El futuro de México vuelve a iluminarse. Tenuemente, pero vuelve a iluminarse. Y una vez más la luz asoma desde las profundidades del sureste mexicano, el mismo que ha llevado sobre sus espaldas la cruz acaso mayor en el ya largo, larguísimo peregrinar hacia un país simplemente digno.
Específicamente la nueva luz asoma en la preciosa ciudad --algo femenino, por supuesto-- de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Del 20 al 22 de noviembre próximo ahí se volverá a encontrar el EZLN con el resto de la sociedad mexicana. Ni él ni ella se encontrarán completos aún, pero sí a través de delegaciones significativas.
Mucho habrán de decirse tras la pesada separación impuesta por los promotores del guerrerismo. Mucho podrá fructificar de ese encuentro, si el mandar obedeciendo lo estiramos a un amar escuchando. No sólo oyendo, sino escuchando. Y no una voz cualquiera, sino la voz del dolor más profundo y, por lo mismo, de la esperanza más creíble.
La agenda del encuentro en San Cristóbal se reduce a tres temas, pero todos ellos de indudable importancia sobre todo si entendemos su interrelación. Uno: la consulta nacional sobre derechos y cultura indígenas que habrá de realizarse bien y pronto, so pena de que el incumplimiento gubernamental de los Acuerdos de San Andrés acabe de reventar al ya incalculable esfuerzo de la sociedad por hacer de México una nación pacífica. Dos: la lucha por la paz de tal manera que pueda despejarse el camino para resolver los otros grandes problemas del país. Y tres: la situación nacional examinada bajo una correcta jerarquización de los problemas, es decir, comprendiendo que sin una paz cimentada en la justicia y la libertad para todos, comenzando con el fortalecimiento autonómico de nuestros pueblos indios (Acuerdos de San Andrés), ni caso tiene soñar en la democracia, el desarrollo, la soberanía o en las demás metas históricas del proyecto llamado México.
Hoy ese proyecto afronta riesgos equiparables a los tiempos de Santa Anna y de Porfirio Díaz. Desnacionalización y militarismo vuelven a ensombrecernos al punto de erigirse en el santo y seña de una modernización que nunca llega (salvo en la cabeza de sus apologistas). Lógicamente, tanto la desnacionalización como el militarismo también vuelven a posponer el arribo de la democracia. Posposición en la que se empeñan, terca y hasta violentamente, los adictos a la vieja política y al viejo régimen. Es decir, los adictos a todo aquello que permite engendros como el Fobaproa y atrocidades como la de Acteal, lo mismo que burdos fraudes --¡otra vez!-- como los ocurridos en las elecciones estatales más recientes.
Más que estar de regreso, los saboteadores de la democracia nunca se han ido. Ayer agazapados, hoy se asoman sin tapujos al frente de todo lo que obstruye la paz en Chiapas: militarismo, gobiernos no sólo ilegales sino del todo ilegítimos, desinformación, ``nacionalismo'' dictatorial, expulsión de observadores extranjeros, violación a todo tipo de derechos humanos, fomento de bandas paramilitares, fractura sistemática de las comunidades y de la cultura comunitaria, burlas sin fin de la ética, aniquilamiento del estado de derecho y, en fin, desmantelamiento de municipios autónomos sea a bayoneta calada o con elecciones --¡otra vez¡-- por completo sucias.
Y es que la militarización siempre ha sido y seguirá siendo la fórmula más eficaz para evitar el arribo de la democracia. Pero al mismo tiempo es una fórmula infalible para seguir abortando todo proyecto de nación. Si de eso se trata, no hay nada que hacer. Los desnacionalizadores y los guerreros, que son uno y el mismo equipo; los Santa Anna y los Porfirios Díaz de nuestro tiempo, ya lo están haciendo de manera inmejorable, harto eficiente.
Sin embargo, todavía somos muchos y muchas los que soñamos con una nación. Soñamos que México deja de ser un proyecto para convertirse en una realidad. Por eso alcanzamos a ver la nueva luz de paz que se ha encendido en San Cristóbal. Y por eso iremos allá, junto a todos los que quieran ir. Las causas nobles no usan el derecho de admisión.
Intentaremos ayudar a que la pequeña luz de San Cristóbal se transforme en todo un sol... para todo México. O por lo menos buscaremos disminuir las sombras del guerrerismo.