La Jornada Semanal, 15 de noviembre de 1998
La poesía de Salvador Díaz Mirón, según lo apuntó el mismo poeta, podría dividirse en tres épocas: la publicada entre 1874 y 1891; la escrita entre 1892 y 1901, en la cual hay que situar su libro Lascas; y la posterior a esta fecha, cuyo último poema, Los peregrinos, apareció en 1927. Entre una y otra hay diferencias evidentes que los críticos se han ocupado de precisar con mayor o menor éxito.
Su poesía más conocida, aquella que lo hizo famoso en México, en Hispanoamérica y allende el Atlántico, fue la que por sus temas y formas podríamos llamar romántica. No sin razón, José Emilio Pacheco lo llama ``el mejor de los poetas románticos mexicanos'' (La poesía mexicana del siglo XIX, México, Empresas Editoriales, 1965.) En ella se encuentran poemas tan conocidos como ``Mística'', ``Copo de nieve'', ``Al Zar de todas las Rusias'', ``Victor Hugo'', ``A Gloria'', ``Sursum'', ``Asonancias'' (``Sabedlo, soberanos y vasallos''), ``Deseos'', ``¡Ave María!'', ``A Byron'', ``Los parias'', ``Ojos verdes'', ``¿Qué es poesía?'', etcétera. Poemas de carácter amoroso, en los que glosa sus amoríos con Matilde Saulnier y con Genoveva Acea; o bien poemas de tema social, a lo Victor Hugo o a lo Núñez de Arce, en los que protesta por las injusticias de la sociedad y aun por la indiferencia de un Dios que parece estar ajeno a las desgracias y miserias de los hombres. No faltan poemas de carácter descriptivo, con elementos modernistas como ``Umbra'', o como ``El arroyo'', que parecen preludiar el famoso poema rubendariano ``Lo fatal'', al que Amado Alonso le ha encontrado las fuentes en la poesía de Miguel çngel, o bien ``Cleopatra'', en donde el tema, la sensibilidad, la técnica poética y el estilo son meridianamente parnasianos, y del que decía Rafael López que era ``une petite chef-d'oeuvre'' que se ``atrevería a leer ante cualquier areópago, sin miedo de que se le encuentre una cana en la inmarcesible cabellera'' (``Silueta'', prólogo a Poemas de Salvador Diaz Mirón, México, Cultura, 1918).
La segunda época, la modernista, está representada, sobre todo, por Lascas, libro que sorprendió positiva y negativamente a los lectores de principios de siglo que en su mayoría no estaban preparados para comprender una poesía que hacía suyos muchos temas y técnicas poéticas de la literatura europea de finales de siglo y que aquí en el continente, sólo Walt Whitman había puesto en práctica en el Canto a mí mismo o en los Hijos de Adán, y de cuya obra tenía noticia Díaz Mirón, sobre todo, a través de las crónicas que había publicado José Martí en El Partido Liberal (17 de mayo de 1887.)
Las ideas rectoras de la estética modernista de Díaz Mirón están expuestas en la ``Epístola joco-seria'' y en algunos otros poemas de Lascas como ``Cintas de sol'', ``Ecce homo'' y ``Gris de perla''; pero particularmente en el primero, que no sin razón ha sido considerado, en cuanto a esta época, como su ``Arte poética''. En él, como un nuevo esteta del naturalismo, postula la apertura de la poesía a todos los temas, principalmente a aquellos que afectan más de cerca la naturaleza humana y los que se refieren a las pasiones instintivas del hombre. Sin embargo, se aparta de los presupuestos teóricos del naturalismo, cuando declara la imposibilidad de reflejar fielmente la ``realidad'':
¡Ay! Las cosas en sí quedan lejos.
¿Qué cristal el que filtra y altera?
(vv. 25-37)
Sólo dan
al sensorio reflejos.
En mí el Cosmos intima señales
y es un haz
de impresiones mentales.
Pero cunde al través de una lente
comba
y tinta y jamás indolente,
que perturba en la imagen virgínea
el
matiz, el color y la línea.
Pues mi humor peculiar, mi
manera.
Para mí, por virtud de objetivo,
todo existe según lo
percibo.
