La noche y el día, la vida y la muerte. El toro va y viene entre el sol y la sombra; iluminado, unas veces viendo de frente a la muerte; oscurecido en otras, por la sombra, acaso confiando en sus propias fuerzas para salir triunfante de la plaza. El gran Minotauro y la plaza, los dos vestidos de luces y sombras, expresan el momento que vive la nación, dónde se encuentran los retos y las afrentas, las resistencias con las esperanzas, lo que somos y seremos.
Así se ve, después del pasado domingo electoral, al PRI triunfante y herido que ahora se dirige hacia su propia muerte en la 18 Asamblea Nacional. El domingo se reafirmó que la democracia mata y que sólo queda embestir hasta destruir, para que él solo pueda ser el único que transite entre las luces y las sombras. Este domingo el viejo partido, luego del triunfo de la faena, creyó que era el torero lleno de luces y resulta que es el toro oscuro que se muere.
Una cosa es vivir por convicción y otra distinta por instinto. El PRI embiste no por convicción sino por instinto y en la plaza no importa si está en la luz o en la sombra, la muerte siempre llega y hasta el indulto de la plaza (como sucedió en 1994), sólo posterga, pero al final acaba con el último instinto. Sin convicción y por instinto, el PRI vive de embestir sin control. Avanzada la tarde, la plaza es cada vez más oscura y Francisco Labastida, queriendo ser también torero, se ha convertido en otro toro y, al igual que él, el sindicato de toreros se ha convertido en una manada en estampida, la rebelión de los toros, alumbrados en la oscuridad con antorchas, la única luz que les queda.
En los tentaderos, mientras, la recesión económica aguarda; las debilidades de los otros partidos se pasean con ellos mismos. El PAN prefiere hacer caso a su instinto, pues convicciones no le quedan y por ello prefiere ser toreado de noche, a la sombra y sin testigos. El toro de la derecha ha querido embestir por el centro, pero el instinto es insuperable y la mezcla de herencias tradicionales y leguleyos neoliberales explican su falta de grandeza. En este cambio de naturaleza, el viejo partido azulino ya no es temido por las heridas, sino por el veneno con que defiende su supervivencia. En la plaza los toros mueren, justificados por su nobleza; aquí el huevo de la serpiente carece de ella.
En el PRD, la luz y la sombra aparecen siempre en la convicción y en el instinto; a veces empujando hacia lo nuevo, en otras eludiendo. Como todo partido de cambio, el PRD es dual y a veces confunde cuando en él todo se vuelve oscuro y la convicción y el instinto se refugian en la sombra de las ``institucionalizaciones'', de las revoluciones que aún no se hacen o no terminan. Embestir hacia el futuro, y convertirse de toro en torero, requiere concentración no sólo del torero, sino también de la plaza entera, para poder entenderse bien cuando se ve de frente el sol y la sombra, cuando cambia el mundo y éste gira, pues la contradicción es el motor de la razón y la base para cambiar el instinto, por la convicción. ¿Podrá el PRD cambiar no sólo la naturaleza de él, sino los retrasos de México?
La temporada grande ha empezado y la plaza, en sol y sombra, está llena de desafíos, simplemente.