La sala chiapaneca del pabellón mexicano en el Museo de los Horrores, al igual que el número de sus visitantes, crecen día con día. A la matanza de Acteal se le han sumado casi once meses de impunidad y protección gubernamental de sus ejecutores. En el penal de Cerro Hueco siguen como rehenes decenas de indígenas insumisos, al tiempo que miles de soldados se proponen hacer imposible la vida y reproducción de las comunidades rebeldes.
Mientras que las salas que albergan los conflictos armados en Colombia, Irlanda o el País Vasco están a punto de convertirse en parte de los salones históricos del Museo, la insurrección chiapaneca sigue ocupando un amplio espacio en el área de las guerras internas sin solución, al lado de la lucha kurda y el Perú.
Por más esfuerzos que ha hecho el gobierno para impedir la entrada de visitantes extranjeros a la sala chiapaneca del Museo, éstos siguen frecuentándolo. El pasado 30 de septiembre, el agente de ventas del turismo administrativo, Emilio Rabasa, estuvo en Canadá para brindar a las ONG de aquel país la oportunidad de intercambiar puntos de vista sobre la situación en Chiapas. El representante del gobierno mexicano trató a los canadienses como si fueran mexicanos, y representó para ellos una función del show de terror del Chuky-burocrático. Agarró el micrófono para hablar sin decir nada durante una hora y media y, en lugar de contestar las preguntas de sus interlocutores, se respondió a sí mismo repitiendo los lugares comunes que había dicho previamente. Los canadienses concluyeron el encuentro expresando su ``enérgica indignación por la arrogancia mostrada por la embajada mexicana (y sus representantes diplomáticos) por esta reunión de trabajo que nunca cumplió el propósito para la que fue citada''. (La Jornada, 15-XI-98).
Entre los visitantes extranjeros al pabellón mexicano del Museo de los Horrores se encuentran los senadores estadunidenses Leahy, Dodd, Feinstein, Bingaman, Jeffords, Feingold, Kerry, Wellstone, Bumpers, Boxer, Kennedy, Durbin, Murray, Wyden, Harkin y Mikulski, así como un grupo de 38 representantes (diputados), encabezados por Nancy Pelosi, que el 9 de octubre, presentaron a las dos cámaras que forman el Congreso de su país un documento sobre la situación de los derechos humanos en Chiapas crítico del gobierno mexicano. En su papel de portero del Museo, Emilio Rabasa estuvo en Washington por esas fechas tratando de desalentar la presentación de la resolución. Una iniciativa similar había sido detenida ante los ofrecimientos de la diplomacia mexicana de tomar algunas medidas prácticas ante el conflicto que, tal y como ha hecho con los Acuerdos de San Andrés, nunca cumplió.
Sin que los guardianes se dieran cuenta de su entrada al edificio, Gerry Adams, líder del Sinn Fein, se coló hasta la azotea del Museo. Con elegancia y tacto diplomático señaló algunas de las barbaridades que el gobierno mexicano ha cometido en Chiapas. Por principio de cuentas refrendó que su lucha tiene ``una afinidad natural con los pueblos indígenas''. Afirmó que para alcanzar la paz se requiere de justicia y cambio, se necesita abordar ``lo que causó el conflicto y remover, o tratar de remover, estas causas y remplazar una situación de conflicto con una democrática y abierta''. Puntualizó que la paz se pone en jaque cuando los acuerdos firmados se violan. Terminó dando la bienvenida al diálogo entre el EZLN y la sociedad civil del próximo 20 de noviembre.
Hasta el presidente de Francia, Jacques Chirac, nada sospechoso de veleidades izquierdistas, recibido con bombo y platillo por la actual administración, se dio su escapada al Museo del Horror y, como no queriendo la cosa, se pronunció a favor de la aplicación de los acuerdos de San Andrés. Lo que, lisa y llanamente, significa que, a sus ojos, y a pesar de lo que el gobierno repite una y otra vez, no están cumpliéndose.
Es difícil saber si la falta de respuesta gubernamental ante semejantes intromisiones de tan distinguidos visitantes se debió al síndrome del avestruz que domina en sus alturas o a una fría decisión de no hacer más grande el problema. Pero, lo que el gobierno no puede negar, aunque no hable de ello, es que el pabellón mexicano del Museo de los Horrores ha adquirido una celebridad creciente y notable más allá de nuestras fronteras, y que sus visitantes no se limitan al radical chic. Quizás no se haya dado aún cuenta, pero su diplomacia perdió ya la batalla de Chiapas.