Teresa del Conde
Rubens y su siglo

Para disfrutar la nutrida exposición de Rubens, en el Museo de San Carlos, lo primero es abstenerse de la duda. ¿Rubens o no Rubens?, ¿como en el caso de Rembrandt en el MET? Eso no es posible en ningún sitio, por el simple hecho de que además de ser el gran pintor del barroco contrarreformístico, Rubens fue embajador, consejero, diplomático pintor de varias cortes, negociante y coleccionista. Basta que pensemos un poco en el tiempo relativamente corto en el que desarrolló el ciclo María de Medici, para el Luxemmburgo, iniciado en 1622 e inaugurado en febrero de 1625, para entender que el artista es el autor indiscutible de los sketchs monocromáticos que le fueron presentados inicialmente a la reina y también lo fue de la mayoría de los estudios a color.

Las pinturas que vemos en el Louvre fueron ejecutadas en su inmenso taller, adjunto a su palacete en Amberes. Primer pintor de empresa, proporcionaba bocetos al óleo a sus entrenadísimos asistentes, luego retocaba los trabajos. En otras ocasiones trabajaba en mancuerna. Existe constancia de ello en la muestra que comento. Así era la usanza para un pintor de ese calibre, casi un príncipe, en el Flandes del siglo XVII. Sin embargo, Rubens no fue flamenco por nacimiento, pues nació en Colonia.

A Rubens como autor único lo podemos ver poco: El rapto de las hijas de Leucipo fue un tour de force que acometió porque le fascinaba la piel blanca al lado del lustre de los caballos y la musculatura bronceada de esos palafreneros que resultan personificar a Castor y Polux. Allí sí, sin colaboradores, restringió y a la vez dio ímpetu a su orquestación barroca y el resultado es una de las más bellas pinturas que se han creado, porque quita el aliento y está en la Pinacoteca de Munich.

¿Cuándo Rubens es sólo Rubens? Muy al principio, en los años en los que trabajó para Vincenzo Gonzaga, el duque de Mantua, jugador, mujeriego, piadoso y coleccionista, todo al mismo tiempo. Lo fue también en Roma, cuando los oratorianos le encargaron la pieza de altar para la iglesia de moda en aquel entonces, Santa Maria in Valicella, conocida como Chiesa Nuova A. Se trataba de una Adoración de la virgen que los frailes tuvieron a bien rechazarle. La que allí puede verse hoy día es también de su mano y muestra influencia de Caravaggio, pintor con el que los oratorianos se identificaban.

Rubens es todo Rubens en la catedral de Amberes y en la magnífica pintura con San Ildefonso y la Madonna (también realizada para Amberes) en el Kunsthistorisches de Viena, allí la modelo para la Virgen es su segunda esposa, Elena Fourment. Cuando ella tenía 7 años de edad, Rubens le hizo un retrato a su hermana Suzanne quien tendría 15, se titula El sombrero de paja (ca. 1625) y está en la National Gallery de Londres.

Asimismo hay un retrato de Suzanne en esta exposición y otro, más ``rubensiano'', para el que posó Clara Fourment. Rubens fue íntimo amigo de toda esa familia, al grado de casarse a los 53 años con la hija más pequeña que tenía 16, una vez que enviudó de Isabella Brand. La gloriosa Venus semicubierta con un visón, que parece girar sobre sí misma, es Elena a poco de casada, pintada en 1531, se encuentra también en Viena y es pieza inamovible, como deben serlo las masterpieces en todos los museos del mundo.

¿Quiere usted conocer esa pintura en el original?, pues haga la peregrinación respectiva. Sólo los mexicanos no tenemos esa costumbre porque creemos que si valoramos a tal grado nuestras obras maestras (que las hay) perderemos la estima, la benevolencia, el respeto de quienes nos las solicitan.

Existen inumerables bocetos hermosísimos de Rubens, verdaderos alardes de frescura y de ímpetu en muchos museos del mundo. San Carlos posee uno y el Museo de Cleveland prestó otro con el tema de la cacería. Estas obras que servían de punto de partida a los pintores del atelier Rubens, con el correr de los años determinaron el estilo de Delacroix, quien poseía algunos porque se encontraba sobrecogido con su frescura.

En sus contratos Rubens, quien era magnífico negociante y a la vez honesto, especificaba el porcentaje de trabajo que depositaría en la obra, cuyo diseño siempre le correspondía, o bien era lo suficientemente bueno como para que lo aceptase como suyo. De ese porcentaje dependía el precio. El hecho de que Viena, Dresden, Madrid, Londres, Munich posean cuadros del ``Rubens glorioso'' sin o casi sin mano ajena, se debe a que tales encargos fueron espléndidamente pagados. Por cierto el retrato un poco maltratado, presente en la exposición de San Carlos, Dama delle Licnidi (1602) y que procede de Castelvecchio es un Rubens atípico, poco barroco, ``de etiqueta'', muy cumplidor y aquí sí, seguramente sólo de su mano.