Comienza hoy en Kuala Lumpur, Malasia, la cumbre de jefes de Estado de la APEC, el foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. Y el tema central, en los dos días de encuentros, será inevitablemente el comercio. Un tema que afecta a la economía mundial, si se considera que los 21 miembros de esta asociación representan, punto más punto menos, la mitad de la economía mundial y de su comercio. Hace cuatro años la APEC estableció para el 2020 el plazo para la eliminación de las barreras arancelarias entre los miembros. Y una década antes para los países más desarrollados del área, como Estados Unidos y Japón. Hoy el objetivo parece alejarse debido a la resistencia de los países asiáticos a comprometer su recuperación económica, después de un desastroso 1998, abriendo sus economías a los fuertes competidores intrarregionales.
Del otro lado, Estados Unidos tiene que enfrentarse a una competencia asiática más agresiva por las devaluaciones de los países del área y por la debilidad de sus mercados internos, que llevan a las empresas asiáticas a dirigir una parte más importante de su producción a las exportaciones. Y de esta forma, se obliga a Estados Unidos a sostener con su creciente déficit comercial la recuperación asiática. Un papel que Estados Unidos no acepta o lo hace a condición de que, paralelamente, las economías asiáticas se abran más a la penetración estadunidense.
El primer terreno de enfrentamiento entre Japón y Estados Unidos ha sido --en las discusiones previas de los ministros de Relaciones Exteriores y de Comercio-- la resistencia japonesa a abrir su mercado a los productos pesqueros y forestales. ¿Cuál es el problema? El problema es que estos dos sectores eran los primeros de una lista de nueve que deberían inaugurar la liberalización comercial de la APEC desde 1999. Evidentemente los gobiernos asiáticos tienen más interés en su crecimiento que en un liberalismo económico que, en su implícita opinión, beneficiaría en exceso a Estados Unidos afectando sus propios intereses. Y Estados Unidos da señales de estar comenzando a perder la paciencia. Cosa que la sabiduría más elemental sugiere que no suceda.
El hecho es que esta cumbre podría resultar crítica para el futuro de la APEC y de la idea misma de un nexo fuerte, estratégico, entre Asia oriental y América. Aquello que alguna vez se llamó Cuenca del Pacífico. Una idea débil desde el comienzo, construida sobre el desconocimiento de la necesidad previa de reforzar dos grandes espacios económicos, asiático y americano, con un mayor grado de integración al interior de cada una de las dos regiones.
Mostrando una mayor conciencia de las prioridades, el gobierno japonés propuso compensar a los países de Asia, por la permanencia de la protección japonesa a sus sectores vitales, con un plan de ayuda económica cercano a 230 millones de dólares. Una propuesta que tal vez no resulte desagradable para varios países asiáticos, aunque alimente toda la desconfianza de Estados Unidos y Canadá.
Y mientras en Kuala Lumpur los dirigentes asiático-americanos discutirán durante dos días de sus desacuerdos comerciales, en Europa se anuncia una batalla política también importante. Dos frentes se están delineando. De un lado está la propuesta avanzada por el primer ministro italiano D'Alema de flexibilizar los vínculos de presupuesto en el camino al euro; lo que liberaría recursos a favor del empleo. Y del otro los representantes de la ortodoxia monetaria, que quieren un euro fuerte gracias a una reducida inflación y cuentas públicas bajo estricto control.
La diferencia entre la Unión Europea y la APEC es que la primera no es sólo un proyecto económico sino también político, mientras la segunda no llega ni al proyecto económico común. Lo que debería recordar las prioridades verdaderas, que son fundamentalmente dos. Primera: concentrar la atención en el desarrollo y la cooperación intrarregionales, para materializar piezas continentales más equilibrada al interior de la economía mundial del futuro. Segunda: construir un nuevo orden monetario y financiero internacional que evite alianzas históricamente inviables como forma para compensar la ausencia de un nuevo sistema de reglas globales fuertes y concordadas.