que los tiempos en que los medios de comunicación se pensaban primero como factor de poder y luego como componente ``técnico'' de una sociedad mercantil y democrática, son cosa del pasado.

Si no pasa por la calidad, el negocio comunicacional se reduce a vender tortas con todo. Algo que al periodista con las botas puestas le resulta deplorable, más aún si debe subordinar su talento a esta forma de concebir el periodismo. En América Latina, donde la excesiva imbricación entre propiedad concentrada de los medios, adscripciones ideo- lógico-culturales y filiaciones políticas siguen siendo la tónica dominante, el papel pluralizador de los medios es incipiente y feble. Y esto es constatable con mínimos estudios contables.

A tales élites, tales medios.

Sin embargo, la contradicción es inherente al dogma. Porque parecería que la cantaleta de la ``objetividad'' de los grandes medios está llevando a las sociedades que se debaten en la realidad-real a exigir de los medios algo más que una ``imparcialidad'' cargada, cuando no saturada de imágenes sin ton ni son, porque hasta en los anuncios publicitarios se repite aquello de que ``una imagen vale por mil palabras''.

En América Latina nadie puede dar fe de la sentencia. Más certeramente podríamos decir que la profusión de imágenes tiende a fortalecer las democracias sin palabra. Que ``la gente cada día lee menos periódicos''. Tampoco está demostrado. ¿La gente no lee o la gente se cansa porque los empresarios del subdesarrollo informativo bajan costos ahorrándose el pago a los buenos periodistas?

Démosle a la gente excelencia periodística y veremos si aún en regiones castigadas por el analfabetismo y la desnutrición no incrementa su lectura. Pero entonces hablémosle de la realidad. La Jornada nacional es prueba de ello y La Jornada San Luis, con Julio Hernández al frente, van a demostrarnos que la empresa es posible y es rentable.