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||¦K||||||Cabeza. Payola: historias de poder
Arturo García Hernández/ II Ť Por temor a represalias que afecten sus respectivas carreras, o simplemente para no meterse en ``camisa de once varas'', ni ejecutivos disqueros ni promotores ni cantantes ni compositores ni mánagers se atreven a señalar públicamente a quienes se benefician con la práctica payolera. Lo cierto es que en el medio están perfectamente identificados; sus nombres y apellidos son un secreto a voces.
Son los ``zares de la payola'' que al cobijo de dicha práctica han acumulado enormes fortunas y un inmenso poder. Son ellos los que, de acuerdo con sus gustos, sus prejuicios, estados de ánimo, filias, fobias y hasta su ignorancia en la materia, deciden qué se toca y qué no se toca en la radio. Y prácticamente en sus manos está el gusto de millones de personas y el éxito o fracaso comercial de compositores y cantantes.
Es tal el poder de los programadores payoleros y tal el sometimiento de las disqueras -afirma el compositor e investigador musical Mario Arturo Ramos- ``que en los últimos cinco o seis años la industria mexicana del disco ha grabado para los programadores'': para tomar la decisión de grabar o no un disco, los productores ponen el material a consideración de los programadores. Estos sugieren, cuestionan, aconsejan o de plano rechazan el material. Si en una producción son tomados en cuenta sus puntos de vista -apunta Ramos- ``el producto casi tiene asegurada su difusión''.
Imponer criterios extramusicales
El problema es que la mayoría de las veces los criterios son extramusicales: ``los programadores y los directores artísticos de las disqueras quieren canciones que cuenten sus problemas personales. Entonces los radioescuchas dependemos de sus biografías o hasta de con quién se están acostando''.
Las afirmaciones del compositor son ratificadas por el promotor de radio de una disquera, quien pide el anonimato, pero acepta que sus palabras sean grabadas:
``Yo conozco a los programadores porque trato con ellos, sé quien payolea y quién no. Todos los promotores sabemos que esa palabra (payola) no se puede mencionar directamente porque los señores se indignan. Tienes que llegar con tu cara de estúpido y aguantarte desplantes, despotismo, majaderías. Una vez le llevé a un tipo de ésos un disco y me lo aventó sobre su escritorio. Dijo: `¿Sabes qué? Esto no va'. ¡Ni siquiera se molestó en oírlo!''
Antes, ``la gente de radio de veras se interesaba por la música, se sentaban con uno a oír el disco. Hoy tú llegas a promover tu material y te dicen: `déjalo ahí' y ahí se van quedando en el montón que tienen sobre su escritorio, o bien porque no les llegas al precio o porque otra disquera les está pagando más por los espacios disponibles. O sólo porque a ellos no les gusta no le dan oportunidad al disco de probarse ante el público''.
El monto y las formas de pago de la payola son variables. Según el sapo es la pedrada. El payolero de una ``estación pinchurrienta'' suele recibir 8 mil pesos mensuales para tocar tres temas, una o dos veces al día.
Otros, ``los poquiteros'', por tocar una canción una vez al día piden de 2 mil 500 a 3 mil 500 pesos mensuales. Pero en estaciones más fuertes la tarifa ronda los 20 mil pesos por cinco tocadas durante un mes: ``¡Imagínate ganar 20 mil pesos al mes sin hacer nada!'', dice el entrevistado.
Otra modalidad es el regalo de bienes materiales, conciertos y viajes. Reciente es el caso de un baladista (y eventual intérprete de canciones de la nueva trova cubana) que vio sus mejores tiempos hace 10 o 12 años. Ahora su disquera lo quiere resucitar artísticamente y para apoyar la difusión de su nuevo disco, entregó las llaves de una casa al programador de una importante radiodifusora.
``Si una disquera se pone a dar eso -se queja el promotor entrevistado- las demás quedamos fuera de la jugada. Si llego con mis tres mil pesitos, pues me mientan la madre. Para competir tengo que superar esa oferta''.
Esclavos de la radio
De igual manera ocurre que, en vez de dinero, los payoleros piden actuaciones gratuitas a los grupos y solistas cuyos discos difunden. Esto, que Los Angeles Times (5 de noviembre) acaba de denunciar como una nueva forma de payola en Estados Unidos, es práctica común en México:
``Es sabido -dice Mario Arturo Ramos- que la mayoría de los empresarios de bailes populares son programadores de radio. Cuando los artistas que les deben tocadas les van a pagar, los programadores hacen que estén en la radio como un chingadazo, promocionando el baile''.
Lógicamente, la recaudación en taquilla, menos gastos, es para el empresario-programador. Al grupo o cantante no les toca nada. Se vuelven -en palabras de Ramos- esclavos de la radio: saben que necesitan difusión para trabajar y obedecen todo lo que acuerdan programadores y disqueras.
El pago de viajes y la invitación a conciertos en el extranjero también suelen ser una forma de retribución para quien programa una canción en la radio.
En entrevista publicada por la revista La Necia, en su número de mayo de este año (encuesta de Pedro Balmorán y Alejandro García), José Alvarez, funcionario de Radioactivo, señala que, ``en lo personal'', no cobra payola, pero refiere una anécdota que ilustra el mecanismo bajo el cual opera el pago con viajes. Los entrevistadores le preguntaron:
-¿Te han ofrecido alguna vez dinero para programar algún tema?