Y fue la presencia del elemento ``naturalista'' en la poesía de Lascas la que desconcertó a los lectores de principios de siglo y la que ha postergado el ingreso de este libro al movimiento modernista; pero como ya lo ha demostrado Amado Alonso, respecto a La gloria de don Ramiro de Enrique Larreta (Ensayo sobre la novela histórica. El modernismo en ``La Gloria de don Ramiro'', Madrid, Gredos, 1984), el no tener en cuenta este aspecto es lo que ha falseado en muchas ocasiones la visión del modernismo, reduciéndolo a tal grado que no cabe en él ni siquiera el mismo Rubén Darío. En cuanto a Lascas, más que literatura naturalista, habría que aproximarlo al realismo artístico de Flaubert, al decadentismo de Charles Baudelaire, al preciosimo de Gabriele D'Annunzio y a verismo de Walt Whitman, a las técnicas impresionistas de las literaturas finiseculares, entre las varias tendencias poéticas que se dan cita en esa ars combinatoria que es la poesía modernista de Díaz Mirón.
Los temas centrales de Lascas son el amor, el dolor y la muerte, y, como hemos dicho anteriormente, la reflexión sobre la poesía. Y entre ellos, los que más llaman la atención, por estar vistos de una manera semejante a la de la escuela naturalista o desde una perspectiva demiúrgica, como propone Valle-Inclán en su literatura esperpéntica, son el dolor y la muerte. Sírvannos de ejemplo los tres sonetos de ``Cintas de sol''. En el primero nos presenta a una madre al borde de la locura porque acaba de perder, durante el parto, a su hijo, mientras sobre su ``rubro pezón'', ``erecto botón de rosa'', cae y se posa un rayo de sol que, cual ``roja lengua'', ``con delicia treme y resbala''. En el segundo, por una parte retrata al padre que lamenta, con lágrimas, su desgracia, y, por otra, al rayo de sol que ``juega'' con su ``tortura/ y enciende un iris en cada gota''. En el tercero, el poeta concluye, después de afirmar que ``la lira [...] rima el sollozo y enjoya el luto'':
La poesía canta la historia;
y pone -fértil
en pompa espuria-
a mal de infierno burla de gloria.
Pero, junto con ``Pepilla'', ``El fantasma'', ``Nox'', ``Beatus ille'' y ``îpalo'', quizás el mejor poema de Lascas sea ``Idilio''. Poema de un erotismo inusitado en lengua española, cuyos 173 versos desarrollan gradualmente -de las primeras horas del día a la siesta- una serie de correspondencias entre el lugar (el trópico veracruzano), el tiempo (un día de mediados de la primavera), y la edad de la protagonista (la adolescencia), todas ellas encaminadas a preparar el clímax en el que una zagala, después de observar a una pareja de animales que ``copulan con una ansia que tienta'', ``se turba y empina...'':
Y alocada en la fiebre del celo.
Y en la excelsa y magnifica fiesta,
lanza un
grito de gusto y de anhelo...
¡Un cambujo patán se avecina!
y cual mácula errante y
funesta,
un vil zopilote resbala,
tendida e inmóvil el
ala.
A la novedad de los temas de Lascas y, sobre todo, a su tratamiento, habrá que agregar una serie de rasgos estilísticos, como el léxico culto, el neologismo, el hipérbaton, la elipsis, la supresión de preposiciones, la alusión, la elusión, la imagen barroca, que dificultaron en muchos casos su comprensión, y que han permitido decir a poetas y críticos, como Manuel José Othón, José Juan Tablada, Luis G. Urbina, Enrique González Martínez, que era un libro inaccesible al vulgo y, por lo tanto, sólo comprendido, en toda su trascendencia, por lectores con una sólida cultura literaria.
La tercera y última época de Díaz Mirón, la que se diferencia de la anterior, entre otros rasgos, por la utilización de lo que se ha denominado ``verso heterotónico'', es infinitamente menor, en cuanto a número, a la primera, e incluso a la segunda. La forman alrededor de 22 poemas y, si tenemos en cuenta que está fechada entre 1902 y 1928, es evidente que no escribió, proporcionalmente, ni siquiera un poema por año. Se ha dicho que esta escasísima producción se explica por la serie de obstáculos, cada vez más difíciles de vencer, que se fue autoimponiendo el poeta con el objeto de conseguir una poesía única en su género, pero que a la postre terminó por ``esterilizar'' su arte. En este aspecto comparto la opinión de Alfonso Méndez Plancarte cuando afirma que carecen de razón quienes se plantean de esta manera tan simplista el asunto, ya que, como resulta obvio, la mayor o menor excelsitud estética de un poeta no está en razón de su mayor o menor número de versos (Díaz Mirón. Poeta y artífice.)
El poeta se había propuesto -entre otros obstáculos- no repetir la misma vocal acentuada en el verso. Veamos, por ejemplo, la primera estrofa de este poema:
Ambos justos recorren la campiña serena
y
van por el camino conducente a Emaús.
Encórvanse agobiados por una
misma
pena,
el desastre del Gólgota, la muerte de
Jesús.
