Carlos Martínez García
Quid pro quo

El especialista del quid pro quo (dando y dando, en mexicano) habló desde las páginas de la revista estadunidense Newsweek. Además de las lecturas políticas que los especialistas han hecho a la extensa exculpación que hace Carlos Salinas de Gortari de él mismo y de la alta tecnoburocracia de su sexenio, debemos agregar un ángulo incluido en el documento y que ha pasado casi desapercibido para la opinión pública: el de las relaciones de Salinas con los dirigentes del Episcopado mexicano.

El ex presidente dice que ni él ni los integrantes de su gabinete favorecieron, política o financieramente, a persona o grupo alguno con el fin de recibir a cambio apoyos de los recompensados por Los Pinos. En el colmo de la hipocresía, Salinas escribió en la versión para Latinoamérica de la revista: ``...ni yo ni nadie bajo mi dirección estuvieron de acuerdo (o brindaron) nunca deliberadamente quid pro quo (una cosa por otra) a ninguna persona''. En su fallido intento por rescribir la historia, Salinas de Gortari pretende que no existen las huellas del modus operandi que aplicó la noche del 6 de julio de 1988, cuando su equipo lo hizo aparecer como vencedor de una contienda que no ganó en las urnas. En la misma ocasión se puso a funcionar la operación dando y dando, consistente en ofrecer reformas políticas y económicas a personas y organismos del establishment a cambio de la legitimidad política que los votantes rehusaron darle al candidato del PRI. Entre los grupos que gustosos le entraron a la negociación estuvo la cúpula del Episcopado mexicano y el representante del Vaticano, Girolamo Prigione.

En su toma de posesión, Salinas anunció cambios para modernizar al país: ``el Estado moderno es aquel que mantiene transparencia y moderniza su relación con los partidos políticos, con los grupos empresariales, con la Iglesia''. Ahora, en su artículo de Newsweek, nos reafirma, por si hiciera falta, que su interlocutor buscado hace una década fue el clero romano: ``revertimos el no reconocimiento oficial de ésta (la Constitución) a la Iglesia, principalmente la Iglesia católica romana, en nuestro país...'' El Episcopado que entonces aplaudió gozosamente a quien estaba acabando con una supuesta injusticia histórica, en estos días dice que nada le debe a Salinas.

La jerarquía eclesiástica considera, así lo declaró el presidente de la Comisión de Comunicación Social del Episcopado Mexicano, Onésimo Cepeda (La Jornada, 11/XI/98), que las modificaciones a varios artículos, entre ellos el 130, una de las ``pocas cosas positivas'' que tuvo ese gobierno, fueron un mero ``acto de justicia''. El obispo de Ecatepec consideró que con la reforma religiosa salinista se reconocieron ``...derechos humanos que se han firmado en México en tantos y tantos documentos de las Naciones Unidas y del país, en donde por fin se le reconoce a la Iglesia el derecho a la libertad de religión y al derecho de existencia''. Es decir, en la lógica de don Onésimo, antes de Salinas los católicos vivían en las catacumbas a las que los habían arrinconado leyes persecutorias, pero con las reformas del sexenio pasado las cárceles se abrieron y se garantizó la vida de los mártires.

Si lo dicho por Cepeda algunos quisieran interpretarlo como un exabrupto fruto de la emoción, hay que recordar lo que en noviembre de 1992 sostuvo Girolamo Prigione Potzzi después de que le presentó a Salinas sus cartas credenciales como embajador del Vaticano en México. Hizo un símil histórico para ejemplificar lo que a su juicio era un acto de reconciliación del Estado con la Iglesia (católica, claro). Rememoró el año de 1929, cuando Benito Mussolini y el papa Pío XI pusieron término a casi seis décadas de ruptura entre el Vaticano y el gobierno italiano. Parafraseando lo que Pío XI dijo al firmar con Mussolini los Tratados de Letrán, Prigione aseguró: ``Hoy Dios ha sido devuelto a México y México a Dios''. Nunca profundizó su novedosa tesis teológica sobre los años de ausencia de Dios en nuestro país, y nos quedamos con las ganas de conocer sus respuestas a ciertas preguntas. ¿Cuándo salió Dios de México? ¿En 1874, año en que fue expulsado el primer y único, antes de Prigione, nuncio papal? ¿Si 1874 marca la salida de Dios, significa esto que desde esa fecha y hasta antes del 24 de noviembre de 1992 éramos un país de infieles? Ojalá que el antecesor de Justo Mullor se ponga a escribir al respecto y nos quite dudas que nos angustian.

La jerarquía católica contribuyó a legitimar una inmoralidad política: la llegada de Salinas a una presidencia de la República que no le otorgaron los sufragantes. Decidieron darle su voto de confianza a cambio de revertir un marco jurídico que desde su promulgación, primero con Juárez y después plasmado en la Constitución de 1917, consideraron una afrenta. Para modificarlo pactaron el quid pro quo con Salinas.