Carlos Bonfil
Ojos de serpiente

En la cinta más reciente de Brian de Palma, el título Ojos de serpiente (Snake eyes) alude a un tiro de dados (dos veces uno) en el lenguaje de los casinos, pero también, aparentemente, a una intención estilística del director: hacer del lenguaje visual un personaje más de la trama (por demás anodina), utilizando al máximo las posibilidades de la tecnología. Así, la cámara se desliza y serpentea por todos los ángulos posibles de esa arena de box en un casino de Atlantic City donde se producirá un atentado político cuando el campeón de peso completo Lincoln Tyler sucumba después de vender su pelea. La clave del atentado a un alto funcionario del gobierno norteamericano, el ministro de la Defensa, también está en las cintas grabadas, en circuito cerrado, con una cámara singular, el ``ojo volador de gravedad cero'', que ha capturado desde lo alto los desplazamientos de los asesinos. Toda esta información permitirá al investigador policiaco Ricky Santoro (Nicolas Cage) atar los cabos de lo que semeja una más de las múltiples conspiraciones internacionales, con terroristas de oscura filiación integrista-musulmana, que tanto fascinan a Hollywood. Pero Ojos de serpiente es también una referencia más al magnicidio de John F. Kennedy (tema presente en Greetings y en Blow out), y al encuentro boxístico entre Sonny Liston y Mohammed Ali, en 1964, el cual, se descubriría más tarde, fue igualmente un combate arreglado de antemano.

Con todo esto, la cinta más reciente de Brian de Palma presenta una trama confusa, y su desenlace, espectacular y atropellado, está más cerca del James Bond rutinario que del cine de Hitchcock, su modelo evidente. Por ejemplo, una secuencia llena de suspenso y maestría visual, parecida a la que ofrece el director inglés hacia el final de El hombre que sabía demasiado (con el atentado en el Albert Hall londinense), de Palma la entrega en los primeros quince minutos, ken un alarde de virtuosismo técnico donde la cámara sigue, sin un solo corte, por espacio de quince minutos, todos los movimientos de Santoro, capturando la atmósfera febril en la arena de box y los preparativos del atentado; pero después de ese prólogo magnífico, la cinta no vuelve a alcanzar intensidades semejantes. A la excelencia visual no la acompaña el menor asomo de originalidad en la narración. Toda la trama languidece en la confrontación entre Santoro, el policía sobornable, y Kevin Dunne (Gary Sinise), el oficial de marina encargado de la seguridad del ministro.

De Palma no olvida los clichés del thriller de conspiraciones políticas: el oficial muestra rasgos de megalomanía, detesta en secreto la tibieza de las autoridades, y su ánimo revanchista lo conduce a buscar soluciones extremas. Kevin aparece, sin mayores trámites, como el mejor amigo de Santoro, lo que deberá reforzar los temas de la traición moral y la mentira en un esquema melodramático donde el boxeador ha vendido ya la pelea precipitándose acto seguido en una autodenigración irrefrenable. La joven con el traje blanco ensangrentado -personaje clave para resolver el misterio del atentado- puede perderse, después del mismo, entre catorce mil personas y un enorme dispositivo de seguridad, sin que nadie la detenga o moleste, con tiempo y libertad suficientes para cambiarse de ropa en un sanitario. Absurdos e incongruencias de ese tipo abundan en la cinta.

El realizador de Vestida para matar, Misión imposible y Caracortada realiza una demostración de su destreza visual, con planos y movimientos formidables, como el recorrido por varias habitaciones de un hotel con el ojo de la cámara (¿snake eye?) capturando las acciones desde lo alto, o con la multiplicación de los puntos de vista en la primera secuencia que retoman la descripción desde ángulos distintos y la completan con detalles nuevos; De Palma realiza todo esto y sugiere un número todavía mayor de posibilidades estéticas, pero lo hace sin el apoyo de un guión consistente. Lo hace en el vacío. De tal suerte que Ojos de serpiente se convierte en una cinta de cinéfilo que celebra sus propios hallazgos estilísticos desentendiéndose de la verosimilitud de la trama. Una realización estupenda, un guión fallido, actuaciones de primer orden. Ojos de serpiente --reflexión sobre el poder de la simulación y la mentira en la vida política estadunidense-- es una cinta paradójica y extraña. Una de las propuestas más interesantes en cartelera.