(José Alvarez reconoció que en dos ocasiones, ``pero no dinero; no directamente''. Y relató):
``(...) cuando ha habido oportunidad de meter un tema con un apoyo, sin que yo rompa con un esquema de programación, se hace. Por ejemplo, hace como un año me ofrecieron a Hanson, que creo que es un grupo muy pop, que es muy difícil que entre en una programación como la de Radioactivo; pero era una prioridad muy importante para la compañía disquera y llegamos a un arreglo.
``Dijimos: `Bueno, vamos a hacer una cosa..., el tema tampoco está tan mal, y seguramente habrá mucha gente a la que le guste. Vamos a programarlo, nada más que a cambio de eso me mandas a dos personas a ver a U2 y a Oasis en San Francisco'. Y se fueron las dos personas y se transmitió el concierto. Se dio una por la otra. Normalmente es así como lo hacemos. Excepto cuando ya no se puede pasar, como cuando me piden tocar a las Spice Girls, y no puedo traicionar la idea y el concepto de la estación.''
A pesar de que en la práctica payolera empresas disqueras y radiodifusoras parecen hacer causa común, en realidad las primeras sobrellevan con resignación o callada molestia la relación. Primero, porque las ``apuestas'' de la disquera no siempre son del agrado del programador. Segundo, porque como se expuso, los payoleros modifican las ``tarifas'' de manera abrupta, arbitraria y unilateral.
Acuerdo fallido
En los primeros años de está década, la situación ya era tan abusiva y agobiante para las disqueras que Jesús López, entonces directivo de BMG Ariola, trató de ponerse de acuerdo con representantes de las demás empresas del ramo para negociar un trato más equitativo con las radiodifusoras. De acuerdo con los testimonios recabados, todo marchaba espléndidamente, pero -comenta Eduardo Magallanes- después de las reuniones ``había unos que al salir se iban a hablarles a los radiodifusores: `Oye, fíjate que ya dijimos esto, pero no te preocupes, tú y yo seguimos machines como siempre'. Los que chivateaban querían tomar ventaja. Estoy seguro que los radiodifusores nada más se reían''. Todo se vino abajo.
Actualmente Jesús López reside en Miami donde se desempeña en un alto cargo directivo en la disquera Universal Music. Al solicitársele, vía fax, su testimonio sobre este esfuerzo contra la payola, López se disculpó por escrito:
``Siento comunicarle que desde 1993 no soy responsable directo de ninguna compañía que opere en territorio mexicano, por lo que no me considero la persona adecuada para verter opiniones sobre un tema tan delicado y tan específico''.
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Es tal el poder de los programadores payoleros y tal el sometimiento de las disqueras -afirma el compositor e investigador musical Mario Arturo Ramos- ``que en los últimos cinco o seis años la industria mexicana del disco ha grabado para los programadores'': para tomar la decisión de grabar o no un disco, los productores ponen el material a consideración de los programadores. Estos sugieren, cuestionan, aconsejan o de plano rechazan el material. Si en una producción son tomados en cuenta sus puntos de vista -apunta Ramos- ``el producto casi tiene asegurada su difusión''.
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El problema es que la mayoría de las veces los criterios son extramusicales: ``los programadores y los directores artísticos de las disqueras quieren canciones que cuenten sus problemas personales. Entonces los radioescuchas dependemos de sus biografías o hasta de con quién se están acostando''.
Las afirmaciones del compositor son ratificadas por el promotor de radio de una disquera, quien pide el anonimato, pero acepta que sus palabras sean grabadas:
``Yo conozco a los programadores porque trato con ellos, sé quien payolea y quién no. Todos los promotores sabemos que esa palabra (payola) no se puede mencionar directamente porque los señores se indignan. Tienes que llegar con tu cara de estúpido y aguantarte desplantes, despotismo, majaderías. Una vez le llevé a un tipo de ésos un disco y me lo aventó sobre su escritorio. Dijo: `¿Sabes qué? Esto no va'. ¡Ni siquiera se molestó en oírlo!''
Antes, ``la gente de radio de veras se interesaba por la música, se sentaban con uno a oír el disco. Hoy tú llegas a promover tu material y te dicen: `déjalo ahí' y ahí se van quedando en el montón que tienen sobre su escritorio, o bien porque no les llegas al precio o porque otra disquera les está pagando más por los espacios disponibles. O sólo porque a ellos no les gusta no le dan oportunidad al disco de probarse ante el público''.
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``Si una disquera se pone a dar eso -se queja el promotor entrevistado- las demás quedamos fuera de la jugada. Si llego con mis tres mil pesitos, pues me mientan la madre. Para competir tengo que superar esa oferta''.
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``Es sabido -dice Mario Arturo Ramos- que la mayoría de los empresarios de bailes populares son programadores de radio. Cuando los artistas que les deben tocadas les van a pagar, los programadores hacen que estén en la radio como un chingadazo, promocionando el baile''.
Lógicamente, la recaudación en taquilla, menos gastos, es para el empresario-programador. Al grupo o cantante no les toca nada. Se vuelven -en palabras de Ramos- esclavos de la radio: saben que necesitan difusión para trabajar y obedecen todo lo que acuerdan programadores y disqueras.
El pago de viajes y la invitación a conciertos en el extranjero también suelen ser una forma de retribución para quien programa una canción en la radio.
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