Díaz Mirón estaba conciente de que los obstáculos que había que vencer en cada poema, con esta nueva técnica -y que no recomendaba a nadie-, eran cada vez más difíciles, por eso quizá cuando terminaba uno de ellos y se decidía a publicarlo -después de trabajarlo, en algunos casos, por varios años-, sin la menor falsa modestia, decía que procedían o formarían parte de un volumen que se llamaba Triunfos. El poeta, en efecto, podía darse por satisfecho, ya que había triunfado sobre la palabra y había logrado una poesía que no repetía la misma vocal acentuada en el verso, aunque se tratase de versos de catorce sílabas, como ocurría con ``Los peregrinos''. Podría pensarse que se trataba de un reto en el que sólo salía triunfante la eufonía del verso, pero, en contra de lo que han afirmado algunos críticos, la técnica no ahogaba la inspiración del poeta. ¡Por fin había podido conseguir su viejo anhelo: el heroísmo del pensamiento, el heroísmo del sentimiento y el heroísmo de la expresión!
Salvador Edmundo Antonio Espiridión Francisco de Paula Díaz Mirón Ibáñez nació el 14 de diciembre de 1853 en el puerto de Veracruz. Si nos atenemos a lo que nos sugiere la doble astrología (esto es, el empalme de los grandes sistemas astrológicos: el chino y el occidental), el autor de Lascas era un Sagitario nacido en el año del Buey. Fogoso y plácido a un tiempo; con el don de la elocuencia más allá de toda expresión. Directo, humanista, generoso, fuerte. Con ambición de poder, influencia, dominación y prestigio. Un hombre que, delante del dinero, no vuelve la cabeza: Edmundo, uno de sus nombres, significa ``el que protege la riqueza''.
Movido por un idealismo impecable y una imprudencia irreductible, no tenía miedo a nada ni a nadie. Firme partidario de la violencia para obtener sus fines.
Ardiente, inquebrantable y temerario, el Sagitario/Buey puede dirigir cualquier cosa con un vigor y un aplomo imperturbables. Gustoso de hacer el bien, ayudar a los otros y mejorar a la humanidad, evita o denuncia las matanzas. Pero no es únicamente egoísta; sacrifica buena parte de su bienestar y su seguridad en la promulgación y el enarbolamiento de sus causas. En aras del mejoramiento de la humanidad, trabaja con ardor. Aplica métodos en extremo rudos y no vacila en expresar opiniones impopulares. O hace gala de un conservadurismo seductor.
La voluntad de dominio reina en el Sagitario/Buey. Nadie logra igualar su excelencia en las situaciones de grupo, de manera que, si no lo nombran o eligen para la dirigencia del mismo, él la asume sencillamente.
La lectura de la introducción con que Manuel Sol abre ``la primera tentativa de una edición crítica de la poesía de Díaz Mirón'' nos permite apreciar que la anterior retahíla de calificativos puede aplicarse, si no mienten las crónicas, a la personalidad de Salvador Díaz Mirón.
Estamos en presencia de un hombre dueño de un poder de afirmación extraordinario. Ante la sociedad que lo anatematiza, Díaz Mirón extrema -en palabras de Manuel Sol- ``el cuidado de su obra artística, con una nueva estética, como para demostrar que si no podía ser admirado por su conducta pública, tenía que serlo por su obra lírica; entonces toda su voluntad de estilo se orienta a la realización de una poesía original, perfecta, impecable y nueva''. No es otro el parecer de José Emilio Pacheco en este sentido: ``A su violenta existencia, al caos del mundo, Díaz opuso la serenidad del orden poético. Allí libró también sus más terribles batallas, de las que casi siempre salió victorioso... A muchos años de su muerte, Díaz Mirón parece más lejano en el tiempo. Pero sobrevive. Y durará. Su gloria es el prestigio de la tormenta.''
A propósito, Díaz Mirón escribió en su poema ``A Byron'' estas cuartetas donde podría leerse una especie de autorretrato:
¡Igual al mar por tu doblez
extraña
No envidiabas al piélago sus dones:
¿Fuiste un loco? Tal vez ¡pero esplendente!
Reflejabas el cielo a que tendías,
Y audaz y atronador y
hecho montaña,
Te alzabas hasta él y lo escupías!
Tú tenías también ímpetus,
brumas,
Trombas, brillos, honduras, explosiones,
Monstruos,
perlas, vorágines y espumas:
¡El sentido común,
razón menguada,
Nunca ha sido artista, ni vidente,
Ni paladín,
ni redentor... ni nada!
