Hermann Bellinghausen
El renuente corazón pagano

Primer día del siglo, pero sólo vagamente lo saben en la aldea, y lo suponen importante por el barullo que causa afuera y alcanzan a sugerir los visitadores tributarios (que siempre se van con las manos vacías, y en ocasiones apaleados) y los misioneros, que no pierden la esperanza de penetrar el renuente corazón pagano de los nativos.

Que yo lo sepa es secundario. Que esté aquí, y me encuentre en condiciones de contar lo que estoy contando, es meramente circunstancial.

Aquí es imposible guardar memoria del futuro. De lo que nosotros entendemos por futuro. Para ellos el futuro es un presente que no ha ocurrido, es esto mismo otra vez. No les ocupa sus pensamientos.

Y su memoria del pasado no guarda relación con la nuestra. No escriben, y lo que bordan las mujeres o los hombres labran en la madera no lo guardan, lo usan hasta que se acaba.

Sólo existe la vida doméstica, y ellos mismos son la única huella de la existencia de su pueblo.

La memoria, o tradición, pasa de boca en boca, magma que no deja de transformarse aunque ellos lo niegan, se hace mito instantáneo y cambia según la boca y el momento que transmiten. Nunca piensan que sea verdad, pero saben que no es mentira.

Allá en el mundo que la tribu ignora reina una fe en el progreso muy fin de siglo. Aquí, siendo gente razonable, no se les ocurre que la Razón pueda ser diosa. Los únicos dioses están en las cosas.

Ignoran que la Ciencia y la Ilustración van ganando, que la estabilidad es más importante que la libertad, y que ya pronto la humanidad será feliz, o algo parecido.

Termina un siglo de descubrimientos, de conquistas mundiales, de confirmación de los imperios, de guerras que ya no se repetirán.

Para la aldea no termina nada. Siglo diecinueve, les digo a ver cómo reaccionan, siglo diecinueve, y sólo ríen por ser amables, me toman la mano uno por uno y se frotan la punta de la nariz con mi dorso, que es la forma en que alivian la lástima que les inspiran los pobrecitos, los que no saben, los que andan perdidos, los que son el loquito de la aldea. Es un conjuro, no se les vaya a pegar la idiotez.

Que sean analfabetos del tiempo no los hace peores que nosotros. La idea de Gobierno es un rumor que les llega apenas, antiguo, inverosímil y sin pruebas concretas de su existencia.

Fin de siglo. Ja. Buenas noches di- jeron anoche, y esta mañana, buenos días.

Así que guardo la emoción para mí solo. El siglo veinte será la culminación de la inteligencia en orden, habrá paz y progreso. Y estos silvestres aprenderán a ser modernos. Recibirán a los predicadores, pagarán impuestos y conocerán las virtudes del comercio. Redimirán su ignorancia al olvidar eso que creen su pasado, memorizarán el nuestro, conocerán el futuro, trabajarán afanosamente las máquinas, y el trabajo los hará libres.

¿Libres de qué? En su idioma no existe la palabra libertad. No saben que la necesitan.