Los huracanes son puntuales. Cada año se presentan en serie y son muy temidos en Centroamérica y en las costas del sur de Estados Unidos. Los meteorólogos los bautizan y los prevén. Los siguen paso a paso (con mayor o menor exactitud). Cada tres o cuatro años provocan grandes daños en las islas y en la tierra firme. Violentas rachas de vientos con velocidades de 180 (o más) kilómetros por hora arrasan árboles y caseríos, acompañados de lluvias tormentosas y ríos desbordados.
Fueron una divinidad para los indios de las Antillas. Fernando Ortiz, el gran estudioso cubano, le dedicó un bello libro al culto de los huracanes en el Caribe.
En uno de sus viajes a Campeche, Fray Bartolomé de las Casas fue sorprendido por uno de los temibles huracanes caribeños, que se desató un poco antes de llegar la nave a las costas campechanas. La nao en la que viajaban los dominicos quedó en el ojo del huracán. Las gigantescas olas la alzaban a la cima y la precipitaban a los abismos. El viento silbaba entre relámpagos y nadie podía estar de pie. Rodaban en las sentinas anegadas, chocando unos contra otros. Sólo les quedaba orar por la salvación de sus almas. Había llegado la hora de su muerte.
Las Casas no se dejó vencer. Tenía un destino superior que debía ser realizado. Haciendo un esfuerzo desesperado conjuró al mar y le mandó en nombre de nuestro señor Jesucristo que se tranquilizase.
Finalmente, se apaciguó el viento y el oleaje poco a poco cedió. Se hizo el milagro.
Frailes y tripulantes abrazaron llorando a Las Casas y le besaron las manos. Dios bendecía a su obispo, encargado de llevar el Evangelio a los indios.
En el caso de la próxima visita papal a México, no hay tanta urgencia.
El paso del huracán Mitch por América Central ha dejado más de 30 mil muertos y cientos de miles de damnificados que sufren una severa escasez de alimentos, además de enfrentar epidemias.
Por ello, tiene razón Iván Restrepo en su artículo del lunes pasado, al señalar que sería más cristiano dedicar los millonarios recursos que se gastarán en el viaje del Papa para resolver las carencias y el dolor que enfrentan nuestros hermanos de Centroamérica.