Por otra parte, han sido tantas las vicisitudes que han conocido las poesías de Díaz Mirón, sobre todo las pertenecientes a la primera época, debido a veces a intervenciones ajenas a su intención orgánica de autor y otras veces a causa de su propio despliegue estético, las cuales lo llevaron en un momento dado a sólo reconocer como libro auténticamente suyo, el que tituló Lascas. Han sido, pues, tantas las vicisitudes, decíamos, que han conocido las poesías aludidas, que la aparición reciente del conjunto de esa obra constituye, sin lugar a dudas, un acontecimiento memorable, porque se da bajo el sello editorial del FCE y como culminación a la tesonera y acuciosa pasión de Manuel Sol, autor, aparte de la inteligente y documentada introducción, del aparato bibliográfico y de las esclarecedoras notas que acompañan a esta bella edición.
Felicitamos a Manuel Sol por haber llevado a buen puerto su impecable empresa: el establecimiento de la obra lírica de uno de nuestros clásicos.
Taciturno y temible, Díaz Mirón es uno de los ``intratables'' de la literatura mexicana. En lucha constante con sus pasiones, sus semejantes y su modo de expresión, debió fascinar y aterrorizar a sus contemporáneos, como la sombra del ave de presa a los animales de granja. El furor que lo enardecía en sus relaciones con los otros hombres es comparable al que ponía en juego para extirpar un ripio o sacrificar un adjetivo. Excelente tirador con pistola, sus versos son metálicos y precisos como las balas. Este hombre sombrío se ilumina a veces. l mismo lo dijo: ``un relámpago ilumina mi alma negra''. Si no es uno de los más grandes poetas de nuestra lengua, sí es uno de los más grandes artífices. Romántico y parnasiano, ejerció influencia sobre Rubén Darío y sobre los primeros modernistas y legó a sus discípulos, además de un libro -Lascas (1901)- una conciencia poética extremadamente exigente.
Blancas y finas, y en el manto apenas
Azules y con oro enarenados,
Como albo pecho de paloma el cuello;
Dulce y triste la faz; la veste zarca...
Y abrillantó a mi espíritu la cumbre
Y suele retornar; y me reintegra
visibles, y con aire de
azucenas,
las manos -que no rompen mis cadenas.
como las noches limpias de
nublados,
los ojos -que contemplan mis pecados.
y como crin de sol barba y
cabello;
y como plata el pie descalzo y bello.
Así, del mal sobre la
inmensa charca,
Jesús vino a mi unción, como a la barca.
con fugaz cuanto rica
certidumbre,
como con tintas de refleja lumbre.
la fe que salva y la ilusión que
alegra;
y un relámpago enciende mi alma negra.
(Lascas)
*Poema escrito cuando el poeta cumplió 40 años.
¡Oh paz agreste! ¡Cuánto
a quien se acoge a ti brindas
provecho!
¡Con qué divino encanto
llenas de olvido el
pecho
¡ay! a torturas y a furores hecho!
De la cándida oveja
que a sombra trisca en hondonada bruna,
o
la cabra bermeja
que asoma en alta duna
su hocico rojo de carmín
de tuna, ubre sana y henchida
regala el apetito, aquí no escaso,
con
leche que, bebida,
vale a dormir al raso
y deja untado y azuloso
el vaso.
¡Mesa digna de un justo
¡Oh Gay! la tuya, que de carne y vino
te
guarda exento el gusto,
y no a perder el tino
es ocasión, ni a
víctimas destino!
gloga virgiliana
abre y radica en tu heredad el seno,
y de
tu boca mana
en trasunto sereno
y con almíbar oloroso a
heno.
Antigua prez no humilla
claro vestigio a torpe muchedumbre:
él
en tu ingenio brilla,
como postrera lumbre
de occiduo sol, en
levantada cumbre.
¡Plácidos los que orean
mi frente, que a baldón opone
orgullo,
hálitos que menean
las frondas, con murmullo
grato
al reposo, cual materno arrullo!
Mas no Favonio engríe
el délfico laurel. Zozobras calma,
y
susurrando ríe
de la ceñida palma,
con un desprecio que perfuma
el alma.
¡Oh paz agreste! ¡Cuánto
a quien se acoge a ti brindas
provecho!
¡Con qué divino encanto
llenas de olvido el
pecho
¡ay! a torturas y a furores hecho!
A la culta o salvaje
corriente del vivir marcas y ahondas
recto
y seguro encaje,
que por arenas blondas
al mar la lleva en
sosegadas ondas.
Sobre anónima huesa
árbol piadoso y tétrico derrumba
``guirnalda
que le pesa'',
pompa que treme y zumba
y caricia y plañido es a
la tumba.
La madre tierra es leve
al cadáver que allí se desmorona,
que
sólo a un sauce debe
-en los palmos que abona-,
copioso llanto y
liberal corona.