Este millonario excéntrico levantó una mansión descomunal, con vistas a la bahía, en un sitio de nombre West Egg. Nadie sabía ni el origen ni el monto de su fortuna. Cada fin de semana llenaba de desconocidos el jardín y ofrecía música, bebida y el jolgorio necesario para que esa multitud de extraños, invitados por un extraño, adquiriera el aspecto de fiesta.
¿Mafioso?, ¿negociante hábil?, ¿rico heredero? El excéntrico, esto se averigua muchas páginas adelante, se había cambiado el nombre con la intención de renovarse y a partir de ese recomienzo se entregó a la tarea de construirse una nueva personalidad. No hizo más que seguir, sin saberlo, esa idea tan cortazariana de cambiarle el nombre a las personas o a las cosas para hacerlas nuestras y para renovarlas, por el simple acto de llamarlas de otra forma. Así, su apellido que era Gatz se convirtió en Gatsby.
La consecuencia de este recomienzo no tardó en aparecer: su fortuna que era poca se hizo mucha. Es increíble lo que puede hacer un nombre. Gatsby era perfectamente excéntrico, sabía que su centro era Daisy, la mujer de su vida que vivía en la orilla de enfrente de la bahía de West Egg, con su esposo. El excéntrico levantó esa mansión descomunal nada más para vivir enfrente de ella y en su momento reconquistarla. Es increíble lo que puede hacer, por amor, un hombre.
West Egg, según los cartógrafos, cuelga junto al muslo occidental del estado de Nueva York. Probablemente a Scott Fitzgerald le hubiera gustado agregar, a la historia de su millonario excéntrico, la historia de Amancio Ortega, el millonario concéntrico. A esta altura debemos poner a cada millonario en su esquina. Gatsby estaba fuera de centro, el hombre y su nombre vivían separados por una bahía; mientras que Amancio Ortega, en la otra esquina, ha concentrado su centro en el nombre, por una sencilla razón: el hombre, recipiente de ese nombre, no existe.
Amancio es, hasta donde se sabe, español. También se sabe que es dueño de un imperio textil cuya punta es Zara, una tienda de ropa con sucursales en 15 países del mundo. La prensa española especialista en desenmascarar a este tipo de personajes concéntricos hace esfuerzos notables por conseguir una entrevista o una fotografía; lo primero es tan difícil como lo segundo: nadie sabe qué aspecto tiene, ninguno de sus 11 mil empleados lo ha visto nunca.
Se sabe que se pasea libremente por las calles de La Coruña, pero no hay nadie que pueda identificarlo. Su padre era maquinista, su madre ama de casa y tiene, hasta donde se sabe, tres hermanos. Hay quien asegura que se cambia constantemente de casa y corre el rumor de que tiene un barco y una colección enorme de pintura.
Hace unos meses el príncipe de Asturias decidió visitar el cuartel general del imperio textil de Amancio. Llegó puntualmente a la cita con su séquito de costumbre, la sorpresa que se llevó fue monárquica: el patrón, haciendo añicos la parte básica del protocolo, no salió a recibirlo. Nadie sabe en realidad si el príncipe logró entrevistarse con Amancio, no existen fotografías del encuentro. Lo mismo le sucedió a Manuel Fraga, el presidente de Galicia.
Amancio está casado con su ex secretaria, quizá porque era la única mujer que lo conocía. Hay una legión de opinadores que ha concluido, por mayoría de votos, que debe tener 62 años. Del origen de su imperio se sabe poco, empezó como repartidor en bicicleta de una camisería y después se enroló en una mercería donde, aprovechando las noches que, comparadas con el gigantismo de sus expectativas, eran cortas, diseñó su primera prenda: la bata guateada. Guateada, para el millón que no lo sepa, quiere decir acolchada.
No falta el informado que jura por quien sea necesario que Amancio usa jeans y que se ha puesto corbata tres veces en la vida. Lo que es cierto, por evidente, es que el emperador de Zara ha desaparecido del planeta todas sus fotografías, incluidas la de recién nacido y otra donde aparecía, junto a una máquina de coser, levantando con orgullo su bata guateada.
¿Cómo se sabe tanto de este millonario concéntrico, si nadie lo ha visto nunca? Es increíble lo que puede hacer un nombre que no tiene detrás un hombre.