La Jornada Semanal, 15 de noviembre de 1998
Hasta que conocí la estrechez de tu cintura
Sábanas de sal,
¡No hay más!
Mientras llegas
y tu lengua recorrió
mis montañas azules,
hasta que vi tu espalda, sobre todo tu
espalda.
¡No existe más!
Nada mejor que tu ombligo como
abismo,
sólo una taza de café, pero contigo.
Una tarde
soleada
en que los rayos me reflejen en tu vientre.
alcoba que nos aguarda y protege.
Tu voz que
susurra mis planicies,
tus deseos entre los míos sobre la
almohada.
Tu ropa en una silla.
Tengo esa certidumbre.
leo y por si acaso, escucho un bolero.